Las mujeres toman la palabra: ¿Me quedo o me voy?

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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“Ya es hora de hacer las maletas.” Es la idea que he oído de muchos amigos y conocidos míos tras los recientes disturbios en Moscú.

“Ya es hora de hacer las maletas.” Es la idea que he oído de muchos amigos y conocidos míos tras los recientes disturbios en Moscú.

“Ya es hora de cambiar de país”, dijo un compañero periodista en su cuenta de Facebook. Su mensaje no insinuaba cambios en Rusia, sino que sugería buscar otro país de residencia. Empezó un debate virtual y muchos participantes consintieron con él. Cuando la situación en Rusia se hace dura, espantosa y sobre todo impredecible, inevitablemente surge la cuestión de hacer las maletas y largarse.

¿Quizá, al menos hay que pensarlo?

A decir verdad, a lo largo de muchos años me he hecho esa pregunta. Desde que me recuerdo a mí misma, mis padres, ante todo mi madre, artista disidente nacida en Gulag, me incitaba a “hacer todo lo posible para abandonar este país sin futuro”.

En cierto momento me vi viviendo al otro lado del Atlántico, americanizándome rápidamente y planeando convertir este país en mi nuevo hogar. Pero las circunstancias, mi vida personal, mis opciones profesionales y esa fuerza misteriosa llamada destino, me llevaron a regresar por casualidad. Fue hace unos ocho años, a lo largo de todo este período me he preguntado muchas veces si hice bien en no abandonar Rusia, especialmente al tener tantas oportunidades para hacerlo.

Justo ahora, estoy haciendo las maletas, pero no para irme sino que para volver, tras un tour de force por cuestiones de negocio y descanso por una semana. Aunque siempre me sentí afortunada al poder viajar regularmente, antes disfrutaba de irme de Moscú (era una pausa para descansar del  metro en las horas pico, los atascos de tráfico, los rostros depresivos de mis compatriotas), pero últimamente vuelvo a mi país con mucho más gusto.

A lo mejor, eso significa sentirse mayor y más consciente de las raíces y prioridades. O es ésta la milagrosa sensación inspiradora de ser ciudadano del mundo, que aparece al estar en camino frecuentemente.

Sin embargo, no todos sienten lo mismo. “Ya me habría ido si supiera que podría encontrar un buen trabajo en el extranjero”, me confesó mi buena amiga, editora jefe de una famosa revista femenina y madre de un hijo de dos años, y a su vez, me preguntó si podría contar con algo al abandonar Rusia. Con una voz desesperadamente áspera y alarmada, dijo que “las cosas no se hacen mejor en Rusia, se hacen peor, nos aproximamos a una guerra civil”.“No quiero envejecerme en este país ya que conozco la situación desde el interior y eso no me inspira optimismo”, dijo otra mujer joven quien trabaja como consultora del Banco Mundial para la reforma gubernamental de Rusia.

“Está bien si ganas buen dinero y tienes buenos amigos, así por cierto tiempo te olvidas de vivir aquí. Pero este país te recuerda constantemente que la situación se encuentra en un camino malaventurado”, dijo otra amiga quien se ubicó bien en la vida, productora de tele que tuvo la ocasión de obtener el pasaporte estadounidense. Agregó que para ella,  ya quedó descartado  criar a sus hijos aquí,  y junto con su esposo piensan mudarse a EEUU a finales del próximo año.

Llámenme superficial,  desinformada o irresponsable, pero aunque a veces me da vergüenza lo que pasa en Rusia, no me siento pesimista. Simplemente no quiero sentirlo. En efecto, me veo vinculada con mi país con una rara forma de relaciones de amor y odio. Y como en cualquier relación de co-independencia, soy algo adicta a las cosas que me vuelven loca aquí.

La adrenalina de no saber qué pasará en el próximo futuro y el sentimiento sosegador de que tienes que sacarle partido a la vida hoy ya que mañana no habrá esta oportunidad. La satisfacción infinita que te trae el hecho de solucionar problemas, aun tan ridículos como encontrar el desvío para evitar un atasco y llegar a tiempo al trabajo. El clima desafiante que te hace apreciar el día cuando casualmente hace buen tiempo.

Los signos esporádicos de la “normalidad”, las cositas que llenan tu día en Rusia: el vecino  que te saluda o te sonríe inesperadamente en el ascensor, un desconocido que te tiende la mano cuando caes en la acera, el chaval al volante que cede el paso,  la nueva panadería acogedora al estilo parisiense con una buena selección de baguettes frescos y buen café a precio moderado...

Tras vivir en varios países y ver sus problemas (sí que la hierba sólo parece más verde al otro lado de la valla, lugar donde no has vivido y el que ni siquiera has visitado), empecé a tratar el mío como a un pariente, con sus defectos (¿y quién es perfecto?), pero de cierto modo los toleras e incluso aprendes a quererlos a pesar de todo.

Y en contra a la perspectiva deprimente, me gustaría creer que el destino de Rusia todavía es un libro abierto. Y el bienestar del país, al menos el más insignificante depende de nuestra esperanza, de la decisión de permanecer aquí y de nuestra capacidad de esmerarnos.

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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

 

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