El factor humano de la tragedia de Fukushima

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Ya más de dos semanas dura la epopeya nuclear en la «Isla feliz» (traducción de la palabra Fukushima). Todavía es pronto para sacar las conclusiones finales de esta catástrofe, pero ya se puede y se debe decir alguna cosa.

Ya más de dos semanas dura la epopeya nuclear en la «Isla feliz» (traducción de la palabra Fukushima).

Todavía es pronto para sacar las conclusiones finales de esta catástrofe, pero ya se puede y se debe decir alguna cosa.

La isla, en realidad, ha salido bien parada en comparación de lo que pudo haber sido si se hubieran fundido finalmente los reactores implicados, con el consecuente aumento de la presión y el peligro de graves explosiones térmicas en el interior de sus vasijas. La tragedia absoluta, por lo que parece, se consiguió evitar, pero, esto no oculta la escandalosa intransigencia y ausencia de flexibilidad en la toma de decisiones que demostraron los ingenieros japoneses.

La semana del gran cambio

Por los datos que disponemos, la situación en la central se ha estabilizado. Las explosiones de hidrógeno han cesado y las vasijas de los reactores parece que han aguantado. La situación de las barras de combustible se desconoce, sin embargo el calor residual debería ser ya menor.

Las estructuras de sujeción de las mismas podrían estar, eso sí, muy deterioradas debido a la fluctuación del nivel de agua en los contenedores, que ha ido dejando las barras al descubierto periódicamente.  

No obstante, se han recibido algunas informaciones que provocan preocupación. En el área de la central se han encontrado isótopos de cobalto, lo cual podría ser consecuencia de la aparición de fisuras en los muros de protección de algunos reactores. Asimismo, se han registrado flujos de neutrones que podrían evidenciar una pérdida en el aislamiento. Además, el casco del tercer reactor ha registrado un sensible aumento de la temperatura. En cualquier caso, ya no hay más indicios sobre una posible alteración en los elementos de contención de los reactores, lo cual es, de por sí, una buena noticia.  

El 17 y el 19 de marzo terminaron los trabajos de instalación de dos líneas de suministro eléctrico de reserva de un kilómetro y medio cada una. Pero sólo el día 21 se pudieron conectar a la central Fukushima-1 que estaba sin alimentación eléctrica desde el comienzo de la crisis. La velocidad del proceso de conexión es un tema aparte, pero durante estos largos días hemos recordado más de una vez las normativas industriales soviéticas para el tendido de cableado eléctrico en situaciones de emergencia, incluyendo áreas con contaminación química y radioactiva.

Los plazos allí no se medían en días, sino en horas por kilómetro de tendido. La razón por la cual el tendido no se hizo con más rapidez, en un momento en el que se requería una urgente refrigeración de las barras de combustible, es algo que habrá que preguntar a los especialistas nipones.

El 23 de marzo ya se alimentaron los transformadores de los cuatro reactores problemáticos. Incluso se logró recuperar el panel de control del tercer reactor.  Sin embargo, todos los intentos de poner en marcha los sistemas de refrigeración de la central resultaron vanos. Por lo que respecta al humo gris que se observó sobre los reactores en la mañana del 23 de marzo, se cree que se debía a un incendio por cortocircuito.   

En realidad, volver a poner en marcha el sistema de refrigeración es una labor extremadamente complicada y es posible que los ingenieros japoneses estén intentando llevarla a cabo sólo como señuelo para llamar la atención de la opinión pública. Para ellos serán más importantes los restos de los sensores de telemetría que han sobrevivido a la catástrofe, y que les pueden ofrecer una valiosa información sobre la situación en el interior de los reactores. En unas condiciones de lucha a ciegas durante ya más de dos semanas, esos datos podrían ser de un valor incalculable. 

Basurero nuclear en llamas

Por otro lado, están ocurriendo cosas extrañas en las piscinas donde se almacena el combustible utilizado. En Fukushima-1 hay mucho combustible almacenado y, además, la piscina del cuarto reactor está llena de piezas de las barras de combustible, sacadas del reactor parado a finales del pasado año. La pérdida del agua de refrigeración ya ha provocado una serie de consecuencias imprevistas: incendios, emisiones de hidrógeno con explosiones y la formación de nubes de vapor de agua que se pueden ver a lo lejos.

En otro orden de cosas, los expertos no terminan de ponerse de acuerdo sobre la posibilidad de que la masa de uranio o plutonio fundida y sin refrigeración, provoque una reacción en cadena.

Para Japón no sería la primera vez. El 30 de septiembre de 1999, en la fábrica de combustible nuclear en Tokaimur, como resultado de una grave falta en el procedimiento de carga del reactor y el desprecio de todas las normas de seguridad, tuvo lugar un pico de reacción en cadena. Dos personas perdieron la vida y decenas de ellas recibieron altas dosis de radiación.

