Las mujeres toman la palabra: Krasnaya Poliana, ¿Será un Nuevo Sueño Ruso?

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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“Parece Europa”, me dijo Galina, mujer de mediana edad, vestida con la cazadora deportiva color púrpura, muy de moda, mientras un nuevo funicular nos llevaba hacia la pintoresca cordillera de Aibga, a 2320 metros sobre el nivel del mar.

“Parece Europa”, me dijo Galina, mujer de mediana edad, vestida con la cazadora deportiva color púrpura, muy de moda, mientras un nuevo funicular nos llevaba hacia la pintoresca cordillera de Aibga, a 2320 metros sobre el nivel del mar.

Estábamos en el corazón de Krasnaya Poliana, centro alpino ruso más importante y sede de los Juegos Olímpicos de 2014. La ciudad de Sochi, bautizada la Courshevel rusa, tiene un clima templado sin igual, paisajes de una belleza inverosímil y la nieve polvo de diciembre a marzo.

Tras el reciente ataque terrorista contra esquiadores en la vecina república norcaucasiana de Kabardino-Balkaria, las medidas de seguridad no es cosa de risa aquí: guardas armados y detectores de metal están en pleno funcionamiento a pie de cada telesquí.

“Ayer perdimos nuestro vuelo a Moscú por un atasco de siete horas”, dijo Galina poniéndose sus enormes gafas de esquí. “Pero me alegro de obtener la oportunidad de disfrutar el esquí”.

Y junto con su esposo bajaron por la pista de esquí Olympia, una de las recién abiertas en el centro alpino “Roza Jútor”, que figura entre proyectos más ambiciosos de Krasnaya Poliana. Hace semanas allí se celebró el primer torneo internacional, la Copa de Esquí Alpino.

Los atascos de tráfico del sábado antepasado fueron provocados por la breve visita del primer ministro ruso, Vladímir Putin (quien prefiere Krasnaya Poliana a todos los demás centros de esquí, según reportan), para intervenir con el veredicto final de la votación nacional por la mascota de la próxima Olimpíada.

Yo también estaba muy feliz, incluso maravillada, al ver por fin la sede olímpica con mis propios ojos. “El Futuro es Brillante”, decía una enorme pancarta en otro centro alpino recién construido, Gornaya Karusel (Tiovivo de Montaña), con una serie de extensas pistas de esquí. “Stroika veka”, o “proyecto del siglo”, se me ocurrió la frase que se utilizó para describir el ambicioso ferrocarril soviético Baikal Amur (BAM). 

A Luc Besson o cualquier otro director de filmes futurísticos taquilleros le inspiraría el lugar: grúas hasta las nubes, pilotes enormes y camiones pesados transportando masas de gigantes bloques de cemento y metal, gargantas montañosas convertidas en cementerios de derrumbados árboles y rocas.

Pero el apogeo de inversiones, planes napoleónicos y ambiciones globales (Krasnaya Poliana aspira a ser uno de los centros alpinos mundiales de mejor equipo tecnológico) todavía no prevalecen sobre la herencia soviética decayente.  La costosa infraestructura de vanguardia y lujosos chalés de estilo suizo casi terminados están junto a casuchas de madera, viejas y aparentemente abadonadas. Enormes pancartas que proponen adquirir apartamentos y casas se alzan en las calles poco alumbradas y sucias a lo largo de un río montañoso que lleva masas de escombros (la construcción de plantas para reciclaje de residuos está prevista sólo para 2013).

“Nuestra naturaleza está arruinada, pero nos impresiona la obra”, anotó una pareja con la que compartí el telesquí. Yuri e Irina, ambos oriundos de Sochi, me dijeron que nunca en su vida probaron esquiar, pero les encanta visitar Krasnaya Poliana los fines de semana para pasar juntos la tarde aquí. “Es increíble la velocidad a la que va la construcción”, dijo Irina y desapareció con su cámara.

Yo tenía sentimientos contradictorios sobre el lugar, el orgullo patriótico rayaba en inquietud y escepticismo. Me preguntaba si el esfuerzo realmente merecía la pena. Y al mismo tiempo, me sorprendía el buen ánimo de los esquiadores. Hace tiempo, escribí una columna con reflexiones de por qué a los rusos nos molesta encontrar a nuestros compatriotas durante los viajes al extranjero. Aquí la historia era completamente diferente. En Krasnaya Poliana todos eran abiertos, amables y dispuestos a ayudar. Ningunas señales de arrogancia, desconfianza ni competición, tan frecuentes entre los rusos en el extranjero. A lo mejor, ¿somos capaces de dejar aparte este mecanismo de defensa cuando viajamos dentro del país?

Por sorpresa, yo, viajera esnobista y exigente,  me sentí en Krasnaya Poliana como en casa. Pero, una casa muy cara.


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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

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