La nueva correlación de fuerzas en el mundo obliga a Rusia a cambiar de rumbo

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A principios del siglo XXI el balance de fuerzas en el mundo cambió: el Oriente comenzó a ganar peso. Rusia, al fin y al cabo, se ha dado cuenta de que estos cambios globales suponen para ella unos desafíos importantes, imposibles de contrarrestar por la mera retórica sobre el mundo multipolar.

¿Es Rusia impredecible? Así lo parece, aunque tampoco es bueno exagerar. En muchas ocasiones, el caos aparente es la evolución lógica de leyes  internas. Además, ¿acaso es más predecible el resto del mundo? Los dos últimos decenios hemos visto reiteradamente fracasar todo tipo de pronósticos. Hemos aprendido a vivir sin planear, y a estar preparados para todo tipo de cambios. Esta columna está destinada a comentar los retos a  que se enfrentan los pueblos y países en la época de incertidumbre global.

 

Esta semana Vietnam acogerá la cumbre Rusia-Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (la ASEAN, según sus siglas en inglés) con participación del presidente de Rusia, Dmitri Medvédev.

Además el jefe de estado del país euroasiático tiene prevista una visita a Seúl para asistir a la reunión del G-20. Hace poco estuvo en China, en julio en la ciudad rusa de Jabárovsk, situada a unos 30 km de la frontera china se celebró una reunión a gran escala para los problemas de Asia presidida por el mandatario ruso. En marzo pasado el primer ministro del país, Vladímir Putin, visitó la India, y a finales del año pasado Medvédev visitó Mongolia y Singapur, mientras Putin estuvo en China. Moscú obviamente está poniendo un énfasis en sus relaciones con Asia.

Es una lástima que no lo hubiera hecho antes. Tradicionalmente el punto de referencia para la política exterior de Moscú había sido Occidente y las relaciones con el resto del mundo eran determinadas por las peripecias de coexistencia con Europa y EEUU.

Sin embargo, a principios del siglo XXI el balance de fuerzas en el mundo cambió: el Oriente comenzó a ganar peso. Rusia, al fin y al cabo, se ha dado cuenta de que estos cambios globales suponen para ella unos desafíos importantes, imposibles de contrarrestar por la mera retórica sobre el mundo multipolar.

La verdad sea dicha, Rusia no es el eslabón fuerte en la cadena de política asiática. En el espacio atlántico, eso sí, Moscú, a pesar de los trastornos de las últimas dos décadas, queda como un jugador influyente al que no se puede desdeñar.

En Asia sus posiciones son mucho más débiles, sobre todo en comparación con el gigante emergente China, la India con su desarrollo frenético e incluso la dinámica y ambiciosa Corea del Sur o con países de la ASEAN.

Desde el punto de vista económico, el Extremo Oriente es un territorio problemático, cuyo desarrollo  requiere esfuerzos enormes. Desde el punto de vista político, Rusia nunca ha sido considerada en la propia Asia como un país asiático, la membrecía en los numerosos foros de la región le otorga influencia es más bien formal que real.

Es una posición bastante peligrosa, tanto más que Asia, posiblemente, llegará a convertirse en el principal escenario estratégico del siglo: en lo que se refiere a los aspectos económico, político y militar. De fracasar Moscú su propósito de aumentar la presencia en Asia, correrá riesgo de quedar al margen del mundo o, más aún, de convertirse en el objeto de especulaciones en la posible confrontación entre dos potencias de la región Asia-Pacífico más influyentes, China y EEUU. A juzgar por la creciente actividad, las autoridades rusas se dan cuenta de los riesgos potenciales y están buscando cómo evitarlos.

Rusia, ante todo, necesita una estrategia omnicomprensiva, que incluya tanto las medidas para el desarrollo del Extremo Oriente ruso, como para el posicionamiento global de Rusia en Asia. Son dos objetivos estrechamente interrelacionados. Para desempeñar un papel digno en Asia, Rusia tiene que desarrollar sus territorios asiáticos, lo que requiere, a su vez, la participación de socios extranjeros.

Las relaciones con los países de la región Asia-Pacífico han de ser diversificadas, ya que la aproximación con China sólo entraña problemas de carácter tanto político, como psicológico. Está claro, que la presunta infiltración de millones de chinos en Siberia, que provocó pánico en Rusia hace un par de años, no es nada más que unos rumores exagerados. Sin embargo, queda patente el creciente desbalance económico entre Rusia y China, que puede provocar la reorientación de hecho de la parte asiática de Rusia hacia China, manteniéndose la formal jurisdicción de Moscú. El desarrollo sostenible será posible solo a condición de que la participación china sea equilibrada por inversiones y proyectos de otros estados: EEUU, Japón, Corea del Sur, Singapur, países europeos, etc.

Si la región de Asia-Pacífico llega a desempeñar en el siglo XXI el papel que desempeñó Europa en el siglo XX, tendrá muchos retos a enfrentarse. Antes de alcanzar la paz de hoy, Europa pasó por dos devastadoras guerras mundiales y unos 40 años de confrontación entre diferentes sistemas políticos, que por poco se desemboca en una guerra.

El potencial conflictivo de Asia es muy alto. Las relaciones entre las potencias clave de la región están plagadas de hostilidad y disputas territoriales con una historia larga.

Hay además una nación dividida en dos, una fuente de colisiones peligrosas – y es la península de Corea. Tampoco está claro el futuro de las relaciones entre los EEUU y China, que se caracterizan por una interdependencia muy profunda y no deseada, que limita con “destrucción mutua asegurada”, y pueden resultar en una competencia muy tensa.

Y a diferencia de Europa, que dispone de mecanismos de mantenimiento de arquitectura de seguridad, aunque no siempre perfectos, Asia tendrá que crearlos prácticamente desde cero.

Todo ello hace la tarea de Moscú aún más difícil y la obliga a buscar unas aproximaciones distintas de las aplicadas en el espacio europeo. Así, por ejemplo, si en la región euroatlántica el Kremlín se opone de manera muy agresiva a la presencia de los EEUU, en Asia ve su presencia política y militar como un elemento estabilizador importante.

Al mismo tiempo, Rusia no puede permitirse ser miembro de cualquier bloque hostil desde el punto de vista de China. Eso incluye, entre otras cosas, el sistema de defensa antiaérea  ruso-estadounidense y la hipotética admisión de Rusia a la OTAN, dos temas, que son muy de moda hoy en día.

El desafío de Asia cambiará el prisma, a través del cual Rusia mira al mundo externo. Por un lado, el enfoque puramente europeo resulta obsoleto, no corresponde a la realidad moderna. Por el otro, las relaciones consolidadas con el Occidente son imprescindibles para que Rusia consiga posiciones seguras en Asia. No es una ecuación fácil, pero Rusia tendrá que resolverla correctamente para salir con éxito en el siglo XXI.

* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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