Las mujeres toman la palabra: De tal madre tal hija

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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“Te comportas como mi madre.” Ay, ¡Por favor! Déjame en paz! Cada vez que oigo algo parecido de un buen amigo o novio, incluso en vísperas del Día de la Madre, no puedo ocultar mi disgusto.

“Te comportas como mi madre.”

Ay, ¡Por favor! Déjame en paz!

Cada vez que oigo algo parecido de un buen amigo o novio, incluso en vísperas del Día de la Madre, no puedo ocultar mi disgusto. La madre tenía importancia vital para cada uno de nosotros cuando éramos menores de cinco años y dependíamos de los padres. ¡Vamos, olvídalo, madura de una vez!

Pero resulta que no es tan fácil. A lo largo de nuestra vida, las relaciones más intensas, gratificantes, embriagadoras, dolorosas y las que más enseñan a nosotros son las que tenemos con nuestros padres y ante todo, con las  madres.

 No importa fallecidos o vivos, en guerra o en paz con nosotros, viviendo al lado o al otro lado del continente, nuestros padres siempre están presentes en nuestras vidas. Seguimos interaccionando con ellos en cualquier relación que entablamos, sea nuestra media naranja, jefe, amigos íntimos, etc.

A mí me parece que los vínculos de las mujeres ante todo con sus madres son especialmente complicados y enredados.

El pasado fin de semana estuve en Berlín junto con mi amiga muy buena que ahora reside en Israel. Es nuestra dulce y sagrada tradición: una vez al año las dos viajamos a una ciudad europea para pasar juntas el fin de semana. Esta persona me conoce mejor que todos, a excepción de mis padres. Las dos crecimos en apartamentos vecinos, esos chiquititos en una vieja Jrushchovka en las afueras de Moscú. Hacíamos todo juntas, exactamente como hermanas. Yo me escondía en su casa las tardes, huyendo del próximo castigo por mis numerosas fechorías y exhortando a su madre que me defendiera ante la mía, a su vez, mi amiga se refugiaba en mi casa para evitar el excesivo control por parte de su madre.

Por extraño que parezca, el tema principal de nuestra discusión del pasado fin de semana no fueron hombres ni trabajo, tampoco los hijos o alguna otra cosa. Fueron nuestras madres.

Compartimos una con otra nuestras sagas infinitas de las relaciones entre madre e hija, y yo descubrí evidentes semejanzas en la manera a la que nos educaban, típicas para toda nuestra generación como tal. Nuestra madres son de la misma edad, incluso nacieron el mismo día, lejos de Moscú. Criadas en los desafiantes años de guerra, llegaron a conquistar Moscú al terminar el bachillerato. Estudiaron en buenas universidades, tuvieron matrimonio, hijos y con el tiempo se divorciaron de sus maridos. Sus carreras se vinieron abajo con la caída de la Unión Soviética, y las únicas hijas se convirtieron en el sentido de la existencia y la ventana al mundo exterior para ellas.

Algunos dirán que estoy generalizando demasiado, pero insisto en que nuestra infancia representa la manera típica a la que fueron educados los niños de mi generación: la sobreprotección, la neurótica y abrumadora expresión de amor que con frecuencia llega a rayar en abuso y necesidad emocional extrema.

 Llevo años dedicada al tema de los asuntos de familia para revistas femeninas y veo enormes diferencias entre las maneras de educar a los hijos en las culturas rusa y la occidental. Mi amiga israelí, sicóloga, estaba completamente de acuerdo. Agregó que en su nueva casa a los niños se les da más confianza y libertad, y sobre todo, mucho más amor incondicional.

“Y con mi madre parece que nunca soy lo suficiente buena para ella”, se quejó.

Ay, eso a mí me suena tan familiar. Pero he presenciado también otros tipos del drama de madre e hija, con el deseo compulsivo de las hijas de competir con sus madres, superarlas, vengarse, liberarse, autoafirmarse, rebelarse y desmantelar constantemente...

Al mirar alrededor, apenas encuentro casos de relación padres-hijos que podría calificar de sanas o adultas, lo que según creo, prevé respecto mutuo, confianza y distribución adecuada de la independencia emocional. He oído con frecuencia que a la generación de nuestros padres la denominan perdida debido a los apuros y traumas que superaron junto con sus padres. El hecho de que ésta es la razón está comprobado por numerosos problemas que implica hoy en día cualquier vínculo madre-hija.

“Diría que varias generaciones de las mujeres rusas, de nuestras bisabuelas y abuelas que vivieron la revolución de 1917, la guerra civil, el hambre y las represiones, resultaron muy traumatizadas”, dijo Olga Danilina, sicoterapeuta de Moscú, con más de 15 años de práctica profesional. “Veo la falta crónica (de amor). Y son las hijas que lo sufren de modo especialmente agudo”.

Aunque la figura del padre es importantísima también, estoy segura de que es ante todo la madre quien nos enseña el lenguaje fundamental del amor. Si luego, nos tropezamos en la vida, podríamos recapacitar y aprender un lenguaje diferente, aprovechando los errores de nuestros padres como valioso material didáctico.

 Según psicoterapeutas, en realidad, las mujeres tienen mayor capacidad para el cambio. Pero coincido con los budistas tibetanos que creen que nuestras almas siempre escogen a los padres en el momento de la concepción con el fin de aprender cierta lección.

Y espero que aprendamos esta lección lo antes mejor.

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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

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