La sublevación del mundo árabe refleja la desesperación de la población

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Los disturbios masivos que sacuden al Oriente Próximo desde hace varias semanas se interpretan en los diferentes países de acuerdo a ideologías políticas propias.

Los disturbios masivos que sacuden al Oriente Próximo desde hace varias semanas se interpretan en los diferentes países de acuerdo a ideologías políticas propias.

El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, por ejemplo, afirma que se trata de la continuación de la revolución islámica, que en 1979, derrocó la monarquía en Irán instaurando un nuevo régimen antiestadounidense.
En realidad, las revueltas populares en Egipto, Libia y Túnez no fueron protagonizadas por los islamistas. Por otro lado, en Irán también han tenido lugar manifestaciones antigubernamentales.

El Occidente y las fuerzas liberales de Rusia vislumbran en estos acontecimientos los intentos del pueblo de iniciar procesos de democratización. Las sublevaciones en los países árabes indebidamente también se comparan con la desintegración de los regímenes socialistas en Europa del Este.
A finales de los 1980, se logró mantener el socialismo en los países del antiguo Pacto de Varsovia gracias al poderío militar de la Unión Soviética, pero tras el colapso de la URSS, todos los regímenes títeres se desmoronaron como un castillo de naipes.

Al respecto. lo esencial consistió en que los pueblos de los países de Europa de Este aspiraron a imponer la democracia, alcanzaron un suficiente nivel de desarrollo, y al superar desgracias y sufrimientos realizaron la transición democrática.
La situación en el Oriente Próximo es absolutamente diferente. La democracia del modelo occidental es ajena al mundo árabe y a Irán.

Corren rumores de que el último jeque iraní que expresó su admiración con el modelo económico sueco fue preguntado por qué no lo impone en Irán. “Porque mis súbditos no son suecos”, respondió el jeque.
Quizás esta historia sea un chiste pero hoy por hoy los pueblos árabes, como los iraníes, tampoco “son suecos”. Un país semifeudal, incluso con formas comunales de vida que llevan varias tribus libias por ejemplo, no puede convertirse en un estado democrático.

Los liberales dan por hecho lo que apenas son deseos, y confunden asimismo a aquellos que consideran que todo lo ocurrido es obra de los servicios secretos de ciertos países. No hay ninguna razón para derrocar simultáneamente a dos personas tan distintas, como el ex presidente de Egipto, Hosni Mubarak y el líder libio, Muamar Gadafi.

A juzgar por todo, el quid de la cuestión es que los países árabes no han podido todavía ocupar un nicho en la economía mundial que experimenta cambios contínuos.
Algún que otro país anunció en reiteradas ocasiones que planeaba transformar su economía dominada por sectores extractores e iniciar el proceso de reformas, pero el burocratismo, la corrupción y la lucha entre los clanes no permitieron realizarlo.

Por otro lado, los gobiernos de los países árabes podrían utilizar los ingresos por exportaciones de petróleo para solucionar en parte serios problemas de pobreza que sufre la mayoría de la población. Pero esto tampoco se pudo lograr por las mismas causas.
Muchos ingenieros y científicos árabes se ven obligados a abandonar sus países de origen en busca de lugares donde su talento tiene demanda. En consecuencia, en esos países no puede surgir una clase media.

Varios especialistas regresan a casa esperando utilizar su experiencia adquirida en el extranjero en bien de su pueblo. Pero en el mundo árabe predominan las tradiciones y la mentalidad contrarias a los valores occidentales.
Las tendecias parecidas se observan en Rusia que tiene muchos rasgos en común con los países del Oriente Próximo.
Por ejemplo, Rusia se siente deprimida por haber perdido el estatus de superpotencia como EEUU. El mundo árabe tampoco puede olvidar su derrota en la larga lucha con Israel.

En sus intentos de resolver todos estos problemas, los países árabes probaron varias ideologías, a partir del panarabismo laico que al fin y al cabo resultó ineficaz.
La disensión entre los pueblos de la zona árabe marcó el final del panarabismo. Unos países árabes apoyaron al Occidente cuando EEUU y sus aliados lanzaron una operación militar contra Iraq en marzo de 2003, y otros se pusieron del lado de Bagdad.
Tras el derrocamiento del régimen de Saddam Husein, el líder libio Muamar Gadafi declaró en el verano de 2003 que los árabes sufrieron derrota en la lucha nacional y dio por finalizada “la época del nacionalismo árabe”.

La afición al islamismo, que pretende buscar en la religión, el islam, una respuesta política a los problemas de la sociedad, también ha tropezado con obstáculos, o sea, ejemplos ilustrativos de Irán y Afganistán.
El guía espiritual y dirigente histórico de la República Islámica de Irán, el ayatolá Jomeini, prometió construir una “nueva economía islámica” que no dependerá del sector de la extracción pero no lo consiguió.

El movimiento Talibán sumió a Afganistán en el caos. El movimiento islamista Hezbolá del Líbano se metió en una nueva guerra civil. El movimiento islámico Hamas, que controla la franja de Gaza, produjo una catástrofe humanitaria en la región.
Entonces, ¿qué se queda? Queda así llamado paternalismo estatal, o sea, la ideología de conservadurismo tradicional. En los países donde este modelo permanece vigente la situación está tranquila, aunque el problema del atraso económico sigue sin resolverse. El mejor ejemplo es Arabia Saudí.

Hasta las últimas semanas, el conservadurismo y paternalismo mantuvieron la paz en el Norte de África. Pero cuando el poder perdió toda legitimidad cuando resultó incapaz de conceder al pueblo un miserable pedazo de pan al que ya se había acostumbrado.
La acumulada agresión, ofensa, odio no sólo hacia las autoridades sino hacia todo el mundo estallaron con especial virulencia. Los partidarios y opositores de Mubarak, igualmente pobres, se enfrentaron en las calles de Egipto.

Lo mismo pasa en Libia, pero en este país a la violencia de la muchedumbre se opuso la resistencia de Gadafi, aún más cruel.
La actual ola de revueltas populares no está inspirada por la aspiración al regimen democrático ni por el islamismo, ni tampoco por la necesidad de un fuerte líder. Es una sublevación de la gente incapaz de salir de la pobreza, de aguantar la humillación nacional y el desengaño respecto a todas las ideologías, incluida la religión.
Esta gente no sabe qué hacer en el futuro y no podrá sobrevivir si los demás países dejan de ayudarles.

Es la triste página de la historia mundial. Y tan sólo nos queda esperar que Rusia tenga un poco de tiempo para evitar este escenario.

* Grigori Melamédov es colaborador del Instituto de Estudios Orientales de la Academia de Ciencias de Rusia

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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