La figura del lector de tabaquería surgió en La Habana hacia finales de 1865. Inspirado en la media hora de lecturas que recibían los presos en las galeras del Arsenal de La Habana —un astillero que empleaba a presidiarios como mano de obra—, el político e intelectual cubano Nicolás Azcárate tuvo la idea de replicar ese empeño en las fábricas de tabaco, primero como recurso pedagógico para dar a conocer entre los aprendices los métodos para elaborar un buen tabaco, luego como procedimiento para aliviar las tediosas jornadas de quienes se esmeraban en convertir las hojas curadas de la 'nicotiana tabacum' en un deleitoso habano listo para fumar.
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El experimento se inició en la tabaquería El Fígaro, en La Habana, el 21 de diciembre de 1865 y pronto fue replicado por los torcedores de otras fábricas. El 9 de enero de 1866 se realizó la primera lectura en la fábrica del catalán Jaime Partagás —por mencionar una marca conocida donde la tradición se mantiene hasta hoy— y hacia finales de mayo de ese año las principales tabaquerías de La Habana ya tenían su lector.
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De ahí que por "distraer a los operarios de las tabaquerías, talleres y establecimientos de todas clases, con la lectura de libros y periódicos, y con discusiones extrañas al trabajo que los mismos operarios desempeñan", el Gobierno de la isla prohibiera la lectura en las tabaquerías, y aunque en algunas fábricas se violaba la interdicción, las mismas quedaron definitivamente suspendidas al estallar la Guerra de Independencia en 1868.
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Desde entonces "la mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad", como reconoció José Martí, el organizador de la siguiente y última guerra de independencia en la isla.
De hecho, el mensaje enviado por Martí desde el exilio con la orden de iniciar el 24 de febrero de 1895 el alzamiento definitivo contra España llegó a Cuba camuflado dentro de un tabaco.
Del convento a las tabaquerías
Si en la Edad Media la escasez de manuscritos en los conventos obligaba a la lectura en voz alta para compartir la información entre los clérigos, muchos años después el lector de tabaquería retomaría esa costumbre milenaria en un ambiente de trabajo que por su esencia manual y por el silencio reinante semejaba a un monasterio.
Sentado en una silla situada en un entarimado en la parte central de la galera —se le llama así en recuerdo de la inspiración carcelaria de Nicolás Azcárate—, posición que lo elevaba por encima de los torcedores de tabaco, el lector de tabaquería les informaba en las mañanas de las noticias publicadas en diferentes órganos de prensa y en las tardes los seducía con textos literarios elegidos por los propios trabajadores.
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De algunos de aquellos textos saldrían los nombres de famosas marcas de tabaco cubano. La tragedia de William Shakespeare 'The Most Excellent and Lamentable Tragedie of Romeo and Juliet' sirvió para bautizar a los habanos Romeo y Julieta en 1875; de las aventuras de Edmundo Dantés narradas por Alejandro Dumas en 'El conde de Montecristo' saldría la marca Montecristo, creada en 1935 por las familias Menéndez y García.
Hacia los años 50 otro artilugio técnico, el micrófono, devino en valioso auxiliar del lector de tabaquería. Con el triunfo de la Revolución cubana en 1959 el lector dejó de vivir de la cooperación convenida por sus compañeros para recibir un salario como un trabajador más, y con la creciente incorporación de la mujer cubana a la vida laboral algunas pasaron a desempeñarse como lectoras, al punto que actualmente son mayoría en una labor a la que aportan su capacidad de sacrifico y la serena concentración que demanda la lectura.
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK