Los chicos del orfanato de Nizhni Lomov saben convertir los sueños en realidad

© RIA Novosti . Artem MarkinLos chicos del orfanato de Nizhni Lomov saben convertir los sueños en realidad
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Debido a ciertas razones, no puedo levantar más de 3 kilos. Es muy incómodo y a veces te sientes incapaz de valerte por tus propios medios. Llevo viviendo así un año y todavía no me acostumbro.

Debido a ciertas razones, no puedo levantar más de 3 kilos. Es muy incómodo y a veces te sientes incapaz de valerte por tus propios medios. Llevo viviendo así un año y todavía no me acostumbro. A menudo me da pena de mí misma. Pero después de ver a los niños del orfanato de Nizhni Lomov, tuve vergüenza por mi falta de voluntad…

Lo que más le gustaría a Sasha es saltar a la comba

Cuando Sasha Selivérstova tenía 14 meses, su padre la tiró por el balcón de la cuarta planta, porque le irritaba el llanto de su hija. Mientras, su madre dormía borracha, y sólo se enteró a la mañana siguiente. Sasha se fracturó la espina dorsal y quedó paralítica.

Al padre lo metieron en la cárcel y a la madre le restringieron la patria potestad. Siguió emborrachándose, mientras la niña se desmayaba de hambre. Cuando Sasha cumplió 11 años, a su madre pedió totalmente  la patria potestad y la niña pasó al cuidado de las entidades estatales para menores. Le buscaron una familia, que ya tenía otros 4 niños adoptivos.

Pero su vida mejoró muy poco: la madre adoptiva le golpeaba con frecuencia y le cambiaba la ropa únicamente antes de la visita de los trabajadores sociales. Sólo le interesaba el monto de la pensión que le correspondía a la niña en calidad de minusvalía. Un día, la profesora que le daba a Sasha clases a domicilio vio los moretones que tenía por todo el cuerpo y avisó a la policía.

 “Entonces vivía en la ciudad de Vólogda y me mandaron a un centro de rehabilitación”, recuerda Sasha. Mientras arreglaban los papeles para enviarme a este orfanato, una de las enfermeras, Svetlana Vladímirovna, me llevó a vivir a su casa. Fue ella quien luego me trajo aquí, a Nizhni Lomov”.

Sasha vive en el orfanato desde hace 7 años; ahora tiene 17. Sabe lo le que ocurrió siendo muy  niña y sabe también que hace 5 años murió su verdadera madre.

Es una chica muy tranquila, comunicativa y sensata, no se aburre nunca. Encima de su cama tiene un pequeño televisor y se dedica a ver programas sobre viajes y a escuchar largas horas música descargada en su teléfono móvil. Pero lo que más le gustaría es saltar a la comba.
De todos los alumnos de este internado Sasha Selivérstova es la única que nació completamente sana. Los otros 49 niños que viven aquí nacieron con defectos físicos.

Los padres abandonaron a la mitad de ellos en la clínica de maternidad

Son 50 y a la mitad de ellos los padres los abandonaron en la clínica de maternidad. A Víktor Kochkin, de 20 años, y Danil Anastasyin, de 15, también. Los chicos tienen malformaciones de las piernas. Aquí, en el internado, son verdaderas estrellas de la tele, participaron en el concurso “Un minuto de Fama” y han llegado a la final. Podrían perfectamente ganar un millón de rublos, es decir, unos 35.000 dólares.

“Yo personalmente no participo por el dinero, cuenta Víktor Kochkin, simplemente era mi sueño e hice todo lo posible para que se hiciera realidad. Cuando tenía 7 años, en un campamento de verano vi a unos chicos mayores bailar breakdance. Me quedé enganchado: soñaba por las noches que estaba bailando”.

Y Víktor, junto con otros chicos del internado, empezó a entrenarse: primero fortalecieron los músculos y luego empezaron a aprender los movimientos.

Antes eran 5, pero después 3 ellos fueron adoptados y dos de ellos ahora viven en Estados Unidos. Víktor y Danil tardaron 3 años en preparar su presentación para el concurso “Un minuto de Fama”, miraban vídeos en Internet, copiaron  los pases y seleccionaron la música.

 “¿Del programa? Me acuerdo que estaba muy nervioso y además estuvo Vladímir Putin en el rodaje y nos dio su apoyo”, cuenta Danil.

Después de haber salido en la televisión nacional, Víktor decidió buscar a su madre a través de una red social de antiguos alumnos. Esperaba que hubiera visto su actuación.

“Le escribí“: “Si es mi madre, dígame con honestidad”. Me dijo que lo era y también me dijo que no esperaba que yo la encontrara. Y que no me buscaba, porque creía que vivía en alguna familia adoptiva en Estados Unidos.

Al día siguiente de conocer a su hijo por Internet, su madre borró toda la información personal y quitó todas las fotos de su perfil.

Los alumnos del internado suelen buscar a sus padres biológicos por su cuenta: los domicilios están indicados en sus fichas porque es una información que no es confidencial.

Vania Pchélnikov ha escrito en varias ocasiones a su casa, pero de momento no ha obtenido respuesta.

