Las maniobras de Lukashenko en aguas turbias de la política exterior

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El año pasado estuvo marcado por un serio enfrentamiento entre Rusia y Bielorrusia.

El año pasado estuvo marcado por un serio enfrentamiento entre Rusia y Bielorrusia.

Las discrepancias económicas acarrearon una confrontación política que culminó con una bronca entre los presidentes de los dos estados, Dmitri Medvédev y Alexandr Lukashenko, que intercambiaron fuertes acusaciones de carácter personal.

A fines del año las pasiones se calmaron y los líderes reanudaron contactos, Minsk ratificó un paquete de documentos sobre el Espacio económico común (entre Rusia, Bielorrusia y Kazajstán), mientras que Rusia hizo concesiones acerca de los aranceles impuestos a su petróleo.

Las elecciones presidenciales que concluyeron no sólo con la reelección predecible de Lukashenko sino, más aún, con las represalias violentas contra la oposición, significan el inicio de una nueva etapa de desarrollo de las relaciones. Pero, en esencia, la situación no va a ser muy diferente.

Alexandr Lukashenko siempre ha recurrido al estatus “de tránsito” de su estado como a su garante de éxito político.

Es que mantiene el tránsito por su territorio del gas ruso a Europa, lo que siempre tienen presente tanto Minsk como Moscú.

Pero es más,  este estatus le permite maniobrar entre los intereses geopolíticos de sus vecinos grandes. Incluso hace 10 años, siendo mal visto en el Occidente, el mandatario bielorruso mantuvo una distancia bien clara con Moscú.

La  amistad con Rusia le proporciona privilegios económicos a su país, pero esto nunca debe afectar la soberanía bielorrusa.

Este principio lo observaba rigurosamente Lukashenko, pero, probablemente, por razones egoístas, sólo una independencia absoluta de Bielorrusia puede servir de garantía de que quedará al mando.

No es de asombrarse que las relaciones entre Minsk y Moscú empezaron a empeorar justo cuando está creciendo la competencia entre Rusia y el Occidente por la influencia en el espacio post-soviético.

Lukashenko, quien tiene un don político, intuyó que en estas condiciones Europa estaría dispuesta a olvidarse de los “pecados” anteriores del jefe de estado en la esfera de democracia y derechos humanos, porque le sería más importante privar a Moscú de un aliado formal.

Un poco más tarde, a raíz de la Guerra de Osetia del Sur de 2008, la Unión Europea (UE) dejó incluso de ver al presidente bielorruso como al “último dictador de Europa”.

Asimismo, Leonid Kuchma, el presidente de Ucrania del 1994 al 2005, lograba jugar con los intereses rusos y los del Occidente sacando provecho,  a pesar de no caer bien en Europa y EEUU.

Pero al empezar la crisis financiera, la UE abandonó sus planes ambiciosos de extender su influencia en territorios de la URSS. Es que tiene ahora otros problemas. Al mismo tiempo, Rusia empezó a aplicar más esfuerzos para crear una alianza económica: la Unión aduanera (Rusia, Bielorrusia, Kazajstán) es una idea mucho más prometedora que todas las anteriores. Lukashenko entendió que el espacio para sus maniobras iba disminuyendo, y apostó a todo o nada.

Al exacerbar el conflicto con Rusia logró, ante todo, atraer la atención de la UE, que, pese a sus problemas internos, no puede dejar de participar de algún modo en la política exterior.

Además, el subir las apuestas en el juego con Rusia resultó ser un riesgo justificado: Rusia nunca romperá todos contactos con Minsk, incurriría así en demasiados costes políticos, por lo cual, al perder la guerra de nervios, tendrá que asumir compromisos. 

Luego, ya después de los comicios, Lukashenko decide poner al Occidente en su sitio. Es que en vísperas de las elecciones en Europa se discutían unos datos de encuestas sociológicas, según las cuales el electorado del presidente bielorruso no era más del 40%, lo que equivalía al de la oposición.

Partiendo de estos datos, los europeos supusieron que a Lukashenko ya le quedaba poco al mando. Pero éste les mostró que era erróneo esperar cambios en el régimen de la república, porque él es capaz de suprimir cualquier alternativa.

Les mostró que no podrían comprar una liberalización bielorrusa, tanto más por el irrisorio precio de 3 mil millones de euros que propusieron los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y Polonia que visitaron Minsk poco antes de las elecciones.

Aquí cabe mencionar el curioso hecho de que una parte de este monto pertenece no a la UE sino al Banco Mundial, es decir a Rusia también.

Europa tiene que aceptar la Bielorrusia como la quiere ver Lukashenko, porque no habrá otra en el futuro previsible.

Las sanciones con las que amenaza la UE a Minsk no parecen nada serias. La prohibición de entrar en los países europeos para los altos funcionarios de Bielorrusia y para el presidente mismo ya estuvo vigente antes pero no cambió la situación.
Sería más eficaz congelar las cuentas bancarias, como lo prometen, de verdad, pero son palabras huecas, porque no sabrán bancos y números de cuentas exactos.

No se trata de ningún boicoteo económico, ni de embargo de comercio, ni de revocación de inversiones europeas.

Además, en la propia UE  existen diferentes opiniones sobre el aislamiento de Bielorrusia: los representantes de algunos países creen que no dará ningunos resultados, como antes.
Ahora es lógico esperar que Lukashenko dé un nuevo paso. Le es importante que Rusia vea que no está arrinconado y que Moscú no va a recibir de él nada por gratuito.

Así que, seguramente, tendrá lugar  un nuevo enfrentamiento.  Es bastante elocuente el propio hecho de que en vísperas del Año Nuevo el jefe bielorruso despidió al primer ministro Serguei Sidorski quien estableció buenos contactos con su homólogo ruso, Vladímir Putin, y nombró a este puesto a su viejo allegado, Mijaíl Miasnikóvich.

Al mismo tiempo, una nueva escalada de tensión con Rusia servirá de una señal para Europa: el afianzamiento del régimen del poder unipersonal dentro del país no supone un rechazo a diversificación exterior. Son las reglas del juego al que Minsk invita a Europa.
Está claro que Alexandr Lukashenko se expone a cierto riesgo. Ya no goza de confianza en ninguna parte, ni al este ni al oeste del país. Las reservadas palabras de felicitación por la victoria en las elecciones por parte de Moscú y los comentarios críticos del evento por la televisión rusa evidencian que el reelegido presidente no puede contar con las simpatías de Rusia y que Moscú va a exigir que pague caro por cada muestra de su apoyo.

Lo más probable es que el objeto del regateo será elproyecto de integración cuyo desarrollo es visto en Rusia como una de las prioridades más importantes.

Al mismo tiempo, Lukashenko obtendrá una palanca de presión sobre la UE que, recordando sus propios intereses, pronto se olvidará de los oposicionistas detenidos en Minsk después de las elecciones.

Así, el presidente bielorruso seguirá arriesgando al maniobrar en aguas turbias de la política exterior por sí sólo, manejando las relaciones de competición entre los vecinos.  

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 

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