Cada vez que Japón reclama las Kuriles debemos tener compasión

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Tras una reciente reunión entre el presidente de la comisión parlamentaria para el restablecimiento de la integridad territorial de Georgia, Shota Malashjia, y el embajador de Japón en Tbilisi, Malashjia, la prensa de Japón, Georgia y Rusia, difundieron detalles de la entrevista que se perfilan como noticias de primera plana.

Tras una reciente reunión entre el presidente de la comisión parlamentaria para el restablecimiento de la integridad territorial de Georgia, Shota Malashjia, y el embajador de Japón en Tbilisi, Malashjia, la prensa de Japón, Georgia y Rusia, difundieron detalles de la entrevista que se perfilan como noticias de primera plana.

Y no es para menos, de la entrevista se desprende que el parlamento de Japón puede estudiar “la ocupación de los territorios georgianos por parte de Rusia” y que la cúpula dirigente de Georgia, “está dispuesta a debatir el problema de ocupación de las islas japonesas por Rusia”.
Más aún, Malashjia indicó que georgianos con la participación japonesa rodarán una película sobre los “territorios ocupados”.

Ya no ocupan el segundo lugar
Este tipo de noticias parecen un absurdo absoluto. Cuesta creer que Japón, una de las potencias más influyentes del mundo, se rebaje hasta el extremo de urdir alianzas con el gobierno de Georgia que comprometió su reputación hasta más no poder tras la guerra en Osetia del Sur, en agosto de 2008.

¿Y por qué será que las declaraciones de Malashjia, parezcan tan probables a primera vista?
Porque Japón ya no es el país que era hace unos años. En teoría, ahora en Japón es posible cualquier barbaridad que pueda cometer un gobierno débil e incompetente. Sobre todo después de que la gran mayoría de la nación nipona, desde hace unos años quedara sumida en un estado de depresión histérica.

Y hace poco, aparecieron más motivos para agravar esa depresión colectiva. A partir de cálculos establecidos desde 2009, en enero de 2010 escribí que en el curso del año 2011 la economía china superaría la japonesa por el PIB,  y esa previsión ya se cumplió: Japón bajó al tercer lugar cediendo el segundo lugar a China adelantada por ahora sólo por EEUU.

Para otros países, como por ejemplo Guinea que sueña con alcanzar el 100º lugar, o incluso para Rusia que se esfuerza por mantenerse entre los diez primeros esta situación no es crítica. Pero los japoneses  percibieron esa noticia como una tragedia nacional. Como comentó el Japan Times, si el espíritu de la nación sigue en estado de depresión, habrá más problemas complementarios.

Depresión como causa de problemas
Japón constituye un ejemplo singular: la depresión del pensamiento como tal ya es un problema aquí. Todo lo demás, incluidas la baja tasa de crecimiento económico es causa del mal humor.

Porque Japón es un país que tragó el polvo  por parte de EEUU en dos ocasiones veces. Una primera vez, en 1945, y la segunda, a finales de la década de los años 80 y el comienzo de la década de 90, cuando los japoneses no sólo alcanzaron el segundo lugar por el volumen del PIB, sino, más aún, ocuparon el primer lugar por PIB per cápita (ahora son los 16 por este índice).

Los años 80 fue la época de bonanza de la burbuja financiera de Japón, que hasta le permitió adquirir rascacielos en Manhattan y otros bienes  inmobiliarios. Pero a EEUU no le gustó nada aquel proceso, Washington obligó a Tokio subir la cotización del yen, lo que conllevó la crisis financiera japonesa y su recesión económica.

Lo grave fue que entonces empezó la crisis y la recesión moral. Japón como nación perdió su objetivo y el sentido de la vida. De allí se desprende el carácter amorfo de su política exterior que carece de una directriz clara.

Parece que se basa en alternar ataques de histeria cada vez más graves: una vez en torno a Corea del Norte, otra, con China, y hasta por las islas Kuriles.
Es verdad que  a veces, Japón hace asignaciones muy considerables en el Fondo Monetario Internacional (es el segundo accionista del mundo, tras EEUU) o aporta dinero para financiar alguna guerra en el Golfo Pérsico. Pero lo hace sin entusiasmo alguno, sin entender, para qué. Asimismo, está claro que no tiene ningún sentido armar tanto alboroto en torno a las Kuriles, pero los japoneses ya no saben cómo superar la inercia que los mueve para detener tanto escándalo.

Esto se agrava con el colapso político que vive el país. Todos los éxitos del desarrollo después de la guerra fueron alcanzados gracias al sistema monopartidista, manteniéndose el Partido Liberal Democrático (PLD) al poder.  Pero al reventar la “burbuja” también empezó la caída del partido. Ahora en el gobierno está el Partido Democrático (PD).

Pero los demócratas sufren una derrota tras otra. El pasado 6 de febrero perdieron las elecciones locales, en julio del año pasado, los comicios al parlamento nacional. El partido lo están abandonando sus partidarios.

Son bastantes las causas para el pesimismo. Además, como comentó hace poco un experto del PLD opositor, el gobierno nipón se las ingenió para estropear sus relaciones con China y Rusia y al mismo tiempo, tampoco pudo mejorar las relaciones con EEUU, algo sin precedente para Japón.

La decadencia del PLD fue lógica. Mientras tanto, el PD parece un grupo de reformadores ineptos e insignificantes que quedaron obsoletos porque siguen enarbolando consignas de comienzos de los años 90.

Como resultado, ahora el país quedó sin una idea nacional, y si hubiera alguna, pues tampoco hay un Gobierno en capacidad de ejecutarla.
Los japoneses viven sumidos en el pesimismo que se refleja en una tasa de natalidad baja y poder adquisitivo reducido (debido al bajo crecimiento de la economía).

El estado de depresión en Japón es total como en el siglo XII, cuando  los clanes Minamoto y Taira se aniquilaban mutuamente y las damas escribían espléndidas obras literarias sobre la una vida triste y  lóbrega.

Me arriesgo de exponer mi idea: en vez de condenar a Japón cada vez de que sus líderes vuelvan a plantear la pertenencia de las islas Kuriles para subrayar que son los territorios del norte (algo que harán sin falta), tenemos que compadecer a su población  y acordarnos de que son una nación de espíritu muy sensible que está viviendo un período muy duro, los mismo que sus  aliados y posibles coproductores de cine georgianos.

Eso si, sin mortificarles demasiado con nuestra compasión.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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