Nosotros, los corresponsales de RIA Novosti, Yulia Popova y Evgueni Makarévich, llegamos a Pekín muy tarde por la noche el 3 de junio para participar en la carrera automovilística que se realiza en el marco del Año de Turismo Ruso en China.
Un equipo compuesto por quince rusos y diez chinos, todos periodistas de prensa escrita, radio y TV, arrancarán el 5 de junio los motores de diez todoterrenos ligeros de la familia de Great Wall de fabricación china y saldrán hacia la capital rusa.
El evento organizado por la asociación rusa Mundo sin Fronteras y la Dirección Estatal para el Turismo de China se inicia en la céntrica plaza de Tiananmen en Pekín, pero antes los organizadores nos invitan a conocer la ciudad.
Como es lógico, el primer punto de la visita obligatoria es la Gran Muralla China. Por el camino nos damos cuenta de dos ‘curiosidades’ bastante desagradables de Pekín: la primera es una densa niebla, resultado de la polución, que envuelve la ciudad durante día y noche desapareciendo solo de vez en cuando. La segunda, una baja cultura vial en las calles de la capital china: los conductores en Pekín no corren mucho pero tampoco respetan a los que están en la carretera a su alrededor.
La antigua fortificación china produjo en nosotros una impresión ambigua. Se debe seguramente a que es difícil de sorprender al hombre moderno, estamos saturados de impresiones. Quizás por esto algo muy visto en las fotos y por la televisión resulte menos impresionante cuando lo ves “en directo”. Pero si uno se imagina que en lugar de llegar en un autobús confortable ha llegado hasta la muralla atravesando bosques y montañas y de repente, tras subir una colina, la tiene delante hasta donde llega la vista, parece una maravilla. Para sentir mejor la grandeza de la Muralla es mejor hacer el último tramo hasta ella andando, sin usar el teleférico.
Algo decepcionante resulta saber que la mayor parte de lo que se ve de la muralla es una reconstrucción, ya que poco queda de la construcción original. Aun así, los turistas no dejan de realizar un constante ‘peregrinaje’ hasta una de las siete maravillas del mundo.
Después de la quietud de la Gran Muralla el gran mercado Yabaolu nos ensordece con su ruido. Es todo un barrio lleno de tiendas que venden al por mayor y al por menor. Lo bautizaron ‘la pequeña Rusia’ ya que aquí viven muchos rusos y la mayoría de los vendedores hablan nuestro idioma. Esto nos facilita mucho las compras porque en China es costumbre regatear. El precio inicial podrá bajar el doble, pero aun así en Yabaolu es fácil gastar todo hasta el último yuan: así de apasionante resulta el proceso.
Para no ceder a la tentación tomamos un taxi de los que pasan por las calles de Pekín uno tras otro. Pero a los taxistas, por alguna extraña razón, no les gusta llevar a los extranjeros. El primero que paramos se marcha al oírnos hablar. Luego se detiene un taxi con una mujer al volante que nos invita a subir tras estudiar durante unos segundos la tarjeta del hotel. Parece que las mujeres taxistas en la capital china son más valientes que sus colegas hombres.
Para conducir en China es necesario tener el permiso local, ya que el internacional aquí no es válido. Los ciudadanos extranjeros suelen tardar mucho en obtenerlo pero nosotros, gracias a la gestión de los organizadores de la carrera, conseguimos tramitar los permisos temporales en un día. Todas las formalidades están hechas y nos esperan miles de kilómetros de carretera por delante.
