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Las autoridades rusas temen a la oposición, no viceversa. Nezavísimaya Gaceta

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Una persona que haya permanecido el pasado fin de semana en casa leyendo noticias en la red, se habrá quedado con la impresión de que Moscú es un bullicio de pasiones: marchas de disidentes y de quienes no lo son, policía antidisturbios, detenciones, peleas, personajes como Kaspárov, Kasiánov o Rogozin como símbolos del antagonismo entre el Gobierno y la oposición. En realidad, la cobertura informativa está muy por encima del número de los manifestantes que han protagonizado las protestas.

 

La audiencia de Internet en la capital rusa asciende a 4,5 millones de personas. Esa gente no repara en lo que el Gobierno dice o rehúsa decir sobre los disidentes a través de la televisión. Y la impresión generalizada es que las autoridades temen a la oposición, pero en ningún caso viceversa.

No está claro a qué se debe ese miedo. ¿Será que el Gobierno, a pesar de los sondeos de popularidad y los resultados electorales, cree que sus posiciones no son tan fuertes?

La reacción del poder a las marchas de varios miles de disidentes parece sintomática. Las evidencias apuntan a que la consigna clave en las próximas elecciones será consolidación social frente a la amenaza externa, para lo cual se van a aprovechar todos los hechos recientes: el posible despliegue del sistema estadounidense de defensa antimisil cerca de las fronteras rusas; el informe del Departamento de Estado sobre el precario nivel de la democracia en Rusia; el mantenimiento de la enmienda Jackson-Vanik; y la exportación de las  "revoluciones de color".

Dentro de poco, a los disidentes les pondrán la etiqueta de "renegados" o "exiliados internos". Y habrá fotocopias de facturas con muchos ceros a la derecha para avalar las sospechas de que reproducen voces desde el exterior.

La apelación del Gobierno ruso a un electorado conservador que aprueba, en principio, el antiamericanismo, la mano férrea del Estado y la marginación política de los "habladores", podría justificarse en plano táctico pero, estratégicamente, es defectuosa. Es a través de una polémica abierta como debería demostrarse la fortaleza,  en particular, en lo que concierne a la posición ideológica.

Pero no olvidemos una cosa: las personas que no discrepan explícitamente y ejercen sus derechos cívicos criticando a los "disidentes" - las más de las veces, en conversaciones cotidianas - rechazan igual la corrupción y la restricción de las libertades. Lo cual significa que, de forma latente y al margen del tema americano, también disiden.

Todos sabemos qué es lo que pasa cuando la demanda de justicia adquiere mayor actualidad que el antiamericanismo. Baste con recordar la perestroika.

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