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Pasados 50 años tras el vuelo del primer cosmonauta en la historia Yuri Gagarin, resulta difícil explicar claramente para qué necesitamos el espacio.

Pasados 50 años tras el vuelo del primer cosmonauta en la historia Yuri Gagarin, resulta difícil explicar claramente para qué necesitamos el espacio.Mucha gente cree que lo sabe y parece que el propio espacio también tiene la respuesta y no podemos hacer la vista gorda ante este hecho.

Durante medio siglo, la URSS logró pulir casi hasta la perfección su programa vuelos tripulados. El programa lunar soviético Zond dio origen a las naves espaciales de la serie Soyuz y sus versiones modificadas, Soyuz-T, Soyuz-TM y Soyuz TMA.

EEUU apostó por el desarrollo de los transbordadores espaciales de uso múltiple Space Shuttle con capacidad para siete personas. Cada programa tuvo sus ventajas.

¿Es realmente tan peligrosa la órbita, como se suele decir? La vida humana es de valor inestimable. Tan sólo la estadística inhumana sabe su “precio”.

De los 110 lanzamientos de las naves Soyuz sólo dos fueron fallidos. El cosmonauta soviético Vladímir Komarov perdió la vida durante un vuelo de ensayo en la nave Soyuz-1 que se estrelló contra la superficie terrestre debido al fallo en el sistema de paracaídas.

Y la tripulación de la nave Soyuz-11, compuesta por los cosmonáutas Vladisláv Vólkov, Georgi Dobrovolski y Víktor Patsáiev que carecían de escafandras, murió en su regreso a la Tierra por asfixia. La causa del accidente fue un escape de aire en la cápsula.

En este sentido, los transbordadores estadounidenses Space Shuttle, en los que murieron un total de 14 astronautas parecen mucho menos seguros. Pero por otro lado, también se trata de dos accidentes de los 132 lanzamientos.

El 28 de enero de 1986, ocurrió el acidente del transbordador espacial Challenger unos segundos después de su lanzamiento a causa del fallo de los anillos aislantes de la junta inferior del acelerador y en 2003, estalló el transbordador Columbia durante su regreso a la Tierra al hacer contacto con la atmósfera.

Si las catástrofes de las naves soviéticas se produjeron en la etapa inicial del desarrollo de programas orbitales, cuando los aparatos aún estaban imperfectos, los accidentes de los transbordadores estadounidenses ocurrieron a causa de varios fallos y falta de atención cuando el nivel tecnológico ya fue más avanzado.

Esto evidencia que los vuelos orbitales se realizan con un cierto grado de riesgo (un 1,5%), independientemente del nivel tecnológico del equipo utilizado.

Es curioso que los aparatos menos avanzados hayan realizado vuelos con más éxito. Se trata de las naves soviéticas Vostok y Vosjod y los aparatos estadounidenses Mercury, Gemini y Apollo, que no sufrieron accidentes, a excepción del Apollo-13, pero su tripulación logró amerizar exitosamente en el Oceano Pacífico.

El progreso tecnológico en el ámbito de desarrollo de sistemas automáticos, telemetría, sistemas de control y transmisión de datos empezó a eliminar paulatinamente el factor humano de la cosmonáutica.

El “espacio automático” vive, está desarrollándose y logra éxitos contínuos. Se trata no sólo de un gran salto tecnológico en materia de dotación de los grupos orbitales. Durante los últimos treinta años, los aparatos espaciales son capaces de alejarse mucho de la órbita terrestre. Recordemos, por ejemplo, la sonda espacial Hayabusa, lanzada por Japón en 2003, que sufrió graves problemas pero logró regresar a la Tierra después de permanecer en el Cinturón de Asteroides.

El final de la candente carrera espacial entre dos superpotencias mundiales, la antigua Unión Soviética y EEUU, ralentizó los ritmos de la expansión de programas tripulados.

En diciembre de 2012, se celebrará el 40º aniversario desde que el último hombre pisó la Luna.

La Oficina de Diseño dirigida por Serguei Koroliov, célebre diseñador soviético, estaba desarrollando proyectos de lanzamiento de la nave espacial hacia el Marte planeado para 1976.

En la década de los 70, se consideraba que para los 90 la humanidad establecería bases lunares y realizaría las expediciones tripuladas al Marte. Pero esto no se hizo realidad.

El progreso tecnológico dio origen a dos concepciones opuestas. De acuerdo con la primera, la exploración espacial debe realizarse con el uso de estaciones automáticas para no poner en riesgo la vida humana.

Desde otro punto de vista, los materiales y sistemas de control modernos darán al hombre la posibilidad de alcanzar nuevos horizontes en el espacio y establecer allí la primera colonia extraterrenal. Es necesario hacerlo porque la humanidad no tiene otros objetivos.

Ambas versiones anunciadas parecen algo exageradas. La idea que empezó a promoverse tras el colapso de la URSS en 1991 bajo el lema “la Tierra es para personas, el espacio es para máquinas” no tiene perspectivas aún en su forma más intelectual que absolutiza riesgos para la vida de cosmonáutas.

El sucesor de Koroliov, académico Vasili Mishin, se hizo partidario de esta idea en el declive de la vida. Mishin consideraba que la carrera de los vuelos tripulados al espacio, que se remonta a la década de los 60, fue un error motivado políticamente, causado por la lucha por el liderazgo espacial, y absolutamente desventajoso para la economía real.

Pero Mishin no descartaba directamente la necesidad de realizar vuelos tripulados al espacio, lo que sería inútil.

Hoy en día, EEUU, que abandonó varios programas espaciales cuando dejó de existir el mundo bipolar, empieza a desarrollar nuevos proyectos de vuelos tripulados a la Luna y el Marte. Programas similares aparecieron también en Rusia.

Por otro lado, las ideas de exploración ilimitada del Sistema Solar tampoco tienen sentido. Teniendo en cuenta el actual nivel tecnológico y los recursos disponibles del planeta, este mega proyecto será absolutamente irrentable.

Las declaraciones sobre la necesidad de organizar expediciones en busca de helio-3 en el suelo lunar y recursos minerales en el anillo de asteroides no son más que palabras.

Hoy en día, las misiones tripuladas para explorar el espacio ultraterrestre cercano y lejano carecen de sentido económico. Y es poco probable que esta situación cambie a corto plazo.

No hay ningún objetivo ambicioso para desarrollar programas tripulados que exija movilizar las fuerzas, superar barreras y resolver nuevas tareas.
Los especialistas de la agencia espacial estadounidense, NASA, prestaron poco interés a las últimas misiones tripuladas del programa Apollo, porque los vuelos hacia la Luna ya no aportaron nuevos resultados. Algo similar se puede observar ahora en el ámbito de vuelos orbitales.
Es lógico. Un gran éxito se convirtió en un trabajo rutinario y las misiones espaciales tripuladas perdieron una aureola del heroismo.
No hay nada extraordinario en la cosmonáutica tripulada que hoy en día ocupa un nicho especial e inevitablemente está desarrollándose. La comunidad internacional ya está acostumbrada a esto.

Pero parece imposible acostumbrarse al vuelo de Yuri Gagarin, aquella “Gran Explosión” que, en esencia, dio origen al universo de la cosmonáutica tripulada.

La época de grandes descubrimientos de los 60 que se inició con el lanzamiento en órbita terrestre del primer satélite artifical diseñado por la Oficina de Diseño de Serguei Koroliov y terminó con el descenso de Neil Armstrong al suelo lunar agitará la imaginación de las generaciones futuras.
No es el peor ejemplo para los que se decidirán a avanzar de nuevo.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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