Peter Sellers: maniático de las máscaras

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La Habana, PL, para RIA Novosti. Por Rodolfo Santovenia (Colaborador de Prensa Latina)*.- Desde su nacimiento, vivió en el alocado mundo del espectáculo. Sus padres, artistas de variedades, dejaban la cuna del niño Peter entre bastidores y le echaban una ojeada de vez en cuando, mientras estaban en el escenario.

Más tarde, su gran distracción era imitar a todos los actores que le rodeaban y encargarse por la noche de la batería, en una pequeña orquesta dirigida por su progenitor, o tocar el ukelele, la menuda guitarra indonesia, en el espectáculo que ofrecía su familia.

 

Peter Sellers (1925-1980) fue un excelente actor transformista. Hizo teatro, radio, televisión y cine. Y se consagró al trabajo con el ímpetu de quien estaba seguro de que su vida no sería suficientemente larga como para hacer todo lo que deseaba.

 

Siempre fue noticia por sus éxitos, fracasos, romances, casamientos, divorcios, enfermedades, extravagantes automóviles y algunas veces por sus sinceras entrevistas. Como cuando confesó: "No tengo personalidad propia para ofrecerle al público. No puede hacer nada dentro de mí. No tengo nada para proyectar. Tengo tantas inhibiciones que a veces me pregunto si realmente existo".

 

Cuando logró notoriedad internacional durante los años 60, ya había trabajado en películas notables como El quinteto de la muerte, de Alexander Mackendrick, historia de unos delincuentes que se alojan en una pensión regenteada por una simpática anciana con el objeto de robar un carro blindado.

 

O Lolita, de Stanley Kubrick, adaptación del libro de Nabokov, en la que comparte reparto con James Mason, Shelley Winters y Sue Lyon, esa mezcla de ingenuidad y doblez, encanto y vulgaridad, quien anima el personaje central de la novela que nadie osaba rodar.

 

Obras que hizo antes de que dos filmes sucesivos, Doctor Insólito, de Kubrick, y La pantera rosa, de Blaque Edwards, cimentaran su prestigio y demostraran sus cualidades natas para el humor paródico.

 

En las 44 películas que intervino, Sellers creó gran número de personajes memorables y en cada uno de ellos desplegó su maestría en la sátira y su implacable observación de las fallas de su prójimo.

 

Para Sellers, los dobles y triples papeles en una cinta era pan comido. Así, en Doctor Insólito, hizo de discreto oficial de la RAF, ex científico nazi y presidente de los Estados Unidos. Y hubiera interpretado un cuarto personaje, pero tuvo que desistir al romperse una pierna durante el rodaje.

 

Si le parecía poco, subía la parada. Como en Lechos mullidos y duras batallas, de Roy Boulting, que cuenta la historia de una casa de prostitución en el París de la II Guerra Mundial, donde asume seis roles: príncipe japonés, mariscal francés, Adolfo Hitler, espía británico, agente de la Gestapo y presidente de la República.

 

Tour de force que repetirá en La verdad desnudísima, del realizador británico de origen italiano Mario Zampi, en la que asume seis caracterizaciones. Aunque sin poder igualar la marca de su ilustre colega y compatriota Alec Guinness, otro maniático de las máscaras, quien, en 1949, interpretó ocho papeles en Ocho sentenciados, uno de los mayores éxitos de la comedia negra inglesa y del realizador Mackendrick.

 

El más famoso de sus roles fue, sin discusión, el del torpe inspector Clouseau, de la serie La pantera rosa, creada por el realizador Blake Edwards. Un policía totalmente ineficaz y algo embustero que, si rara vez resolvía los casos confiados por sus superiores, siempre de forma sistemática se granjeaba el favor de un público que nunca le escatimó carcajadas.

 

De ese sabueso -con algo de Colombo y Jerry Lewis-, Sellers rodó tres películas e iba a comenzar una aventura más cuando murió. Al principio se pensó que Edwards había abandonado el proyecto. Pero, dos años después, tuvo la idea de realizar el filme valiéndose de algunos ensayos rodados con Sellers, trozos de escenas de otras películas de la serie que habían sido suprimidas y mucha imaginación. Algo que da idea de lo que había gustado el personaje.

 

Es decir, al desaparecer el actor, desaparecía el personaje, pero no su leyenda, pues un nuevo agente del orden se encargaba de buscar cinematográficamente al despistado polizonte. Clouseau se había perdido por alguna parte y nada más lógico que se le buscara.

 

Preocupado sinceramente por conocerse a sí mismo, Sellers recurrió a los psicoanalistas, las ciencias ocultas y la religión. Sin olvidar que descubrió el yoga al rodar una película sobre los hippies, en Los Angeles, y desde entonces lo practicó siguiendo los doctos preceptos de un afamado gurú de moda.

 

Hombre de mente muy complicada, en más de una oportunidad se vio envuelto en extraños episodios. Como el ocurrido durante el rodaje de Casino Royale, época en que estaba en la cumbre. Se negó a trabajar con Orson Welles y fue necesario filmar por separado las escenas en que aparecían juntos.

 

Sencillamente se sentía acobardado por tener que actuar frente a Welles y transformó el temor en antipatía antes de conocer siquiera al creador de El ciudadano. Y no sólo se conducía así por ese motivo, sino que le aterrorizaba que Orson no le fuese a encontrar gracioso.

 

Al igual que otros actores, también incursionó tras la cámara. En esta ocasión con Mr. Topaze, remake de uno de los grandes éxitos de John Barrymore, pero que, en su caso, poco o nada le aportó como actor y muchísimo menos como realizador.

*Historiador y crítico de cine. Autor del primer Diccionario de cine de América Latina.

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