En búsqueda de sentido común

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La política mundial contemporánea parece toda una locura, sobre todo en los últimos días, y el ejemplo más claro es la situación en torno a Libia.

La política mundial contemporánea parece toda una locura, sobre todo en los últimos días, y el ejemplo más claro es la situación en torno a Libia.

Recientemente, el canal Euronews transmitió un reportaje de la televisión italiana sobre un “mártir de la revolución”. Un hombre adulto de Bengasien un coche bomba impactó contra el edificio de la base militar del Gobierno. Gracias a su sacrificio, los rebeldes tomaron y aniquilaron este “bastión de la tiranía”.

Los parientes del suicida están de luto pero se sienten orgullosos, porque uno de ellos cayó por la libertad. El autor del reportaje narra esta historia de sacrificio y heroísmo con detalles conmovedores.

Aquí, lógicamente, cabe preguntar. Si se nos proponen que admiremos a este suicida, ¿por qué sus correligionarios que realizan los mismos actos en Palestina, Iraq, Afganistán o los realizaron en Líbano, se llaman extremistas, terroristas y fanáticos? ¿Por qué hay que hacer excepciones para alguien cuando se considera correcto apoyar la lucha de los pueblos por la libertad con la independencia de cómo entiendan esta libertad?

El coronel Gadafi es uno de los líderes que no despiertan simpatía. Pero el simple sentido común sugiere que hay que evitar aplicar a él un esquema habitual como en el caso de los demás dirigentes de su clase. Sin embargo, el poder del esquema resulta ilimitado.

En Rusia existe un tópico muy arraigado según el cual EEUU y otros países occidentales son tan poderosos que cualquiera convulsión política en cualquier parte del mundo se debe a sus intrigas.

Cuando hay la sospecha de que se utilizan mecanismos encubiertos, éstos se encontrarán sin falta, porque así es la imaginación humana. Por desgracia, la realidad es más simple y espantosa.

Los acontecimientos se desarrollan de manera espontánea, y nadie sabe cómo concluirán. Y las acciones de los que parecen manejar estos acontecimientos son fruto de perplejidad total.

Así, los políticos norteamericanos no pueden escoger entre la necesidad política que exige ser pragmático y ayudar a sus socios fieles, y el imperativo ideológico según el cual EEUU debe apoyar la lucha de los pueblos contra los regímenes autocráticos.

Hace dos semanas los medios de comunicación hablaban sobre miles de víctimas del régimen libio, citando datos de “organizaciones internacionales”, pero luego dejaron de mencionar esta información. Primero este cambio de posturas parece uno de los tejemanejes de los políticos, pero creo que la explicación más verdadera es la decadencia del periodismo contemporáneo, que se agarra de cualquier información sensacional sin probar si es verídica. Sobre todo si corresponde al estereotipo. Esta información cuestionable permite que los prejuicios  políticos echen raíces.

Cuando el Departamento de Estado de EEUU dice que la población de Arabia Saudita tiene derecho a convocar un “día de ira” como los ciudadanos de cualquier otro país del mundo, o cuando amenaza con dejar de suministrar armas a Bahrein, parece contradecir sus propios intereses. Estos dos estados son sus socios más importantes en la región y disturbios allí pueden acarrear una verdadera catástrofe para EEUU, pero las ideas que proclama requieren que ocupe esta posición.

En cuanto a la postura europea, parece todavía más floja y vergonzosa.

La impotencia político-militar se suma a la incomodidad por la cooperación estrecha de la élite europea con el régimen de Gadafi y al miedo por la perspectiva de una mayor ola de refugiados de África del Norte.

La semana pasada, la Unión Europea (UE) tomó la decisión de considerar el consejo provisional de los sublevados como un interlocutor  en negociaciones. No es un boicoteo de Trípoli total, pero es un paso en esta dirección.

Mientras tanto, todavía nadie explica quiénes son “la oposición en Libia”. Supongamos que esta información la poseen los líderes de estados y Gobiernos que se reunieron en la cumbre de la UE. Pero entonces no está claro por qué no revelan esta información al público, al menos para mostrar a su electorado que saben quiénes son los luchadores por la democracia libia.

Tanto más que por ahora no se vislumbra la caída del régimen de Gadafi, la derrota del  recién reconocido socio en negociaciones parece más probable. Es interesante cómo se portará entonces la UE: empezará a boicotear el petróleo libio (dejando que se aproveche de ello China) o, como antes, entenderá de repente que se equivocaba y que Gadafi no es tan malo.

Nicolas Sarkozy emprendió un paso aún más atrevido: no sólo reconoció a los rebeldes como poder legítimo sino llamó a bombear Libia. Para él esta iniciativa no entraña ningún peligro, ya que Francia no va a participar en la guerra (no tiene recursos ni razones).

De esta manera, mostrando voluntad férrea, intenta subir su ranking que está bajo.

Pero el propio hecho de que los políticos de hoy recurran a las amenazas de desatar la guerra con tanta facilidad, horroriza. Tuvieron razón los que a fines de 1990 estaban preocupados porque se fueran del escenario político los líderes que recordaban aún la Segunda Guerra Mundial. Ellos entendían a qué puede llevar la irresponsabilidad y siempre pensaban muy serio antes de decir o emprender algo. 

Cabe notar que EEUU, que en el curso del último decenio cometió varios errores graves debido a su vanidad desmedida, esta vez se muestra mucho más cauteloso y no tiene muchas ganas de intervenir. Los militares y agentes de inteligencia no ocultan escepticismo, porque no quieren responder de nuevo por las mal pensadas decisiones de los políticos.

No nos queda otra cosa que poner las esperanzas en el sentido común del alto mando. Suena absurdo…

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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