UCRANIA: LA CRISIS POLÍTICA HA TERMINADO PERO QUEDA LA INCERTIDUMBRE

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Viacheslav Igrunov, director del Instituto internacional de estudios humanitarios y políticos, para RIA Novosti. La crisis política en Ucrania ha tocado fondo pero se mantiene aún la incertidumbre. El nuevo Gobierno presenta los traumas natales que son consecuencia de una fórmula de compromiso gestada con dificultades enormes.

Viacheslav Igrunov, director del Instituto internacional de estudios humanitarios y políticos, para RIA Novosti. La crisis política en Ucrania ha tocado fondo pero se mantiene aún la incertidumbre. El nuevo Gobierno presenta los traumas natales que son consecuencia de una fórmula de compromiso gestada con dificultades enormes.

 

Por un lado, son personas sin los síntomas de intoxicación ideológica y proclives a un pragmatismo constructivo las que han obtenido las carteras clave en este Gabinete. Entienden por qué es necesario llenar de gas, ya en verano, los depósitos subterráneos, y por qué no les conviene despreciar la firma de acuerdos internacionales o enfrentarse con los que pueden influir en la evolución económica de Ucrania. El vicepresidente primero del Gobierno ucraniano, Nikolay Azarov, o el jefe de la corporación energética Naftogaz, Yuri Boiko, no deberían implicar problemas para Rusia y serán, probablemente, los interlocutores más cómodos para Moscú. Por otro lado, se mantiene inalterable el tándem Tarasiuk-Gritsenko, al frente de Exteriores y Defensa, respectivamente. Es precisamente ese dúo el que ha marcado el rumbo a una integración acelerada de Ucrania en la OTAN, el cual a su vez ha sido el vector para las demás decisiones. Tampoco hay cambios en la postura del presidente quien ha ido aplicando esta línea y continúa siendo la figura clave en la política de Ucrania.

La sorprendente victoria de Yuschenko en el arduo conflicto con la mayoría parlamentaria testimonia que es prematuro darle de baja como político. La obligación del jefe de Estado era simplemente acatar las cláusulas constitucionales y someter la candidatura del primer ministro, propuesta por la coalición parlamentaria, a la votación en la asamblea legislativa pero Yuschenko presentó un ultimátum: o la mayoría aceptaba sus condiciones renunciando al programa propio, o disolvería al Parlamento por considerar que la coalición revisaba la voluntad expresada en las urnas. Para mayor asombro de observadores, esa demanda, que en una democracia equivaldría al suicidio político de cualquier presidente electo, no quedó descartada, sumió a las principales fuerzas ucranianas en una polémica que se prolongó por varias semanas y, finalmente, derivó en la firma de los Universales de Unidad Nacional, eso sí, con ciertas concesiones.

Los políticos del ‘bando naranja' habían sido un desastre en la gestión del país, lo cual provocó una caída sin precedentes de la popularidad de Yuschenko. En su mejor momento, durante los primeros cien días del mandato, el presidente inspiraba confianza a poco más del 50% de la población, que era consecuencia lógica de su llegada ilegítima al poder. La victoria inicial de la ‘troika naranja' (BYT, Nuestra Ucrania y Partido Socialista) en el Parlamento parecía haber rehabilitado a la ‘revolución' de hace dos años. Sin embargo, la ulterior evolución de los acontecimientos demostró que esa alianza se sustentaba únicamente en las ambiciones del poder, y los recelos de que alguno de los tres partidos acabase por usurparlo colocaron el proceso de formación del Gobierno ‘naranja' en un callejón sin salida. Al mismo tiempo, Nuestra Ucrania resultó tener una base ideológica lo suficientemente sólida como para impedir su alianza con el Partido de las Regiones - algo que ya  parecía inevitable - o los acuerdos entre Yuschenko y la Coalición Anticrisis. De unos 80 diputados que representan a Nuestra Ucrania en el Parlamento, apenas una treintena votó a favor del nuevo primer ministro, con lo cual esta organización perdió el derecho de participar plenamente en la nueva coalición. Obviamente, Yanukovich salió ganando en esa situación pero no es un mérito suyo.

