El contencioso de las Islas Kuriles dentro del contexto asiático

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El Embajador de Japón regresó a Moscú. De esta forma terminó la colisión entre los dos países, surgida a raíz de la visita del Presidente de Rusia a una de las Islas Kuriles.

El Embajador de Japón regresó a Moscú.

De esta forma terminó la colisión entre los dos países, surgida a raíz de la visita del Presidente de Rusia a una de las Islas Kuriles.

¿Qué es lo que ha pasado en realidad? Las partes prefieren achacarlo todo a los asuntos internos de Rusia y Japón. Tokio supone que la visita del máximo mandatario ruso tenía por objetivo impresionar al público ruso, es decir, buscaba demostrar que Dmitri Medvédev es un  patriota convencido que vela por cada pulgada del territorio nacional. Moscú, en cambio, destaca que la reacción de Japón fue desproporcionada e inconsecuente.

No quedó claro del todo para qué Japón llamó a consultas a su Embajador en Rusia, que luego regresó a Moscú con demasiada rapidez. Las decisiones tomadas por Tokio parecen ser una respuesta impulsiva no tanto relacionada con el asunto de las islas, sino a toda una serie de confusos episodios de la política exterior japonesa: una extraña pausa en las relaciones con los Estados Unidos, una evidente presión por parte de China y, además, las Kuriles…

Si analizamos esta situación en términos generales, todos los acontecimientos parecen responder a una lógica común: Asia ha entrado en una época de vertiginosos cambios relacionados, en primer lugar, con una creciente influencia de China no sólo a nivel regional, sino también a una escala global.

De acuerdo con el legado de Deng Xiaoping, Pekín a lo largo de años e incluso décadas intentó pasar desapercibido, sin llamar la atención de nadie. Oficialmente, los representantes del país siguen el mismo principio, con frecuencia caracterizando su país como uno “en vías de desarrollo”, que precisará de mucho tiempo para solucionar sus problemas internos. En otras palabras: no hay lugar para grandes ambiciones.

Con todo y con eso, China ha alcanzado un peso e influencia tales que las intenciones mismas de sus dirigentes tienen importancia relativa. El hecho de que el país más poblado del mundo ofrezca unos índices de crecimiento económico de dos dígitos, disponga de reservas en oro y divisas de dos billones de dólares, cuente con inversiones distribuidas por todo el mundo y un creciente presupuesto militar, sin lugar a dudas,  cambia todo el sistema geopolítico internacional.

En estas condiciones, Japón y Rusia se hallan en una situación muy parecida, sin tener, por muy raro que parezca, una estrategia bien pensada ni el entendimiento sobre cuál es su lugar en el continente asiático en los próximos años y décadas.

En los años 80 del siglo anterior Japón era considerado como la superpotencia económica que en breve debería empezar a transformar su poderío económico en peso político. Sin embargo, esa transformación nunca llegó a producirse y desde principios de los 90 el país se ha visto sumergido en una recesión de la que, de hecho, no ha salido a día de hoy.

Y eso que los cambios que se estaban operando en el mundo parecían concederle a Tokio una oportunidad perfecta de conseguir la autonomía política: el mayor peligro desapareció tras la desintegración de la URSS; y Estados Unidos, tradicional patrono de Japón, se dedicó a remodelar otros rincones del planeta.

No obstante, Tokio no logró adaptarse a la nueva configuración geopolítica, porque a finales de los 90 en los cálculos estratégicos estadounidenses apareció el factor chino, aumentando el papel de Japón como un natural contrapeso del gigante asiático.

Por otra parte, la interdependencia económica entre Japón, China y EEUU para aquel momento había alcanzado un grado tal, que el clásico método de contención, lejos de ser eficiente, resultó imposible de aplicar.

Los tres países se vieron inmersos en una tupida red de intereses mutuos y de contradicciones. La crisis económica global puso en duda el poderío económico de Estados Unidos, pero sobre todo, resaltó la posición todavía más sólida de China.

Como consecuencia, el gobierno del primer Ministro Yukio Hotayama, que llegó al poder en Japón en 2009, intentó cambiar la correlación de fuerzas dentro del triángulo, buscando debilitar, aunque fuera ligeramente, la influencia de EEUU y emprender una política regional más independiente, lo que incluía las relaciones entre Japón y China.

El plan fue un completo fracaso y Hotayama tuvo que dimitir. Su sucesor no ha conseguido todavía recuperar del todo la confianza de EEUU y China, percatándose de la confusión reinante en la política japonesa, aumentó bruscamente la presión política y económica.

Japón tampoco tiene una visión clara de la línea de comportamiento que habría de seguir en el futuro. Lo más lógico, quizás, sería volver al papel de aliado incondicional de EEUU en la región, como si fuese una especie de portaaviones imposible de hundir. Sin embargo, a Tokio no le gustaría verse en un momento dado en pleno epicentro de la confrontación entre EEUU y China. Y sobre todo con una Administración estadounidense que no se ha aclarado del todo sobre cómo habría que cambiar su política exterior y qué estrategia habría que seguir en las relaciones con China.

Rusia afronta retos diferentes, pero no por ello menos globales. Moscú siempre ha estado tan centrada en sus relaciones euro-atlánticas que el desplazamiento del peso geopolítico a favor de Asia la ha cogido completamente por sorpresa.

Hasta hace poco la política asiática de nuestro país se limitaba  a consignas que en su mayoría derivaban de los objetivos proclamados en  las relaciones con Occidente.

Y en la actualidad es evidente que si Moscú no elabora estrategia seria para la región asiática, no tardará en convertirse en un mero peón de la estrategia de alguno de los principales agentes: China o EEUU. El peligro es más real porque menos de una cuarta parte de su población vive en la parte asiática de Rusia.

El año 2010 ha sido crucial para la política exterior de Rusia: a los países asiáticos se les otorga un lugar cada vez más importante, lo que se refleja en las visitas de los dirigentes del país y en sus declaraciones. En este contexto, el objetivo de la visita de Medvédev a las Kuriles está claro: demostrar la preocupación de las autoridades federales rusas por el territorio más distante y falto de atención de la parte asiática de Rusia, a la vez que hacer recordar la posición de Rusia como una potencia asiática con la intención de seguir defendiendo sus intereses en la región.

Sin embargo, si todo se limita a este “recordatorio” y a la visita de las islas, nadie, aparte de la quisquillosa Tokio, quedará demasiado impresionado. Haría falta además, por una parte, realizar unas actividades bien pensadas encaminadas a desarrollar Siberia y el Lejano Oriente ruso; y, por otra, vertebrar una red de vínculos y contactos con toda la región del Asia-Pacífico.

De lo contrario, Rusia podría perfectamente acabar siendo a largo plazo “la hermana menor de China.” Simplemente, por no poder equipararse en poderío económico ni en los ritmos de crecimiento.

La disputa territorial ruso-japonesa difícilmente se podrá solucionar de manera bilateral, lo más probable es que sea abordada en el marco de la feroz lucha de influencias en la región.

Sólo el cambio en la correlación de las fuerzas en Asia y la necesidad de llegar a un equilibrio podría contribuir a la solución del mencionado problema. Sin embargo, para ello a Moscú y Tokio deberán interpretar adecuadamente la magnitud de los cambios que se están operando en su entorno y darse cuenta de que en la actualidad sólo son agentes de segundo orden en el gran juego asiático.

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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