De todas formas, los bloques de combustible radioactivo en las piscinas de almacenamiento de los cuatro reactores averiados todavía van a dar más de un dolor de cabeza a los técnicos y bomberos. Lo más probable es que los cuatro reactores sean sellados con sarcófagos, el estilo de Chernobil. Pero antes, habrá que enfriarlos y poner en orden el contenido de las piscinas.

El prestigio de todo un sector se viene abajo

Lo que de verdad ha venido exasperando desde el principio de la crisis fue una sorprendente sangre fría en el comportamiento de los responsables técnicos de la central. Una actitud que remite al símil del avestruz cuando pone la cabeza bajo la arena ante una situación de peligro, o el niño que se mete bajo la manta cuando siente miedo.

Probablemente, esto no sea más que una manifestación de la patológica peculiaridad japonesa de guardar las apariencias a toda costa, extremo que, sumado al dudoso nivel profesional de los ingenieros, ha provocado que los plazos para tomar las decisiones más elementales se alargaran más de lo normal.

El tendido eléctrico de emergencia tardó diez días en terminarse. Se trabajó alrededor de cinco días en limpiar las carreteras de acceso a la central de los escombros del terremoto y el tsunami. Y solamente se acordaron del combustible consumido en las piscinas de almacenamiento cuando toda el agua se había evaporado y las armaduras de las barras comenzaban a calentarse peligrosamente. Tampoco se había pensado en montar un sistema de suministro de agua de emergencia para los reactores. Finalmente se intentó enfriar los reactores burdamente vertiendo agua de mar sobre la parte exterior del muro de cemento. 

Cuando la avería se les fue de las manos, recurrieron a los helicópteros para arrojar agua sobre la central. Y este sistema no se les ocurrió a ellos, sino que, probablemente, fueron aconsejados por los pilotos militares estadounidenses.

También utilizaron las mangueras de los bomberos y de la policía, observando, eso sí, el especial sistema de trabajo del personal bajo condiciones de alta radiación. Esto último fue consejo del equipo de especialistas rusos, al que mantuvieron inactivo durante días en el puerto ruso de Jabarovsk. Al parecer, los japoneses no ardían en deseos de dar acceso al equipo ruso a una central, un lugar que no era precisamente un balneario.

Da la sensación de que los técnicos y socorristas japoneses carecían de la suficiente formación y conocimientos sobre la física de los reactores nucleares y sobre los protocolos necesarios ante situaciones de emergencia. Se ha demostrado que no estaban preparados para gestionar una situación como esta. Los ingenieros japoneses suelen cumplir con eficacia las normas y reaccionan bien ante las situaciones, digamos lógicas. Pero si el caos provoca eventos anormales y es necesario recurrir a la improvisación, cuando de varias piezas sueltas hay que juntar una solución maestra (como en Chernobil), el brillante método japonés se aturulla. 

La principal lección que se puede sacar de la tragedia de Fukushima es que las centrales nucleares deben ser construidas teniendo en cuenta el peor escenario de agresión exterior posible. Es evidente que al reglamento nuclear y a las exigencias técnicas para con las centrales, después de este accidente y del de Chernobil,  les esperan grandes cambios. Posiblemente, surjan instrumentos internacionales obligatorios para establecer y certificar las normas de seguridad nuclear.

En este sentido, el Organismo Internacional de Energía Atómica no ha tardado en sacarle los colores públicamente a los japoneses, recordando sus repetidas advertencias sobre las deficiencias de la central Fukushima-1 y las negativas de los primeros a modernizar las instalaciones por falta de fondos. Pero, a día de hoy, esta organización internacional carece de poder para imponerse.  

En primer lugar, hay que adiestrar debidamente a la gente, a los profesionales, para después modernizar las instalaciones si ha lugar. Precisamente el factor humano: los técnicos, ingenieros, especialistas de diverso nivel y ejecutivos de la Corporación TEPCO, ha sido el que ha fallado en esta crisis de máxima exigencia. Es posible que si los acontecimientos se hubieran desarrollado de forma rápida, como en Chernobil, con una potente explosión y un gran incendio de los restos del reactor (que demandaron una reacción inmediata y de sacrificio), las cosas habrían tomado un cariz diferente. Pero todo esto queda en el terreno de la hipótesis.  

Sin embargo, en Fukushima, en medio de un lento y constante aumento de indeterminaciones, mezcladas con los intentos de ocultar la verdadera dimensión del drama y el deseo de salvar alguna que otra carrera profesional, estas personas sólo demostraron su completa y total incompetencia.

Las centrales se pueden diseñar según lo último en tecnología pero, al final, todo depende del factor humano.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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