Medvédev y Lukashenko acuerdan tablas en Minsk

© RIA Novosti . Ekaterina Shtukina / Acceder al contenido multimediaDmitri Medvedev y Alexandr Lukashenko
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La visita de Dmitri Medvédev a Bielorrusia aparentemente parecía una excusa para recibir las felicitaciones oficiales por su nuevo cargo honorífico como presidente del Consejo de Ministros de la Unión Rusia-Bielorrusia.

La visita de Dmitri Medvédev a Bielorrusia aparentemente parecía una excusa para recibir las felicitaciones oficiales por su nuevo cargo honorífico como presidente del Consejo de Ministros de la Unión Rusia-Bielorrusia.

La publicación del orden del día de la reunión prevista con el presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, y con el primer ministro, Mijail Miasnikovich, que incluía la discusión del presupuesto y de los intercambios en el sector energético, no prometía grandes novedades. Pero sea cual sea el nivel de aburrimiento que contiene la agenda, estas cumbres siempre tienen su punto de interés, fundamentalmente porque sus actores principales –condenados a verse al menos dos veces al año- están siempre dispuestos a echar leña al fuego en los habituales rifirrafes verbales que preceden las cumbres.

Una primera muestra de la tormenta que se podía avecinar la tuvimos con declaraciones un tanto subidas de tono por ambas partes. Lukashenko, a modo de ensayo general, anunció un día antes del encuentro que estaba preparado para revisar las relaciones con la empresa rusa Uralkali, que posee el 50% de las acciones de la Compañía Bielorrusa de Potasio, una de las pocas “joyas” bielorrusas cuya producción tiene salida en los mercados extranjeros.

De acuerdo con la información de la que dispone RIA Novosti, la insatisfacción de Lukashenko estaría motivada por el hecho de que “en la empresa consideran que a día de hoy el reparto de los mercados entre los rusos y los bielorrusos es bastante injusto”.

En respuesta, desde Moscú se sugería la lectura en profundidad de la información proporcionada por el Comité Estadístico Nacional de Bielorrusia, de la que se desprendía que, solo de enero a marzo de 2012, Bielorrusia había tenido unos ingresos de 2.181.480,6 de dólares por la exportación de “disolventes”. De estas sospechosas partidas de “disolventes”, 2,410 millones de toneladas del total de 2,411 millones fueron exportadas a países de la Unión Europea. En concreto a Holanda, cuyo liderazgo los expertos atribuyen a las compras realizadas por ciertas empresas registradas en la bolsa de Rotterdam (con posible participación de capitales procedentes del espacio postsoviético), así como hacia Letonia y Lituania, donde existen empresas especialmente creadas a este fin.

En Moscú se sospecha –y, al parecer, no sin fundamento- que tras la rúbrica de “disolventes” lo que se esconden son simplemente productos derivados del petróleo, elaborados en refinerías bielorrusas con petróleo de origen ruso. En virtud de los tratados de la Unión ruso-bielorrusa, las exportaciones de petróleo de Rusia a Bielorrusia se benefician de una deducción de los aranceles de exportación rusos. Sin embargo, esta deducción debería ser devuelta en caso de una nueva exportación de ese petróleo ruso. Pero como no es petróleo sino “disolventes”, resulta que no se devuelven esas cantidades.

Y sin embargo no se ha declarado una guerra abierta, lo cual constituye la conclusión final habitual de este tipo de cumbres y una de las claves para entender la extraña naturaleza de la Unión ruso-bielorrusa.

En público al final nadie dijo absolutamente nada sobre estos problemas. El Ministro ruso de agricultura se encargó de minimizar los problemas en este campo, aduciendo que no hay más que diferencias de enfoque a la hora de elaborar las estadísticas del sector. Sobre la Compañía Bielorrusa de Potasio, Medvédev se limitó a manifestar su preferencia por una pronta privatización de la empresa.

Sobre la cuestión de los “disolventes”, fuentes oficiales se limitaron a comentar que los representantes de ambos países habían hablado pero sin resultados aparentes. Y, por último, a pesar del retraso del ritmo de privatización en Bielorrusia con respecto a la liberación de los tramos de ayuda financiera de la Comunidad Económica Euroasiática, Minsk logró una promesa firme sobre los fondos correspondientes al cuarto tramo por valor de 440 millones de dólares.

Los expertos consideran el resultado más destacable de la cumbre el acuerdo para la construcción en Bielorrusia de una central nuclear con dos reactores. En el marco de este proyecto, Rusia concederá a Bielorrusia un crédito por valor de 10.000 millones de dólares. A pesar de que se trata de un crédito condicionado, el director de la Agencia bielorrusa de Información Financiera, Oleg Muslovets, considera que unos 3.000 millones irán a otros sectores de la economía.

