Ambigüedades del nuevo Gran Juego asiático

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Marc Saint-Upéry - Sputnik Mundo
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Entre la cumbre este-asiática de Hanoi en octubre y el reciente viaje de Obama en la región, casi sólo se habló de esto: China ya no es el gigante amable. No se oye más el dulce trino mandarino de “mulin, anlin, fulin” –predicando “una vecindad amigable, segura y prospera”–, sino los gruñidos asustadores de un matón de barrio.

 

Entre la cumbre este-asiática de Hanoi en octubre y el reciente viaje de Obama en la región, casi sólo se habló de esto: China ya no es el gigante amable. No se oye más el dulce trino mandarino de “mulin, anlin, fulin” –predicando “una vecindad amigable, segura y prospera”–, sino los gruñidos asustadores de un matón de barrio.

Peleas monetarias y comerciales, incidentes y tensiones en los mares de la China Meridional y Oriental, expansionismo naval agresivo en aguas ricas en recursos energéticos: los vecinos de Beijing están muy preocupados. Menos conocido pero tal vez peor, el ruido de botas que se está oyendo en las dos extremidades de la frontera himalayense con India. En esta área disputada, Beijing está desplegando nuevas tropas y construyendo infraestructuras militares.

Para algunos analistas, China está embriagada por su nuevo estatus de gran potencia. Para otros, Beijing estaría compensando crecientes debilidades domésticas con bravatas nacionalistas en el exterior. Se habla incluso de una posible “nueva guerra fría” y se oyen voces a favor de un mayor compromiso estadounidense en la región –algunas corteses y prudentes, otras más estridentes y amenazadoras.

¿Se acuerdan de la “claridad moral” de los neoconservadores? Con este lema justificaban la política exterior agresiva de Bush. Por supuesto, este noble anhelo se hundió en un pozo de mentiras y horrores: armas de destrucción masiva imaginarias, rendición extraordinaria y tortura del “submarino”. A la final, lo único que lograron los profetas del “regime change” es un marcado ocaso de la credibilidad internacional de su país.

No hay mucha claridad –moral o no– en el nuevo Gran Juego asiático. Después de nueve años de guerra en Afganistán, Washington “todavía no sabe bien si Pakistán está con nosotros o contra  nosotros,” señala el analista militar Michael O’Hanlon. En un editorial publicado en septiembre, el almirante Fasih Bokhari, ex jefe del estado mayor naval pakistaní, despotricaba contra la “desestabilización” de su país por la OTAN; a la vuelta de un párrafo mal construido, incluía sin pensar a Estados Unidos en las filas de “nuestros enemigos”. Hace pocos días, cuando se descubrió que un líder talibán con el que los funcionarios del OTAN y del gobierno afgano habían negociado por meses era un impostor, muchos sospecharon la mano negro de los servicios de inteligencia pakistaníes. La única cosa segura con Pakistán es que Islamabad necesita a la vez los dólares de Washington y el apoyo regional de China.

Al otro lado del Océano Índico, Indonesia estuvo muy cortejada por Obama en su visita. Sin embargo, Yakarta maneja con mucha cautela sus pretendientes chinos y estadounidenses. “Podemos navegar entre estos rivales y, de vez en cuanto, señalar que tanto Estados Unidos como China son importantes para nosotros,” explica el antiguo ministro de defensa Juwono Sudarsono. “Si nos alineamos demasiado, sería en detrimento de los valores fundamentales de nuestra diplomacia.” Esta ambivalencia tiene otro matiz que la de Islamabad, pero estamos lejos de una lógica de guerra fría.

En cuanto a India, no hay duda de que cierta arrogancia amenazante de Beijing la pone nerviosa. Eso no quiere decir que pasará a ser “nuestro aliado más estratégico y orgánico en el Tercer Mundo,” según la definición muy anacrónica del columnista conservador Charles Krauthammer. La posición de Nueva Delhi sobre temas cruciales como Irán, por ejemplo, es muy distinta de la de Washington.

Desde Beijing, la jefa de la diplomacia india Nirupama Rao acaba de explicar que su país sí podía tener algunos desencuentros con los chinos, pero que “somos capaces de dialogar con franqueza como amigos y examinar los asuntos que quedan para resolver.” “La relación entre India y China va a ser la más importante del siglo XXI,” añadió. El primer ministro chino Wen Jiabao debe visitar Nueva Delhi a mediados de diciembre. Será una ocasión de apreciar qué tan franca y amigable es esta relación.

El nuevo mundo asiático es un mundo de ambigüedad. Si se viene una guerra fría, no se parecerá mucho a la de ayer. Mala noticia para los nostálgicos de una orden mundial de tipo “con nosotros o contra nosotros”. Pero tampoco es muy alentador para la presente administración estadounidense.

En este confuso escenario, el presidente Obama tendría que desplegar destrezas tácticas casi sobrehumanas. No será nada fácil con un nuevo Congreso en parte controlado por adversarios despiadados. Algunos legisladores Republicanos extrañan mucho al Imperio del Mal. El Gran Viejo Partido en su conjunto padecerá la presión de una ala populista reaccionaria peligrosa e ignorante. No es una receta para la sutileza diplomática.

Todo esto es bastante inquietante, como lo demuestra la presente crisis coreana. Pero no será aburrido. Habrá muchas movidas complejas de póker y muchas oportunidades para formular pronósticos audaces. Es tiempo de recordar el supuesto dicho chino sobre la maldición de vivir en una época interesante. Lingüistas e historiadores dicen que no hay fuente confiable para tal máxima, y nadie sabe si de veras es china. Lógico, ya que ¿quién sabe qué piensan los chinos en realidad?

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*Marc Saint-Upéry es periodista y analista político francés residente en Ecuador desde 1998. Escribe sobre filosofía política, relaciones internacionales y asuntos de desarrollo para varios medios de información en Francia y América Latina entre ellos, Le Monde Diplomatique y Nueva Sociedad. Es autor de la obra El Sueño de Bolívar: El Desafío de las izquierdas Sudamericanas.

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