La radiación japonesa produce estrés

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Según los científicos rusos, la radiación procedente de Japón todavía no representa una amenaza real.

Según los científicos rusos, la radiación procedente de Japón todavía no representa una amenaza real.

No hay datos de que en ningún lugar del planeta, a excepción evidente del lugar del accidente, se hayan encontrado sustancias radiactivas por encima de los límites normales. En resumidas cuentas, los expertos aconsejan mantener la calma. El estrés derivado del miedo a una posible contaminación podría ser más perjudicial para el organismo que un hipotético aumento de los niveles radiactivos en la atmósfera.

A pesar de todas estas informaciones tranquilizadoras, el hecho es que los escapes en la central nuclear de Fukushima continúan y nadie sabe cómo van a evolucionar los acontecimientos.  

Según el científico del Laboratorio para la erosión del suelo de la Universidad Estatal Lomonosov (Moscú) y experto del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Valentín Gólosov, hasta el momento, la catástrofe nipona ha dado como resultado la contaminación de una zona de 30 kilómetros alrededor de la central y de la parte vecina de la costa. Fuera de este territorio, la ligera elevación del fondo radiactivo no debería influir en la salud de la gente.

En teoría, la radiación podría entrañar peligro, si se desplaza. En este sentido, según la profesora de la Cátedra de Meteorología de la Universidad Estatal Lomonosov, Galina Surkóva, esto podría ocurrir, si las partículas migrasen a través de la atmósfera.

Esto pasa ahora, pero las corrientes de aire están llevándose la radiación desde Japón a las regiones septentrionales del Océano Pacífico, es decir, las partículas migran del continente al océano. “Sin embargo, las circulación de las masas de aire cambia con las estaciones”, apunta Surkóva. Con la llegada del verano los vientos soplarán al contrario, y la costa oriental de Rusia podría ser contaminada”. 

Además de los vientos, el traslado de las partículas radiactivas desde Fukushima lo pueden llevar a cabo las aves migratorias. Según el profesor de la Cátedra de Biogeografía de la Universidad Lomonosov, Vladimir Galushin, no estaría de más prohibir la caza de este tipo de aves en esta zona. Es cierto que se había propuesto cazar a todas estas aves, pero gestionar todas estas aves muertas podría ser bastante complejo, por lo tanto, parece mejor no tocarlas. 

Todas las conclusiones sobre las consecuencias de la catástrofe son todavía anticipadas y se sujetan a conocimientos relativos a los efectos de la radiación sobre el organismo humano. Como aclara Valentín Gólosov, los elementos radiactivos que viajan a grandes distancias, suelen tener un periodo de desintegración bajo, de unos días a unos meses.

Lo verdaderamente peligroso para la salud es la contaminación con radionucleidos pesados. Por ejemplo, el cesio-137, con un periodo de desintegración superior a treinta años. Durante el accidente de Chernóbil se produjo el escape de gran cantidad de este material.

Como aclaró el científico, el cesio-137 tiene la particularidad de filtrarse en la tierra y moverse después con las partículas de polvo. Muestras de este elemento procedentes de Chernobil se recogieron en Ucrania, en Rusia, en Bielorrusia e incluso en algunos países europeos.

En cualquier caso, los biólogos, meteorólogos y representantes de la industria nuclear se toman la situación en Fukushima con cierta calma. Aseguran que harían falta como mínimo cien accidentes como el de Fukushima para igualar el daño que la II Guerra Mundial y los ensayos nucleares posteriores le ocasionaron al planeta.

Los isótopos radiactivos de aquellos años todavía están activos dando vueltas por el mundo.

Pero tampoco hay que olvidar que los elementos radiactivos siempre estaban presentes en la tierra al margen de la actividad humana. Se encuentran en la atmósfera, estratosfera, en la órbita espacial y en la corteza terrestre.

Como señala Valentín Gólosov, ya sabemos mucho sobre las consecuencias de la avería de Chernóbil y su influencia sobre la gente: “Muchas enfermedades han surgido como consecuencia de la contaminación radiactiva, pero muchas otras también a consecuencia del estrés nervioso ante el temor a la radiactividad”.

Gracias a Dios, la tragedia de Chernóbil, por el daño ocasionado, no puede compararse con lo que ha ocurrido en Fukushima. Y esperemos que esta comparación quede siempre así, que Chernóbil quede para siempre como la peor.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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