Cuatro proyectos nacionales de carácter prioritario - Sanidad, Educación, Vivienda y Agricultura - no han aportado en este último año frutos tangibles para la población de Rusia, en gran medida, porque Vladímir Putin ha usado aquéllos para prepararse un sucesor, y en menor grado para resolver los problemas sociales.
En una primera etapa, el mandatario ruso mantuvo esos programas bajo control personal pero, dos meses más tarde, en noviembre de 2005, ascendió al responsable de los proyectos nacionales, Dimitri Medvedev, al rango de vicepresidente primero del Gobierno. El titular de Defensa Sergey Ivanov fue elevado en las mismas fechas a la condición de subjefe del Gabinete. Estos nombramientos dieron origen a la hipótesis de que ambos funcionarios - respectivos representantes del ala liberal y de los cuerpos de seguridad en el entorno presidencial - son los candidatos para sucederle a Putin en 2008.
Los proyectos nacionales se convirtieron de este modo en un terreno donde Medvedev tenía que demostrar la superioridad sobre el hipotético adversario. Los expertos locales coinciden en que precisamente ahí pudo adquirir cierta fama entre la población y un nivel de confianza que últimamente oscila en torno al 8-10%, igual que en el caso de Ivanov.
Al mismo tiempo, entre el 35% y el 47% de la población rusa califica los cuatro proyectos nacionales como poco exitosos, frente al uno o el tres por ciento que defiende la opinión contraria. Los observadores atribuyen el fracaso a la fuerte campaña de propaganda que, desde un principio, intentó presentar esas iniciativas como posibilidad de mejora real en plazos reducidos. El Gobierno había elevado demasiado el listón y, con ello, se colocó a sí mismo en un atolladero generando un alto porcentaje de descontentos y la desconfianza hacia los proyectos. También es cierto que las autoridades no podían haber actuado de otra manera, puesto que en los proyectos nacionales, al margen de los obvios objetivos sociales, se sustenta la denominada Operación Sucesor.