Un “niño de cristal” que canta

Vania tiene 14 años y padece una enfermedad muy rara, el síndrome de Ellis van Creveld, que hace que sus huesos sean muy frágiles. Se suele llamar a los pacientes con este trastorno “de personas de cristal”. Dependiendo de lo grave que sea el caso, un hueso puede fracturarse incluso al cambiarse de ropa o bajo el peso de una manta.

Vania se mueve en una silla de ruedas. Al “niño de cristal” le encanta cantar y ha ganado muchos concursos regionales.
 “A mí me gustan muchos estilos, menos el rock, no es lo mío”, cuenta Vania.

Ahora tiene un problema, le está cambiando la voz, cosa normal para los chicos de su edad. Para conservar la voz, la tiene que cuidar. Por otra parte, Vania no quiere ser cantante profesional, simplemente tiene muchas ganas de cantar. Lo que quiere ser, es contable.

Al cumplir 18 años, los alumnos del internado pueden seguir estudiando en el Colegio internado de Mijáilovsk, en la provincia de Riazan. La manutención corre a cargo del Estado y pueden recibir formación profesional como informáticos, contables o economistas.

Algunos entran en la Universidad de Ciencias Sociales y Humanitarias de Moscú. Éstos tienen fama de ser los más listos de todos.

Algunos de los antiguos alumnos del internado trabajan en Moscú y en San Petersburgo y trabajan como contables o juristas; e incluso hay un editor de una revista literaria. Todos están en contacto con el internado, por teléfono y por Internet.

Sasha Shulchev llama de la ciudad estadounidense de Austin, donde en 2007 a la edad de 15 años le pusieron prótesis en las piernas. La familia que lo acogía durante las operaciones, acabó adoptándole y ahora estudia para ser diplomático.

Kristina Alexándrova, de 18 años, no ha decidido todavía qué profesión quiere tener, puede que diseñadora de páginas Web o se dedique al mundo de la costura.

Los gitanos vinieron a buscarla

A Cristina las educadoras  la llaman “nuestra gitanilla”. A sus padres les quitaron la patria potestad cuando la niña era todavía muy pequeña.  Tiene parálisis cerebral, pero sueña con aprender a bailar danzas orientales.

 “Antes no caminaba en absoluto y aquí ya me he podido levantar de la silla de ruedas”, cuenta Cristina. “Ello prueba una vez más que podemos conseguir lo que queramos y hemos de tener confianza en nuestras fuerzas”.

Cuando la chica tenía 16 años, a por ella vino un todo un clan gitano. Estaban su abuela y su hermana mayor. La abuela le trajo unos pendientes de oro y la persuadía de marcharse con ellos, pero Cristina se negó rotundamente.

 “No es que se hayan acordado de mí tan tarde y esté enfadada con ellas. Simplemente son gente desconocida, no tenía nada de qué hablar con ellas. Y no me ofendo, en absoluto, tenemos que saber perdonar”.

Saber perdonar es lo que enseña a estos niños el sacerdote de la Catedral de la Asunción de Nizhi Lomov, Serguei Shumílov. Viene a diario al internado y habla a los chicos de la Biblia, de los Mandamientos de Jesucristo y oficia misas en una habitación asignada para este propósito.
 “La palabra de Dios se pronuncia para quienes deseen oírla. Por eso voy a venir aquí las veces que haga falta”, señala.

 “Para querer a estos niños, no hay que verles desde fuera, sino desde dentro de sus personalidades”

Junto con el Padre Serguei, el personal del orfanato, los profesores, educadoras, cocineros y enfermeras están dispuestos a hacer cuanto esté en su mano para estos niños. Son 30 los adultos que trabajan en este internado.

Casi todos que vinieron aquí una vez se quedaron a trabajar 15 años, como mínimo. La educadora  Elena Elistrátova, por ejemplo, lleva trabajando en el orfanato 22 años.

Ha organizado un círculo teatral, con el que ha viajado con sus espectáculos a otras ciudades. Elena, en marzo de 2011, ocupó en el concurso nacional de trabajadores sociales el segundo lugar en la nominación a “la mejor educadora”.

“Estaba nerviosísima al subir al escenario”, recuerda. La misma sensación de miedo que hace 22 años, me daba miedo dar mi primera clase a los niños.

Aquí la historia de cada adulto merece atención especial, pero todos creen que no hay niños ajenos. Y cada año en la fiesta final lloran junto con los antiguos alumnos.

La Directora del internado, Tatiana Peremyshlina, consiguió que en 2006 se abriera un centro de rehabilitación para los jóvenes minusválidos, donde hasta la edad de 25 años permanecen aquellos jóvenes a los que la enfermedad todavía les impide llevar vida autónoma.
Ayudan en el internado en la medida de lo posible, en la cocina, a ordenar las habitaciones y a cuidar de los pequeños.
En general, aquí a los niños lo primero que se les enseña es ayudar a los más débiles.

Y para los adultos que vienen a trabajar en el internado hay una condición.

Siempre les digo: para querer a estos niños no basta con mirarles desde fuera, hay que hacerlo desde el interior de la personalidad de cada uno, concluye la Directora del centro, Tatiana Peremyshlina.

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