Los entresijos del reinicio de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia

© RIA Novosti . Mikhail Fomichev / Acceder al contenido multimediaEstados Unidos
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Pronto se cumplirán dos años desde el reinicio de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, pero los debates en torno a este hecho aún están muy lejos de acabarse.

Pronto se cumplirán dos años desde el reinicio de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, pero los debates en torno a este hecho aún están muy lejos de acabarse.

Las dos escuelas más importantes de este país especializadas en los estudios de EE.UU., compiten por la primacía en la elección de la línea política a seguir. La escuela soviética siempre ha considerado a los demócratas más receptivos para con Rusia que a los republicanos. Una receptividad basada en el talante supuestamente más progresista de este partido, en su mayor tolerancia hacia lo ajeno. Los analistas del otro bando, adiestrados en las nuevas reglas del pragmatismo postsoviético, prefieren la opción republicana por su dureza e inflexibilidad, por compartir las mismas premisas de interés nacional y de patriotismo y por ser, consiguientemente, más accesibles en las negociaciones, como lo fue Richard Nixon en su día.

El anuncio del reinicio de las relaciones bilaterales, hecho por el presidente Barack Obama en 2009, en apariencia daba la razón a los representantes de la teoría soviética pero, en el fondo, la decisión de Obama estaba motivada por el más puro pragmatismo, rasgo característico de la escuela moderna.

Ideología vs pragmatismo

No es que Barack Omaba le haya cogido cariño a Rusia. En realidad, le tiene mucha menos simpatía que Bill Clinton, un verdadero apasionado por la cultura rusa. Simplemente, a diferencia de su antecesor George Bush, ha dejado de percibir a nuestro país como una amenaza, pero sin “olvidarse de Rusia”, siguiendo el consejo de muchos asesores suyos.

El mandatario estadounidense aceptó un diálogo con Rusia, teniendo en cuenta los intereses de Moscú. Bill Clinton, en cambio, no dejaba de explicarle al entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, lo provechosa que resultaría para Rusia tal o cual medida, desde la ampliación de la OTAN hasta la invasión de Yugoslavia, sin intentar reducir ni negociar la cantidad de “píldoras doradas” a tragar por Rusia. Obama, a diferencia de su antecesor, negoció de igual a igual.

Sin embargo, sería engañoso pensar que nuestras relaciones estén bien encaminadas y no corran ningún riesgo de descarrilar.

El problema radica en que las mencionadas escuelas académicas tienden a simplificar la situación. La divisoria entre los partidarios y adversarios del diálogo con Rusia no está trazada en EE.UU. por el principio de pertenencia política.

Los simpatizantes y los que desconfían de Rusia están tanto en el bando demócrata como en el republicano. La política exterior de Estados Unidos es una extraña mezcla de pragmatismo y directrices ideológicas.

A menudo estas dos fuerzas chocan entre sí, formando inevitablemente un vector común.

Cuando prevalece el pragmatismo, el vector adquiere un carácter aceptable para Rusia, pero si triunfa la ideología, el diálogo se interrumpe, imponiéndose la confrontación. Y, no depende de la pertenencia política de la Administración de EEUU el que se imponga la línea pragmática o la ideológica, sino que depende del talante de las personas que la componen. Nixon era, ante todo, una persona pragmática y sólo luego un republicano.

La explicación de todo esto radica en la falta de razones tangibles que enfrenten a los dos países. No existe una competencia directa en la esfera económica, mientras que los días en que la URSS quiso hacer de Cuba su portaaviones insumergible frente a las costas de EE.UU. ya están en el pasado.

El arsenal nuclear ruso tampoco representa una amenaza para Estados Unidos. Su existencia más bien sirve para suavizar, amortiguar discretamente la abrumadora supremacía militar de EE.UU. en el planeta.

Por esta razón, cuando se impone el pragmatismo y se negocia por cosas objetivas y reales, se llega a un acuerdo de forma relativamente sencilla. Como quedó demostrado en el caso de la intervención en Afganistán y la firma del tratado START.
Sin embargo, hay un gran número de causas para el conflicto ideológico. La raíz de todos los problemas está, probablemente, en la doctrina de la política exterior de EE.UU., ya que la rusa todavía no está definida. Concebida en la época de los enfrentamientos con los regímenes totalitarios en Alemania y en la URSS, la ideología de Estados Unidos y de la Unión Europea se transformó en una especie de religión con un axioma claro la “democracia por encima de todo”.

Su escasa adaptación a la realidad es evidente: existen democracias pobres y muy inestables que entrañan un claro peligro social para los países vecinos (p.e., el triunfo de HAMAS en la Franja de Gaza y los problemas en el Líbano); por otro lado, hay regímenes autoritarios perfectamente prósperos y pacíficos. En este sentido, esta obsoleta doctrina occidental siempre ha marcado una actitud hostil hacia Rusia, a la que se identifica como un país enemigo de la democracia.
 
La opción de Barack Obama

Esta forma de hacer las cosas le viene costando caro a Estados Unidos. La falta de una ideología acorde con la realidad actual, obliga a Barack Obama a disfrazar objetivos meramente pragmáticos de una filosofía y unos motivos sociales o humanitarios de que éstos carecen.

Y se llega a extremos absurdos, como declarar que, tras 42 años en el poder, Muammar Gadafi está infringiendo los derechos humanos en Libia. Lo cierto es que otra cosa no puede hacer, ya que no puede reconocer que  EE.UU. ha pasado por alto toda una oleada de rebeliones por hambre en  Oriente Próximo, distraído como estaba en su lucha contra la “expansión de Rusia”, ni tampoco que todas las teorías sobre la "seguridad energética" en torno a Rusia, no eran más que castillos en el aire. Se ha demostrado que el petróleo también puede dejar de fluir desde el sur.

¿Se ha llegado a un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia respecto al problema libio? Me gustaría creerlo, pero no hay nada seguro todavía. Todo dependerá de si se impone el pragmatismo y los acontecimientos en Libia se perciben como un mal, como un reto y una amenaza para Europa, donde habrán de unir sus esfuerzos la UE, EE.UU. y Rusia; o de si triunfa en Occidente la visión ideológica de los hechos que se empezarán a ver como una victoria de la democracia y un preludio a una “revolución” en Rusia. En este último caso habría serias razones para la confrontación.

Algunos dirán que los estadounidenses son gente pragmática y no dejan que la ideología prevalezca sobre sus intereses. Desgraciadamente, esto no siempre es así. Los conflictos generados por ilusiones y por ideas han entorpecido las relaciones bilaterales en más de una ocasión, sobre todo, en los últimos años. De ejemplo podrían servir el bloqueo energético de Europa por parte de la empresa rusa Gazprom o la hipotética invasión de Crimea por Rusia después de su conflicto militar con Georgia en 2008. Todas estas amenazas quiméricas se discutieron seriamente en Washington y Bruselas. Y esta lista no termina ahí.

De modo que todavía están por formarse unas posturas afines hacia los acontecimientos en Libia, igual que unos cimientos ideológicos sólidos para el reinicio que (y aquí coincido con muchos compañeros de profesión) en gran medida se basan en la iniciativa personal de los líderes de los dos países.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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