A la espera del milagro japonés

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Al parecer los técnicos japoneses van a intentar la solución intermedia de verter pintura y cubrir con unas telas la central nuclear de Fukushima con objeto de reducir los escapes radioactivos.

Al parecer los técnicos japoneses van a intentar la solución intermedia de verter pintura y cubrir con unas telas la central nuclear de Fukushima con objeto de reducir los escapes radioactivos.

En teoría, esto les permitirá planificar con más tranquilidad la construcción de los sarcófagos, eligiendo la tipología ideal y el equipamiento técnico a utilizar en los trabajos.

Todo el mundo está a la espera de que Japón haga el milagro. Y este fenómeno es, probablemente, el más sorprendente de todos los sucedidos tras el terremoto y al tsunami del 11 de marzo.  La historia se podría repetir con la segunda economía del mundo en los 80, ahora tercera, que se encontraba en una profunda crisis general.

El fuerte impacto generado por la tragedia podría dar la suficiente fuerza moral a la nación japonesa como para dar un paso adelante y salir de su estancamiento, hacia un renacimiento como el que ya experimentó tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Es curioso, pero este tema se repite tan a menudo en los materiales analíticos de los principales medios de comunicación mundiales que no puede por menos que sorprender. 

La dimensión de la tragedia

En un principio, hay que aclarar que la catástrofe se circunscribe tan sólo a una zona de unos treinta kilómetros alrededor de la central, y las tareas de eliminación de sus consecuencias no deberían representar un gasto excesivamente grande, al menos en la primera etapa. La lista de pérdidas preliminar es la siguiente: aproximadamente medio millón de personas se han quedado sin vivienda y, por lo que se ve, sin su tierra. Por otra parte, el coste de la reconstrucción de los edificios destruidos se ha valorado por los mismos japoneses en una cantidad cercana a los 200.000 millones de dólares. Una cifra respetable pero, para una economía con un PIB de 5,39 billones de dólares en el 2010, no parece un lastre imposible de sobrellevar. 

Es evidente que Japón encontrará el dinero necesario. Recordemos que insufló cientos de millones de dólares sólo para garantizar la liquidez de su sistema bancario después del desastre económico…

Ciertamente, existe el problema de la deuda global de Japón, que asciende al 204 % de su PIB, unas cifras astronómicas, incluso más altas que las de EEUU. Pero es una deuda interna, los japoneses se deben unos a otros. Algo que, dadas las circunstancias, debe ser fácil de resolver.
El coste total de la reconstrucción de la infraestructura de la zona todavía no se ha determinado. Otra “patata caliente” es la misma central de Fukushima, que generaba el 6% de toda la energía del país del Sol Naciente. El cese del funcionamiento de la central ha motivado que Tokio sufra periódicos cortes en la electricidad. 

En las prefecturas arrasadas había varias empresas de electrónica industrial y de consumo, también algunas auxiliares para la industria del automóvil, pero el mejor análisis de la situación lo ha dado el periódico “U.S. News and World Report”.

Las pérdidas directas para Japón han sido del 0,25% del PIB de su primer trimestre y no superarán el un uno por ciento en el segundo. Las reconstrucciones de este tipo siempre se alargan varios años, normalmente tres ó cuatro.

Curiosamente, el efecto de estas tragedias suele ser mínimo en la economía de las naciones. El tristemente famoso tsunami que asoló Indonesia y Tailandia en 2004, el tremendo terremoto en Cachemira en 2005 y la destrucción de la ciudad japonesa de Kobe en 1995, sólo consiguieron frenar ligeramente el desarrollo económico de estos países.

El dinero y la felicidad

El quid de la cuestión radica en que la reconstrucción de Japón no se percibe por el resto del mundo como un proceso automático. No es un problema de dinero, de coste de los trabajos. El asunto se enfoca desde el prisma del peculiar carácter de los japoneses que los puede llevar a una erupción de vitalidad y de trabajo sin descanso, a una renovación total el país, incluyendo su sistema económico, gubernamental e incluso de la misma identidad nacional.

“En el pasado, los japoneses como nación demostraban una sorprendente capacidad de recuperarse de los desastres sufridos”, así los describe la revista estadounidense Foreign Affairs.  Y así ocurrió tras el terremoto de 1855, que se tomó como impulso para que Japón se modernizara y se abriera al mundo con una velocidad increíble. También se obró el milagro sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial, de los que surgieron una nueva y pujante economía y una sociedad diferente y moderna. Cierto es que hubo resurgimientos con signo negativo, como el del terremoto de Tokio de 1923, que se llevó por delante 123.000 víctimas mortales y que fue el punto de arranque del militarismo y expansionismo japoneses.

Los saltos evolutivos de las naciones son algo casi del terreno de lo esotérico. Es que le es más sencillo explicar estos fenómenos a un místico o a un profeta que a un economista o a un experto en geopolítica. Por ejemplo, de los tres países vecinos: Birmania, Tailandia y Malasia, tras el fin de la era del colonialismo, todos los expertos estimaron que las mejores perspectivas de desarrollo las tenía Birmania. Malasia se consideraba como un ente multinacional compuesto por chinos, malayo e indios, altamente problemático e inestable.  El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio y, mientras Birmania es un país del Tercer Mundo, Malasia se convirtió en un país industrializado. 

Es posible que la razón se oculte en los trasiegos y tejemanejes del mundo de la política, que bebe de las fuentes de los intereses nacionales y culturales. Sólo es necesario que aparezca un líder carismático con un equipo fuerte, como Mahathir Mohamad, y ya tenemos lista una potencia regional. 

Pero en Japón están mal con los líderes carismáticos. Desde el 1955 hasta el 2009, allí ha regido un sistema unipartidista funcionando con extraordinaria eficacia. Pero nada dura para siempre, y el aparentemente eterno Partido Liberal-Democrático ha terminado desfasado y caduco, como la misma sociedad, como su economía. Los cambios han llevado al poder al Partido Democrático con resultados poco positivos. Los mismos japoneses creen que el actual primer ministro Naoto Kan está muy lejos de ser el líder que necesita el país en medio de la tragedia.

¿Qué futuro le espera al país del Sol Naciente? ¿Movilización nacional y renovación o languidez y estancamiento? Veremos.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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