El costo real de las inversiones extranjeras en Rusia

© RIA Novosti . Alexei Druzhinin / Acceder al contenido multimediaEl primer ministro ruso Vladímir Putin en el Foro Internacional de Inversionistas "Sochi 2010"
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Hace 20 años, el 26 de octubre de 1990, el presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, firmó el decreto “Sobre las inversiones extranjeras en la URSS”, uno de los pasos importantes para la apertura de la economía nacional al capital extranjero.

Hace 20 años, el 26 de octubre de 1990, el presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, firmó el decreto “Sobre las inversiones extranjeras en la URSS”, uno de los pasos importantes para la apertura de la economía nacional al capital extranjero.

Desde entonces, los funcionarios rusos continúan esperando que flujo de inversiones directas desde afuera levante la economía rusa.

A la espera del inversionista extranjero

Actualmente, se considera que el auge inversionista es una de las condiciones principales para la construcción de una economía innovadora en Rusia, pero en los últimos tres años el influjo de capital extranjero (tanto las inversiones directas como de las de cartera) cada vez es menor.

Antes de la crisis del 2008 la tendencia era  diferente: desde 1995 el flujo de capital extranjero a Rusia aumentaba anualmente, y en el año 2007, las inversiones alcanzaron su máximo, de casi 121 mil millones de dólares. En 2008 el capital extranjero disminuyó en más de $17 mil millones hasta $103,7 mil millones, y en 2009 cayó hasta $81,9 mil millones (de los cuales a las inversiones directas les correspondió menos del 20%).

Según cifras, el primer trimestre del año 2010, el total acumulado de inversiones extranjeras fue de unos $266 mil millones de dólares.

La mayor parte de este monto, hasta 50%, es capital pseudo-extranjero, es decir capital ruso transferido a diferentes zonas francas que ahora está volviendo a Rusia.

Esta situación no se puede explicar con un supuesto clima inversionista desfavorable del que suelen quejarse los economistas liberales. Al contrario, según el Informe de la ONU sobre el comercio y desarrollo (UNCTAD) (http://www.unctad.ch/sections/press/docs/pr08038_ru.pdf), para septiembre de 2008,  Rusia ocupaba  el cuarto lugar en la lista de países más atractivos para las inversiones de corporaciones transnacionales., y actualmente, según ratings diferentes, Rusia figura entre 10 países más favorable para la inversión.

Inversión no es sinónimo de beneficencia sino que es el empleo del capital con el objetivo de incrementarlo, y  las empresas extranjeras están dispuestas a invertir dinero en los sectores de la economía rusa más rentables como la extracción de materias primas, pero esos sectores no padecen de hambre financiero y, claro está, no quieren compartir sus ganancias con nadie.

Al mismo tiempo, los sectores de la economía rusa que necesitan capital, como muchos segmentos de la industria nacional no despiertan mayor interés a los inversionistas extranjeros. Tal vez por eso, la mayoría de los proyectos de producción puestos en marcha por las compañías extranjeras en el territorio ruso se limitan al ensamblado de vehículos según el sistema de SKD, y la creación de empresas en la esfera de la industria alimenticia. Se trata de proyectos, en los cuales la producción local es inferior a los gastos logísticos y aduaneros.

Inversiones como factor de destrucción

En realidad, Rusia ya superó el auge inversionista en los años 90, pero el resultado fue diferente del que esperaba el gobierno. Las inversiones extranjeras directas resultaron ser uno de los factores determinantes de la desindustrialización de la economía rusa. Como mostró el Análisis de resultados de privatización del período desde 1993 hasta 2003 elaborado por la Cámara de Cuentas de la Federación de Rusia, (http://www.ach.gov.ru/userfiles/tree/priv-tree_files-fl-6.pdf).

Según ese análisis, las empresas occidentales, aprovechando los puntos débiles en la legislación rusa, se apropiaron o compartieron el capital de empresas de alta tecnología para promover la liquidación de otras empresas rusas competidoras.

Eso ocurrió con muchas empresas de la industria  de defensa, el sector aeronáutico y la   industria electrónica.

La segunda dirección estratégica de las inversiones extranjeras fue adquirir al máximo propiedad intelectual rusa. Según las estimaciones de la Cámara de Cuentas, desde 1992 hasta 2000, las compañías extranjeras registraron en Estados Unidos más de mil patentes de invenciones tecnológicas militares y de doble aplicación elaboradas en la URSS y en Rusia.

Lo mismo ocurrió con centenares, o incluso miles de innovaciones en el campo de  la electrónica, técnica láser, fibra óptica, industria petroquímica y en medicina.

En consecuencia, Rusia perdió sus posiciones no sólo en el mercado mundial, sino también en el mercado interno de altas tecnologías.

Cómo sacar provecho de los errores ajenos

La experiencia mundial demuestra que las inversiones extranjeras pueden llegar a ser una herramienta eficaz para el desarrollo de las economías nacionales y la transferencia de tecnologías.

En este contexto con frecuencia se cita los países del sudeste asiático y Extremo Oriente, sobre todo China.

El ejemplo de los “cinco tigres” (Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) no puede servir de punto de referencia, porque su desarrollo económico fue acondicionado por una política especial promovida por EEUU.

Tras la victoria de los comunistas en China, y ante el temor de que ese régimen se extendiera por todo el sudeste asiático, el gobierno estadounidense promovió intensamente la ayuda  económica y las  inversiones en los gobiernos anticomunistas de la zona.

De esta manera el “milagroso” levantamiento de la economía de Corea del Sur y Taiwán, por ejemplo, en mucho fue financiado por la generosidad política de EEUU.

Durante varios años, más de la mitad (hasta 70-80%) de los  ingresos del presupuesto de  estos países se formó a partir de ayudas a fondo perdido asignadas por el gobierno estadounidense.

Las empresas nacionales asiáticas recibieron  créditos con condiciones altamente provechosas y las corporaciones estadounidenses transfirieron sus tecnologías, sin hacer caso de que sus productos se copiaran sin autorización.

Por esas mismas consideraciones, los países occidentales abrieron sus mercados a los productos de consumo masivo asiáticos considerablemente baratos y de baja calidad.

Pero el ejemplo de China sí es interesante. Al comprender que la economía occidental tenía un interés vital por el mercado de consumo chino y su inagotable mano de obra barata, las autoridades chinas empezaron a dictar a sus socios extranjeros condiciones de cooperación cada vez más estrictas.

Como la creación de empresas en términos de paridad (50% activos extranjeros, y 50% chinos), y la participación de los bancos chinos en el control del flujo financiero de esas empresas conjuntas.

Una vez asimiladas los procesos industriales y tecnológicos básicos, los chinos procedieron a exigir a que en el país se introdujera la producción industrial de ciclo completo, incluyendo las estructuras de Investigación y desarrollo (I+D).

Los países cuya economía está basada en la estrategia del crecimiento económico continuo, se vieron obligados a aceptar esas condiciones, y más tarde, no tuvieron otra opción que hacer la vista gorda ante la producción “pirata” de artículos por parte de las empresas chinas, que además pasaron al robo directo de tecnologías, patentes y otras cosas.

De esta manera, la voluntad política de las autoridades chinas, y la ignorancia premeditada a ciertos “prejuicios”, como la propiedad intelectual y los derechos de autor, convirtieron las inversiones extranjeras en un factor clave para su desarrollo nacional.  

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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