El empresario prófugo Borís Berezovski demostró por una vez más que no tiene iguales en el arte de la provocación política.
Mientras en Moscú y San Petersburgo se estaban preparando nuevas "marchas de los disidentes", y en la Cámara baja del Parlamento ruso se debatía el texto de una respuesta airada a las críticas de Washington acerca de los derechos humanos en Rusia, el empresario exiliado en Londres admitió en una entrevista a The Guardian que él está financiando un "golpe palaciego" en el Kremlin.
Las autoridades rusas no podían declinar un regalo tan generoso. El ministro ruso de Exteriores, Sergéi Lavrov, afirmó en seguida que estos llamamientos a derrocar el poder no son compatibles con la condición de refugiado político, y el fiscal general de Rusia, Yuri Chaika, prometió la apertura inmediata de un nuevo expediente penal contra Berezovski.
El derrocamiento violento del régimen se considera un delito en cualquier país, así que Berezovski, además de echar la leña al fuego, ofrece al Gobierno ruso una baza para justificar la represión más brutal de la disidencia. Él allana el terreno ideológico para desconvocar o, al menos, retrasar las elecciones presidenciales en Rusia y, con ello, hace el juego a aquellos grupos de la élite kremliniana que se empeñan en dejar a Putin por un tercer plazo, viendo en él la única garantía de su influencia política e intereses económicos.
El uso de la fuerza, ya sea para cambiar o para preservar el régimen, es lo último que necesita Rusia. ¡Bastante ha sufrido a causa de las revoluciones y el terror del Estado contra la población! Las recientes declaraciones de Berezovski empujan al Gobierno ruso a apretar en mayor grado las tuercas, escalar la búsqueda de enemigos internos y perseverar aún más en sus intentos de desprestigiar a cualquier político o ciudadano que no esté de acuerdo con lo que va pasando en el país. A la larga, Berezovski no hace sino desatarle las manos a un régimen que supuestamente provoca en él tanto rechazo.