Las negociaciones sobre el nuevo Gabinete pusieron de manifiesto que Yanukovich es un político tan débil como Yuschenko. La fórmula de compromiso fue lograda, básicamente, porque el Partido de las Regiones había ido cediendo poco a poco sus posiciones. Es emblemática, en ese contexto, la postura que Yanukovich asumió durante el proceso negociador con respecto al protagonismo del idioma ruso en Ucrania. Durante la campaña electoral, ese partido se había pronunciado por la cooficialidad del ruso pero más tarde, poco antes de estampar su firma en los Universales, Yanukovich declaró que el ucraniano debía seguir siendo el único idioma oficial, y que la Constitución en vigor protege también a las demás lenguas, de modo que es necesario solamente observarla al pie de la letra. Una declaración de este tipo no es otra cosa sino capitulación formal, especialmente, habida cuenta de que Yuschenko se opone a la implementación de la Carta Europea sobre las Lenguas Regionales y Minoritarias. Por mucho que los asesores legales se empeñen en afirmar ahora que esa fórmula no excluye el apoyo a la proclamación del ruso como idioma regional, los electores interpretan el hecho de forma distinta.

Igual de sintomática es la actitud hacia el ingreso de Ucrania en la OTAN. La variante de compromiso parece consentir la ejecución de todos los procedimientos necesarios para que Ucrania se integre en la Alianza Noratlántica, con la salvedad de que la adhesión formal debe decidirse en un plebiscito. El que Tarasiuk y Gritsenko mantengan los puestos clave en el nuevo Gobierno significa que los preparativos para el ingreso en la OTAN van a continuar, eso sí, paralelamente a un lavado total de cerebros. Con todo, es probable que sea innecesario hacerlo: los Universales son un protocolo facultativo y, según demuestra la práctica, los acuerdos en Ucrania suelen respetarse hasta que una de las partes decida que le resulta más conveniente cambiar de postura. A corto plazo, será imposible aplicar de forma ostentosa un rumbo a la integración acelerada - no por la firmeza del actual Gabinete sino debido a la creciente movilización cívica - pero la presencia del vector euroatlántico va a complicar el proceso de las negociaciones económicas con Rusia.

Sabido es que Moscú simpatizaba con el Partido de las Regiones, ante todo, porque esperaba frenar la deriva de Ucrania hacia la OTAN. Ahora no hay ninguna certidumbre a este respecto, de manera que los nuevos funcionarios de Kiev, por muy convenientes que le parezcan a Moscú, serán incapaces de cambiar la firme orientación rusa al pragmatismo puro y duro en lo económico. Rusia mantendrá el principio de cuentas separadas, aun a costa de perder las simpatías de algunos ucranianos. Paralelamente, irá perdiendo apoyo el Gobierno de Ucrania, a menos que consiga establecer una relación amistosa con su principal socio económico.

Habiendo ganado en las negociaciones sobre la coalición gobernante, Yuschenko se preserva obviamente como figura clave hasta las nuevas elecciones presidenciales pero también es evidente que nunca volverá a tener en las urnas un apoyo masivo. Nuestra Ucrania, en cambio, ha resistido la tentación de asegurarse algunas carteras con el respaldo al nuevo Gobierno y podrá, por tanto, actuar como una de las fuerzas de oposición, junto con los partidarios de Yulia Timoshenko (BYT). No obstante, la ‘era naranja' ha terminado para siempre. Los votos que pueda perder Yanukovich y su Partido de las Regiones se irán decantando hacia aquellos políticos que sepan defender de manera más consecuente los intereses del Sur y el Este de Ucrania. El desenfreno del nacionalismo étnico era posible mientras el Este seguía en letargo y preservaba una mentalidad paternalista al estilo soviético. La ‘revolución naranja' despertó las provincias orientales y, hoy en día, demuestran una movilización creciente. La decisión de concederle al ruso el rango de idioma regional, aprobada por las estructuras del autogobierno en algunas zonas de Ucrania, no es más que un testimonio de esa tendencia. Lo anterior significa que en las regiones del Sur y el Este, donde reside la mayoría de la población ucraniana, se irán formando próximamente nuevos partidos políticos capaces de reflejar los intereses de las mayorías populares. Y aunque el Partido de las Regiones no consiga mantenerse entre ellos, sus electores jamás votarán por el movimiento ‘naranja'.

A Ucrania la espera una recuperación lenta tras un largo período de inestabilidad y falta de consenso cívico. La formación del actual Gobierno es un paso inicial, todavía inseguro, en esta dirección. Por vez primera, el Parlamento ha resistido ante el empuje de Yuschenko y, a partir de este momento, su protagonismo irá creciendo. Junto con él, tendrá cada vez más importancia la voluntad expresada por la mayoría de los electores.   

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