Las mujeres toman la palabra: La sangre vende mejor que el sexo

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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¿Y tenemos que comprarla? Unos minutos después del atentado en el aeropuerto moscovita de Domodédovo, un vídeo corto y espantoso, grabado por un joven testigo con la cámara de un celular apareció en Twitter y luego fue reenviado a YouTube.

¿Y tenemos que comprarla?

Unos minutos después del atentado en el aeropuerto moscovita de Domodédovo, un vídeo corto y espantoso, grabado por un joven testigo con la cámara de un celular apareció en Twitter y luego fue reenviado a YouTube.

El hecho se produjo mucho antes de que fuera disponible cualquier vídeo oficial sobre el atentado, el clip se convirtió en hit en instantes y la persona que lo grabó, en la celebridad del momento.

Los numerosos usuarios de Facebook publicaron el vídeo en sus páginas personales, y las agencias internacionales, tipo Reuters, bombardearon al muchacho con llamadas e invitaciones a entrevistas. El número de los espectadores que vieron el vídeo en YouTube alcanzó centenares de miles.

No obstante, al ver y publicar este vídeo, muchos condenaron las acciones de aquel muchacho. Surgieron debates calurosos sobre la ética y la moralidad.

¿Debemos considerar a este joven una persona valiente, un héroe moderno quien optó por arriesgar su vida en aras de la Verdad Pura? ¿O no es nada más que un vanidoso buscador de atención que aspira a ilustrarse con las secuelas inmediatas de la tragedia?

Acaso haya desdeñado las normas básicas del moral, al filmar el horroroso escenario de la explosión en vez de, digamos, lanzarse a ayudar a las víctimas o por lo menos, no publicar este horrendo vídeo para no propagar el pánico. Además, no era ni siquiera un reportero asignado a cubrir el atentado...

Yo personalmente creo que nada de lo mencionado se refiere al chico. Este joven al igual que otros que se convierten en testigos de incidentes sangrientos, que no dudan en grabar lo que ven y hacerlo público, son simplemente típicos representantes de nuestra era de tecnologías donde la información es el culto predominante.

Hoy en día la mayoría de nosotros tenemos dispositivos con los que hace unos años sólo contaban los reporteros. El precio que pagamos por la intelectualidad tecnológica son nuestras vidas expuestas al público permanentemente.

Es paradójico, pero en la Época del Individualismo (el término inventado por Jean Twenge, profesor de sicología, autor del best seller The Narcissism Epidemic (La Epidemia de Narcisismo) sobre el culto de la autoexpresión incontrolada y no censurada a través de redes sociales), la intimidad y el espacio privado están desapareciendo muy rápido. Y temo que no haya vuelta atrás.

Vivimos en la época de reporteros autoproclamados (y de aquí, narcisistas) y cada uno de nosotros puede convertirse tanto en el objetivo como en el camarógrafo a cada instante. Aparte de valores morales y ética personal, no hay directrices oficiales ni tabú de cómo comportarse en situaciones similares.

Lo que me preocupa más es la ética profesional periodística. Me acuerdo del debate que tuvimos durante una clase en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia el 13 de septiembre de 2001, justo dos días después del ataque más sangriento de la historia moderna.

Examinamos la primera página del diario New York Times que representaba una imagen muy desconcertante de un hombre cayendo desde la torre ardiente del World Trade Center. Discutimos si el emblemático diario mundial había publicado una foto destacada que haría historia o si había aprovechado la calamidad para vender más copias.

Recuerdo que nosotros, reporteros jóvenes y ambiciosos, nos dividimos. Al coincidir sobre la calidad cautivante de la imagen, desde el punto de vista humano, o mejor dicho, humanitario, muchos de nosotros nos sentimos algo manipulados. Como si no lo tuviéramos bastante: la incesante cobertura extremadamente declarada ya parecía abundante.

Creo que nosotros, periodistas, y sobre todo, editores que toman decisiones, debemos tener directrices más estrictas de lo que y lo cuando publicamos. Al formar opiniones, tenemos que usar un código de responsabilidad civil mucho más fino que el ciudadano común. Existe la diferencia entre el hecho de levantar la conciencia, informar o chocar para causar sensación.

El 24 de enero, un fotógrafo supernumerario que conozco a través de mis amigos, junto con muchos otros reporteros, se dirigió al aeropuerto de Domodédovo para cubrir el atentado.

En la pequeña capilla del aeropuerto vio a una mujer de media edad. Con la cabeza inclinada, hombros encorvados y la cara de dolor, lloraba a su esposo quien murió en el reciente incidente. Y el fotógrafo decidió dejarla sola aunque de inmediato podría vender esa imagen elocuente a las mejores agencias noticiosas. Respeto profundamente su decisión.

A veces, dar un paso atrás es mucho más profesional que andar a la caza de sensaciones. Incluso pese a que la verdad es obsoleta, siempre hay elección de cómo presentarla. La sangre vende incluso mejor que el sexo, y no tenemos que aprovecharlo, a lo mejor no siempre.

Un día después del incidente, uno de lo sitios más visitados de Rusia publicó la atemorizante imagen de la cabeza del supuesto terrorista, encontrada en el epicentro de la explosión. ¿De verdad contribuirá a la investigación del atentado o simplemente aumentará la inquietud pública?

En cuanto el usuario de Twitter publicó el vídeo grabado tras la explosión, pronto confesó que no le gustaba nada verse en el centro de atención. Esperaba que su fama, o mejor dicho, anti- fama, desapareciera muy pronto, según escribió en su blog.

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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

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