¿Será posible un apocalípsis tecnológico en nuestro planeta?

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Los reactores de la central nuclear de Fukushima siguen preocupando a todo el mundo después de que el pasado 22 de marzo, una columna de humo blanco saliera de nuevo del reactor número dos, y el día anterior, el intenso humo obligara a los especialistas nipones a suspender el suministro eléctrico y las obras en los reactores averiados.

Los reactores de la central nuclear de Fukushima siguen preocupando a todo el mundo después de que el pasado 22 de marzo, una columna de humo blanco saliera de nuevo del reactor número dos, y el día anterior, el intenso humo obligara a los especialistas nipones a suspender el suministro eléctrico y las obras en los reactores averiados.

Japón volvió a demostrar que a pesar de ser un país tecnológicamente avanzado es impotente ante la violencia de la naturaleza y que en reiteradas ocasiones, las tecnologías no sólo resultan incapaces de proteger, sino también pueden agravar las consecuencias de las catástrofes naturales.

Hacia la creación de los organismos cibernéticos

Al tiempo que soñamos, estamos dando los primeros pasos para crear el  organismo cibernético (ciborg). Los chips implantados, articulaciones artificiales de titanio, exoesqueletos deben ayudar a alcanzar este objetivo en el futuro.

Pero la propia humanidad ya se ha convertido en una especie de ciborg  al entrar en simbiosis con su tecnosfera, y cualquier intento de romper esta estrecha relación provoca consecuencias graves. En eso radica la fuerza y la debilidad de la civilización moderna cuya envoltura tecnológica es tan complicada que es capaz de generar cataclismos por su cuenta.

A mediados del siglo pasado, el escritor italiano de novelas de ficción científica Roberto Vacca describió un posible escenario de autodestrucción (ya mencionado por el afamado escritor italiano Umberto Eco en su artículo “La Edad Media ha comenzado ya”) de las megápolis que cayeron en la dependencia tecnológica.

EEUU. Invierno. Controladores aéreos, no pueden llegar al trabajo a tiempo  por un atasco de tráfico de muchas horas. Sus colegas cansados cometen un error y dos aviones tras chocar en el aire destruyen una línea de alta tensión o una subcentral eléctrica.

La crisis del transporte y energía eléctrica paralizan la ciudad. Las redes telefónicas no funcionan, incapaces de conectar a millones de usuarios que quieren saber donde están sus familiares.

Los servicios públicos resultan impotentes. Los bomberos, socorristas, fuerzas del orden no pueden llegar a las zonas de desastre para combatir los incendios y saqueos. Numerosos cadáveres yacen en las calles. Se registran brotes de epidemia. Una infinita fila de ciudadanos abandona la ciudad.

“Es una historia de ficción”, podéis decir y tenéis razón. Pero recordemos el apagón de Nueva York de 1977, o sea,  el corte del suministro eléctrico que afectó a casi toda la ciudad de Nueva York desde el 13 al 14 de julio de 1977, o la avería en una subcentral eléctrica de Moscú en 2005, o las consecuencias de la lluvia de hielo que cayó a finales de diciembre de 2010 en Moscú y su región y provocó cortes de electricidad en unas 90 poblaciones de la región.

Décadas fatales

Según los expertos, la economía mundial y la población del planeta se hace cada vez más vulnerable ante la sucesión de desastres. No hay nada sorprendente en el crecimiento de graves consecuencias de catástrofes naturales y tecnológicas durante el ultimo medio siglo. La causa de esto no sólo radica en la mencionada la complejidad de la envoltura tecnológica.

Borís Porfíriev, jefe del laboratorio de análisis y previsiones de riesgos naturales y tecnológicos para la economía del Instituto de Pronósticos Económicos de la Academia de Ciencias de Rusia cree que las graves consecuencias de varios desastres están vinculadas con el hecho que la mayoría de las averías se producen en zonas densamente pobladas.

Las dos terceras partes de las fuerzas productivas están ubicadas en un terreno estrecho de unos 100 kilómetros de ancho a lo largo de la costa de mares y océanos y orillas de ríos, es decir, en las zonas de mayor riesgo de fuertes terremotos, tsunamis, huracanes e inundaciones. Y resulta que estas áreas son las más apropiadas para la actividad económica.

En cuanto a Japón, debido a que existe poco terreno llano en el país, los japoneses se ven obligados a vivir en zonas de riesgo e instalar allí las plantas, incluidas centrales nucleares.

Es curioso y paradójico, que hoy en día, las compañías de seguros no aseguren las centrales nucleares de los terremotos porque se considera que estas instalaciones no deben construirse en zonas de riesgo sísmico. Pero siguiendo esa lógica, Japón no debería disponer de centrales nucleares porque todo el país se encuentra en una zona sísmica.

Debido a la falta de grandes ríos y lagos en el interior del país, Japón tiene que construir plantas nucleares en la zona costera para acceder al agua necesaria para el sistema de refrigeración de los reactores.

La población se ve obligada a adaptarse a las circunstancias, buscar métodos de proteción contra desastres naturales, minimizar pérdidas a cuenta de compañías de seguros, etc. Desgraciadamente, la humanidad no dispone todavía de tecnologías necesarias para contrarrestar efectivamente la violencia de la naturaleza.

Los japoneses construyeron diques de 10 metros de altura para proteger sus centrales nucleares, pero las olas del tsunami, causadas por un fuerte terremoto, superaron esta altura y destruyeron los diques.

¿Se puede prevenir apocalipsis?

Ante la imposibilidad de detener el progreso, es necesario continuar modernizando la tecnosfera para prevenir las catástrofes tecnológicas. Hay ejemplos de éxito en este ámbito.

Tras un terremoto devastador del año 1995, en la ciudad japonesa de Kobe que ocasionó 6.434 víctimas mortales y pérdidas materiales que ascendieron a US$100 ó 150 mil millones, Japón revisó los parámetros técnicos y las normas de resistencia de edificios a las sacudidas sísmicas.

Según el vicerrector de la Academia Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia y ex embajador de Rusia en Japón, Alexandr Panov,  en resultado, no fueron destruidos los edificios de muchos pisos ubicados en las zonas próximas al epicentro del terremoto que sacudió Japon este mes de marzo, incluso en Tokio donde se produjo temblor de 6 grados de magnitud en la escala Richter.

Es necesario seguir modernizando las soluciones técnicas y eliminar las deficiencias de los sistemas de seguros, ya que la desproporción entre el daño asegurado y no asegurado es enorme.

Pero lo más importante es cambiar la concepción de desarrollo de la tecnosfera. Y esto es imposible realizar sin un salto tecnológico.
Por ejemplo, se puede solucionar el problema de superpoblación en zonas concretas y una enorme concentración de la producción mediante el desarrollo de territorios que hoy en día son poco adaptados para la vida (la mayor parte de Rusia es así).

Para conseguirlo es necesario mejorar la infraestructura de transporte y comunicación. Además, sería necesario asegurar la independencia de las megapolis y  regiones en materia de fuentes de energía, alimentación y agua.

Es posible que la avería en la central nuclear japonesa de Fukushima dé impulso a iniciar la discusión sobre la participación del capital privado en el sector nuclear y sobre la necesidad de reforzar el control público sobre la industria energética.

Sea lo que sea, los empresarios aspiran a minimizar los gastos en todos los ámbitos y están interesados en llevar a cabo la modernización con el fin de recibir beneficios.

Y los problemas de seguridad se relegan a un segundo plano. La avería en la central hidroeléctrica rusa Sayano-Shushenskaya que se produjo en agosto de 2009 es un claro ejemplo de esto.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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