Europa y Rusia cambiarán la política por el desarrollo conjunto socio-económico

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El ministro del Exterior de Rusia, Serguei Lavrov, se pronunció en su discurso en Londres por convertir la modernización de Rusia en un “proyecto paneuropeo”, que pudiera “servir de base para superar las consecuencias de la crisis financiera mundial”.

El ministro del Exterior de Rusia, Serguei Lavrov, se pronunció en su discurso en Londres por convertir la modernización de Rusia en un “proyecto paneuropeo”, que pudiera “servir de base para superar las consecuencias de la crisis financiera mundial”. Aunque el futuro de la economía mundial no se decide en la Unión Europea y mucho menos en Rusia, en líneas generales sus palabras reflejan la ideología política del porvenir.

En verano, el presidente ruso, Dmitri Medvédev, ordenó a los diplomáticos rusos contribuir a la modernización. Desde entonces, la política exterior del país está dividida en tres direcciones. Los problemas estratégicos, el desarme, la no proliferación, etc., se discuten con EEUU. En lo que al futuro de política mundial se refiere, Moscú está observando la situación en Asia, teniendo en cuenta que precisamente allí se moldea este futuro. En cuanto a Europa, Kremlin decidió discutir con ella la modernización, es decir una cuestión más socio-económica que política.

 En parte, esta última decisión se debe a una tradición: Rusia históricamente encontraba estímulos para su renovación en el Viejo Continente. Pero aún más se debe a los cambios en la agenda mundial que presenciamos: Europa deja de ser un jugador geopolítico de peso, centrándose en sus problemas internos. Este hecho hace pensar que el “proyecto paneuropeo” propuesto por Lavrov tiene derecho a existir.

La tendencia al autoaislamiento de la Unión Europea se nota desde los mediados del primer decenio del siglo XXI. Empezó con el fracaso de la llamada Constitución Europea, pensada como símbolo e inició de federalización de la unión y de centralización de la voluntad política.
 Para los principios del presente decenio Europa, en vez de convertirse en una fuerza política de nivel internacional, llegó a ser un conglomerado complejo de relaciones internas, al que cuesta muchísimo llevar una política externa común y que suele inclinarse a las decisiones, que suponen la menor resistencia posible. A ello se suman la inmadurez de los institutos nuevos y una profunda estratificación económica. Así que no es de extrañar que tanto Bruselas como las demás capitales europeas van perdiendo interés hacia política externa.

Los miembros de la UE estaban imitando la política exterior común, pero los últimos acontecimientos en África del Norte mostraron que ni siquiera pueden seguir imitándola. Es que la UE se mostró incapaz de reaccionar a los eventos que se desenvolvían en la zona de sus intereses geográficos, históricos, culturales y económicos. Hace poco, Europa se declaraba totalmente independiente de Washington en su postura acerca de las cuestiones de importancia internacional. Pero en el contexto de las últimas perturbaciones, la baronesa Ashton parecía hacer eco de EEUU.

Muy pronto, Europa cayó víctima de su propia indecisión e impotencia política. El ejemplo de Italia, invadida por inmigrantes de Túnez, muestra qué pasa si un país no ocupa una posición fuerte y no intenta regular problemas de manera preventiva.

El que Europa esté centrada en sí misma sólo no es una casualidad y no podrá superarse a corto plazo. Entre sus tareas primordiales está la resolución de varias discrepancias internas, de carácter económico y social, sobre todo. Por lo que a la política exterior respecta, se limitará a una cooperación esporádica y muy restringida con sus socios orientales, como Bielorrusia, Moldavia y Ucrania. La UE carece de recursos para una expansión de verdad. Y la imitación de actividad inevitablemente cesará un día.

La cooperación con Rusia para la modernización discutida desde hace un año y medio permite a las dos partes sentirse en el centro de un proyecto serio y perspectivo. Rusia y Europa se complementan, esto es cierto. Después de que lo afirmara Vladímir Putin a principios de los 2000, los líderes europeos  no dejan de tenerlo presente. Pero el acercamiento y entrelazamiento lo han impedido por ahora varios obstáculos.

Primero, la UE, segura de estar en auge, quería dictar sus reglas para la cooperación. Luego Rusia, viendo crecer sus fuerzas basadas en hidrocarburos, se  opuso a la presión europea como a un desafío de manera irreconciliable. La confrontación ideológica iba escalando: Europa acusaba a Rusia de no corresponder a ciertos “valores universales”, Rusia respondía aduciendo su singularidad y otros argumentos similares para mostrar la inconsistencia de acusaciones europeas.

Ahora las dos partes van desprendiéndose de las ilusiones. El espacio europeo, por un lado, se convierte en una periferia global, y de las tensiones y disconformidades internas de la Unión Europea (que hace poco parecían de mayor importancia) hoy, a nivel global, depende muy poco. Como consecuencia de ello, el peso político de Europa va bajando. El peso político de Rusia, por orto lado, depende sobre todo de sus acciones en la región de Asia. Queda claro que en el siglo XXI ninguna de las partes de Continente Europeo, tanto la que corresponde a la Unión Europea, como la que quedó excluida de ésta, llegará a tener liderazgo a nivel mundial. Más aún, el factor de problemas internos que afectan la eficacia de política externa en las dos regiones cambia carácter del cuantitativo al cualitativo constituyendo un punto débil. En cuanto a las diferencias ideológicas, estas, por lo visto, van a perder poco a poco su importancia a la luz de entendimiento mutuo de las ventajas de colaboración. El pragmatismo y el racionalismo tienen para la civilización europea un valor nada menos importante que el humanismo. Historia ofrece muchos ejemplos de apoyo europeo de la modernización rusa independientemente de diferencias ideológicas. Basta con mencionar a Pedro el Grande y Stalin, que nunca partieron de los “valores comunes”.
De ahí la perspectiva del “proyecto paneuropeo” para la modernización de Rusia, es decir la unión de capacidades y necesidades económicas de las dos partes, hoy parece mucho más real que antes. Tanto Rusia como la Unión Europea necesitan estímulos para su desarrollo y son capaces de proveerlos una a otra. La despolitización de relaciones y su transición al plano social y económico son muy prometedoras, las dos partes pueden obtener contrapartida de este compromiso.

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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