Los vestigios del pasado asiático

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El cañoneo que estalló sin más ni más en la península de Corea es una nueva advertencia de lo explosiva que es la situación en Asia considerada protagonista del escenario político mundial del siglo XXI.

El cañoneo que estalló sin más ni más en la península de Corea es una nueva advertencia de lo explosiva que es la situación en Asia considerada protagonista del escenario político mundial del siglo XXI.

Asia es un continente con el pasado que sigue palpitante en el presente. El capítulo que empezó a escribir en el siglo pasado todavía no ha concluido.

El conflicto coreano comenzó a mediados del siglo XX y todavía sigue sin solución, más aún, se ha agravado. La escisión de China se remonta al mismo período, y  aunque ahora nadie espera un conflicto armado entre China y Taiwán, no se puede excluir esta posibilidad.

La tensión permanente en el sur de Asia, conectada ante todo con el problema de Cachemira, es resultado de la división de la India británica en la India y Pakistán después de la Segunda Guerra Mundial. Los vestigios de aquella guerra siguen perturbando todo el espacio del Océano Pacífico.

El conflicto ruso-japonés sobre las islas Kuriles es la consecuencia más inofensiva. Son mucho más peligrosos los conflictos territoriales entre los vecinos asiáticos, así como la sensación que surge de vez en cuando de que quedan pendientes de arreglar las relaciones entre China y Japón, Japón y las dos Coreas, e incluso, aunque en un grado menor, entre Japón y los países del Sudeste de Asia: Singapur, Malasia e Indonesia.

Un tema muy especial es la presencia de las tropas norteamericanas en Japón y Corea del Sur, que, por un lado, garantiza seguridad a los dos países, pero por el otro, hace recordar sobre la falta de igualdad de derechos.

Toda la segunda mitad del siglo XX Europa estaba intentando sacar conclusiones de los acontecimientos de la primera mitad del siglo para evitar que volvieran los horrores de las guerras mundiales. Lo consiguió.

Los esporádicos brotes de nacionalismo que se producen actualmente en tal o cual nación  “en aras de establecer la justicia histórica” no determinan las relaciones en el Viejo Mundo.

Hace poco parecía que Europa había superado su virus del pasado agresivo para siempre. Sin embargo, ahora esto no se puede afirmar: los ánimos derechistas se notan en todas partes. Pero también es verdad que la inyección contra el chovinismo fue tan fuerte que para este rebrote de la enfermedad hacen falta cambios fundamentales.

Por el contrario, Asia no ha sido sometida a un tratamiento semejante. Después de la Segunda Guerra Mundial pasó por un proceso de descolonización, y la formación de estados nuevos no pudo sino contribuir al nacimiento de ánimos nacionalistas.

Después de la guerra entre las dos Coreas, que fue el primer examen de fuerzas de la Guerra Fría, el apoyo que prestó la URSS y los EEUU a sus aliados regionales casi siempre coadyuvó a la conservación de conflictos. (La única excepción fue el Vietnam dividido, pero es que la victoria del Norte en los 1970 permitió que el país evitara lo de las Coreas).

La rivalidad entre las dos superpotencias por la influencia aquí no condujo al establecimiento de institutos semejantes a los de Europa, y  en lo que a la confrontación global se refiere, Asia quedó relegada a un  segundo plano.

Por eso en esta parte del mundo no se llegó a delimitar las fronteras (siguiendo el modelo de Acta final de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa de Helsinki), ni a crear bloques serios como la OTAN o la Comunidad Económica Europea.

Al concluir la guerra fría, los países líderes de Asia: China, la India, Indonesia, Tailandia y Vietnam, resultaron los más beneficiados y tuvieron un auge económico considerable.

Sin embargo, el dinamismo económico y el creciente peso político del continente no han tenido ningún efecto benévolo en los conflictos anteriores, es más, los profundizaron.

Por una parte, las crecientes ambiciones de muchos estados despertaron la aspiración de ajustar las cuentas con los adversarios del pasado. Por la otra, el que Asia se encuentre ahora en el foco de atención mundial la hace aún más expuesta a procesos caóticos a nivel mundial.

El entrelazamiento de las antiguas divergencias políticas con la competencia económica cada vez más fuerte y nuevas tecnologías militares (incluidas las nucleares, como las de los “nuevos” estados nucleares Corea del Norte, la India y Pakistán) resulta en un cóctel impredecible.

El destino de la península de Corea nunca ha estado sólo en las manos de los coreanos, pero hoy en día la presión externa alcanza niveles sin precedentes. A pesar de que todos los expertos coincidían en que el régimen político de Corea del Norte iba a caer después del derrumbe de la URSS, se mantiene sin el apoyo soviético ya casi 20 años. Pyongyang goza del apoyo de Pekín, guiado por razones puramente pragmáticas, que no tienen nada que ver ni con simpatía, ni con ideología.

China prefiere el delicado status quo a tener al lado una Corea unida bajo la influencia estadounidense o incluso sin ella. Los coreanos ya tienen acumulados muchos reclamos a sus vecinos, incluidos los chinos. Pero en primer lugar, a Japón. Tokio, entre tanto, tiene miedo a la impredecible Corea del Norte y tampoco lo agradaría una Corea unida y nacionalista.

Los EEUU persiguen sus propios objetivos. Les preocupa la enigmática invulnerabilidad de Corea del Norte, que sigue provocando a los norteamericanos con sus centrifugas y pruebas de misiles. Más aún, el factor de Corea del Norte les sirve de un serio pretexto para reforzar y ampliar su presencia militar en la región de Asia-Pacífico.

Lo curioso es que tras la tragedia de la corbeta Cheonan según Seúl, hundida por Corea del Norte, la prevista entrega de mando de las fuerzas armadas unificadas de los EEUU a Corea del Sur fuera pospuesta. Y que dimitiera el primer ministro japonés Yukio Hatoyama, quien intentó retirar la base militar estadounidense de Okinawa.

La combinación de la rica y complicada historia de Asia con la controvertida actualidad entraña muchas sorpresas. En este sentido resulta muy demostrativo el ejemplo de Taiwán. Aunque hoy su posición parece muy estable, ya que Pekín lleva una política coherente a largo plazo para estrechar las relaciones con la isla y hacerlas indisolubles, la situación puede cambiar súbitamente.

Imaginémonos que en las elecciones presidenciales de Taiwán de 2012 el Kuomintang pierde al Partido Democrático Progresista que aspira a la independencia de Taiwán. Para China sería un casus belli. Y que en los EEUU al mismo año vienen al poder los republicanos, adversarios de Obama, prometiendo recuperar el liderazgo estadounidense a nivel mundial y, entre otras cosas, poner China en su lugar.

Y que China, a su vez, cambia en el XVIII congreso del partido al presidente de la República, y el nuevo líder, digamos, Xi Jinping, tiene que demostrar que tiene la voluntad política para proteger los intereses nacionales sin concesiones.

A la luz de todo esto, la tensión crónica en torno a las dos Coreas parecerá un juego de niños...

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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