El mundo de geometría cambiante

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Cuando hace dos años Barack Obama se convirtió en el presidente de Estados Unidos, a nadie se le ocurrió que las relaciones con Rusia podrían ser determinantes tanto para política externa, como interna en EEUU. Y sin embargo así ocurrió, y no porque alguien lo quiso.

Cuando hace dos años Barack Obama se convirtió en el presidente de Estados Unidos,  a nadie se le ocurrió que las relaciones con Rusia podrían ser determinantes tanto para política externa, como interna en EEUU. Y sin embargo así ocurrió, y no  porque alguien lo quiso.

El “reinicio” de las relaciones con Moscú fue pensado como un apoyo para resolver asuntos internacionales de mayor importancia, pero resultó ser el único éxito de la política internacional de Obama. Y la ratificación del nada revolucionario y más bien técnico tratado START se convirtió en una prueba para la administración de Obama.

La votación en el Senado tuvo como fin no tanto el tema de reducciones de armas nucleares, sino mostrar, quién es el dueño de la Casa Blanca. Y la Casa Blanca fue firme y políticamente muy hábil. Desde el enero del próximo año la situación de Obama será mucho más difícil. Tendrá que lidiar con una Cámara de Representantes hostil, disponiendo de una mayoría mínima en el Senado. Pero la sensación catastrófica, causada por las perdidas elecciones intermedias del noviembre de este año, ya está superada, gracias a los esfuerzos de las últimas semanas.

La ratificación del START es la culminación del “reinicio”. Todos los objetivos, establecidos hace un año y medio, están cumplidos: firmar el tratado, imponer sanciones a Irán, ampliar la colaboración para Afganistán, reducir la tensión respecto al escudo antimisiles.
 Pero no es más que una transición de crisis profunda a un diálogo funcional. Ahora es el momento de construir una nueva política de perspectiva.

Por un lado es un momento oportuno, ya que por primera vez en mucho tiempo las relaciones entre los líderes de los dos países se caracterizan por cierta confianza. Dmitri Medvédev en su entrevista mencionando la razón principal de mejora de las relaciones entre Rusia y EEUU con la llegada de Obama al poder dijo: “Cumple sus promesas”. Y es que, aunque los líderes anteriores de los dos países, Yeltsin y Clinton, Putin y Bush, decían ser amigos, los acuerdos entre ellos raras veces fueron cumplidos.

Por otro lado, la situación en EEUU va cambiando. Obama tendrá que actuar bajo presión del Congreso, y dentro de la cúpula directiva del partido republicano Rusia está mal vista. Así que la indudablemente buena fe de Obama para seguir con el curso del “reinicio” puede resultar insuficiente.

Aparte de obstáculos políticos existen también los de concepto. Las propuestas estadounidenses sobre negociaciones para la reducción de armas tácticas y el restablecimiento del control a las armas convencionales en Europa son retorno al pasado, un pretexto para volver a los debates ya olvidados.

Esos asuntos fueron pensados con el fin de mantener el equilibrio de fuerzas, lo que no tiene sentido, porque ya no se trata de oposición entre dos sistemas, entre Moscú y Washington.

El START también vuelve atrás al concepto de “confrontación civilizada”, formulado por Ronald Reagan como “confiar, pero controlar”. Precisamente por eso el argumento más importante de la administración a favor de la ratificación del tratado ha sido la necesidad de volver a realizar inspecciones mutuas, terminadas expirado el START anterior. Las demás razones (la no proliferación, un mundo sin armas nucleares, y etc.) son de carácter especulativo.

Lo de escudo antimisiles parece algo absurdo. Aunque los debates en el Senado y la Duma de Estado demuestran, que se trata de una piedra de tropiezo y una fuente de controversias políticas, las recientes pruebas del escudo, segundas de este año, volvieron a fracasar, y eso, tomando en cuenta que el Pentágono crea unas condiciones más favorables para que funcione. Y la ponencia de la Oficina de Supervisión del Gobierno GAO advierte de los crecientes gastos en este proyecto, cuyas perspectivas siguen siendo muy ambiguas. Así que no está claro, si vale la pena romper lanzas por una quimera.

Es difícil decir ahora cómo serán las relaciones entre Rusia y EEUU en el siglo XXI. El paradigma de la guerra fría fue mucho más simple y claro.

El START es el último de los tratados serios, pensados para regular relaciones bilaterales entre dos superpotencias, que representaban el eje de la política internacional. Pero que no lo son desde hace tiempo.

El mundo no se interesa mucho por las negociaciones entre Moscú y Washington. Teherán y Pyongyang aspiran disponer de armas nucleares independientemente de la cantidad de misiles y de cargas que tengan Rusia y EEUU.
 Pekín sigue aumentando  su arsenal nuclear sin interesarse mucho por las razones de dos potencias nucleares.
Las relaciones entre Rusia y EEUU cambiarán, solo cuando los dos estados entiendan, que de ellos depende mucho menos de lo que les parece. Por eso gastar tiempo y fuerzas en seguir luchando entre sí resulta absurdo.

Parece poco probable que Moscú y Washington lleguen a ser aliados. Sin embargo, vivimos en un mundo de geometría cambiante con una distribución de fuerzas flotante, así que excluir de entrada la posibilidad de cualquier alianza resulta poco perspicaz.

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 

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