Pero no es esta la única virtud del proyecto. Muslovets opina que, para Lukashenko, es psicológicamente muy importante ser el líder de un país con una central nuclear.

No obstante, la demanda de energía en Bielorrusia es tal que la central planeada podrá satisfacer sólo un 25%. Por eso el acuerdo es sobre todo importante para Moscú, que podrá controlar todo el sistema de generación de energía eléctrica de origen nuclear en sus fronteras occidentales, ya que la central nuclear del báltico en el distrito de Neman de la región de Kaliningrado ya está en construcción.

Sin embargo, incluso este gran avance parece insuficiente para que ambas partes olviden las querellas habidas en sus difíciles relaciones personales. Sobre todo teniendo en cuenta la buena memoria para estas cosas que tienen los líderes de la unión ruso-bielorrusa. Mucho más si tenemos en cuenta que, en la cuestión de los “disolventes”, estaríamos hablando de aproximadamente 1.000 millones de dólares al año. Si multiplicamos esta cifra por el número de años en los que se ha llevado a cabo esta práctica, se podría fácilmente alcanzar una cantidad perfectamente comparable a la del crédito para construir la mencionada central nuclear.

En opinión de Muslovets, el fundamento económico de la buena disposición de Moscú hay que buscarlo más bien en la cuestión del potasio: la conservación de las posiciones adquiridas por Uralkali en el gigante bielorruso –una empresa de importancia mundial- supera con creces las pérdidas provocadas por las triquiñuelas de los bielorrusos con los derivados petrolíferos. Esas ventajas, sin embargo, Rusia ha de pagarlas a un precio a todas luces excesivo.

No es la primera vez que se declara muerto y sepultado este proyecto de hermandad ruso-bielorruso. Y es cierto que ningún experto serio apostaría por su reanimación ni siquiera un rublo bielorruso. Sobre todo después de que de modo paralelo a este proyecto de integración con dos socios haya aparecido otro proyecto a tres bandas: la Comunidad Económica Euroasiática. Y sólo por el hecho de que, en esta segunda unión, es más factible diluir los ataques de actividad de Minsk, ya estaría justificada.

Así que, como cuenta el profesor de la MGIMO Andrei Suzdaltsev, Medvédev llega a Minsk y, en el marco de las relaciones de esa Unión ruso-bielorrusa, abronca a sus socios por el tema de los derivados del petróleo y por los fallos de la defensa antiaérea bielorrusa –en la que Rusia ha gastado mucho dinero- porque han dejado que unos aviones procedentes de Suecia lanzaran sobre territorio bielorruso muñecos de peluche “por la libertad”. Pero sólo obtiene como respuesta un silencio que tiene algo de desafío, porque en Minsk hace tiempo que dejaron de afectarles ese tipo de reproches y lo único que esperan es el desembolso de la siguiente cantidad de dinero.

“Rusia ha caído como en una trampa. Y Lukashenko ahora puede hacer sus chantajes usando también la Comunidad Euroasiática”, opina Suzdaltsev. Se han puesto demasiadas esperanzas y muchos esfuerzos en el proyecto euroasiático como para ponerlo ahora en peligro irritando al que se considera socio menor de la unión.

Ocurre además que se hacen apuestas también de más alcance, que no tienen que ver con Kazajstán y Bielorrusia. Estamos hablando de Ucrania, a la que se intenta atraer al baile con Rusia. Y ya se sabe que, en ese tipo de presentaciones, no se arman escándalos (y uno no se lamenta por los miles de millones que ha perdido).

Para el politólogo bielorruso Valeri Karbalevich, la reactivación de los socios de la Unión ruso-bielorrusa viene dada también por una cierta inercia: “La campaña electoral rusa tuvo un fuerte componente antioccidental, en la que encajaba muy bien Bielorrusia. Ahora quedaría un poco mal decirle a Lukashenko todo lo que piensan de él, sobre todo porque esa atmósfera antioccidental sigue ahí, y Lukashenko lo sabe”.

Cuestión diferente es que el propio Lukashenko tiene ahora menos necesidad de recurrir a la retórica antioccidental, en total concordancia con los cambios de rumbo de su política exterior. Ahora no le viene bien una guerra con Moscú. Pero su interés por la paz está en relación inversa de lo que le podría interesar a Rusia, porque en estos equilibrios tan poco naturales, está la clave de su bienestar material.

Dentro de dos años se cumplirán veinte desde que las relaciones de la hermandad ruso-bielorrusa se empezaron a desarrollar de acuerdo con este guión. No es sino una ley básica de las relaciones simbióticas: cuanto más fuerte aprieta el nudo una de las partes, con más fuerza se une a la otra parte. Y la cosa no sale mal: al menos a juzgar por los muchos miles de millones que se pueden conseguir en una sola sesión del Consejo de Ministros de la Unión.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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