Las promesas incumplidas de Asad

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Marc Saint-Upéry - Sputnik Mundo
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Bajo la presión de la calle, el presidente sirio Bashar al-Asad envía señales contradictorias. Alterna temibles amenazas con tímidas concesiones en el frente religioso o en el tema del reconocimiento de la ciudadanía a la población kurda.

Bajo la presión de la calle, el presidente sirio Bashar al-Asad envía señales contradictorias. Alterna temibles amenazas con tímidas concesiones en el frente religioso o en el tema del reconocimiento de la ciudadanía a la población kurda. La muy anhelada proclamación del levantamiento del estado de emergencia coincidió con nuevas matanzas de manifestantes pacíficos por las fuerzas de seguridad.

Al inicio de su reino, el “Doctor Bashar” había prometido una nueva era. Se lo percibía entonces como un reformador (parecería que Hillary Clinton piensa que todavía lo es). ¿Cuánto valen sus promesas? En el 2000, al tecnócrata progresista con experiencia internacional Issam al-Zaim se le encargó modernizar y racionalizar el sector público. En el 2003 cayó víctima de una campaña de denigración orquestada por intereses burocráticos y por la prensa oficial. Menos de dos años más tarde, Nibras al-Fadel, responsable de la reforma administrativa, también vio su misión abruptamente suspendida.

Este tipo de historias son comunes. Según el ex embajador canadiense en Damasco Brian J. Davis, el presidente y sus hombres de confianza “son un grupo muy cerrado, interesado en su propia supervivencia y en aumentar su poder y su patrimonio. Prácticamente todos los nuevos asesores con conocimiento y experiencia internacionales fueron socavados y  marginados por el clan.”

En modo similar, la breve “primavera de Damasco”, que vio florecer intensos debates políticos y sociales en 2000-2001 parecía tener el aval de sectores del régimen. Después de pocos meses, sus promotores fueron encarcelados, cooptados o disuadidos. Por algún tiempo, el diario gubernamental Al-Thawra (Revolución) abrió sus páginas a voces críticas, pero la mayoría de estos nuevos columnistas poco ortodoxos iban a ser arrestados tarde o temprano.

Finalmente, hubo transformaciones económicas sustanciales bajo el Doctor Bashar, pero sus principales beneficiarios fueron una estrecha elite de nuevos (y no tan nuevos) empresarios favorecidos por una forma de liberalización muy cómoda y oligopolística. Expertos en cultivar vínculos de negocio y de parentesco con el círculo dirigente, estos miembros de la burguesía urbana suní tienen licencia para enriquecerse mientras su prosperidad ayuda al régimen a consolidar fuertes alianzas más allá de su base de poder original, la comunidad alauita, una secta musulmana regional.

Samer al-Attar, vice presidente del Attar Group, un importante conglomerado con lucrativas actividades en el sector comercial, financiero, turístico e industrial, es un típico representante de esta nueva clase. Cuando una periodista francesa le interrogó sobre su visión de la “democracia,” al-Attar propuso la siguiente formula: “Seguridad, fraternidad y laicidad.”

Una definición poco ortodoxa pero muy reveladora. Seguridad es lo que un Estado policial despiadado teóricamente ofrece contra el peligro de conflicto interno –de tipo confesional u otro– y las supuestas conspiraciones extranjeras. Fraternidad es un eufemismo para la afirmación de una identidad árabe monolítica y el rechazo a cualquier otra identificación cultural, esencialmente en relación con la cuestión kurda, pero también contra perniciosas influencias “occidentales”. Laicidad significa un no rotundo al espectro del radicalismo islámico, aun cuando no es tan radical: la afiliación a los  Hermanos Musulmanes es criminalizada y castigada mucho más duramente en Siria que lo era en el Egipto de Hosni Mubarak.

La visión de al-Attar es compartida por millones de sirios, lo que explica mucho la resiliencia del Doctor Bashar. Pese a su puesta en escena por las autoridades, las espectaculares manifestaciones de apoyo al presidente no son menos auténticas que las protestas dispersas pero crecientes contra su poder. Las minorías religiosas (cristianos, alauitas, drusos, ismaelitas) temen el posible deseo de venganza de una mayoría suní. Por su parte, muchos suníes pertenecen a una densa red de confraternidades sufíes; no quieren padecer la dominación puritana de fundamentalistas de inspiración saudí hostiles a sus formas de devoción mística. Finalmente, la actitud nacionalista del régimen y su rechazo a cualquier compromiso con Israel y Occidente halaga la autoestima siria, aunque en realidad sí hubo varios compromisos.

Desde el inicio de la primavera árabe, Asad sigue repitiendo que “Siria es diferente.” Hasta ahora, no hubo fallas perceptibles en los principales pilares del régimen: el aparato de seguridad, las fuerzas armadas, el partido Baath y la nueva clase capitalista. La mayoría de los clérigos musulmanes son apolíticos o domesticados. Los pobres del campo están todavía controlados por redes clientelares y estructuras tribales (aunque la rebelión en Deraa muestra que la docilidad tribal no está siempre garantizada). La plebe urbana está dividida entre frustración sin horizonte y lealtad nacionalista. Y el muro del miedo es doble: miedo al puño de hierro del régimen, miedo a la inestabilidad.

Pero Siria tampoco es tan diferente. En su discurso del 30 de marzo, el presidente reconoció que “sin reformas, nos estamos encaminando hacia la destrucción.” Esperemos que se de cuenta que siempre prometer sin nunca cumplir ya no es una formula ganadora en el mundo árabe.

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*Marc Saint-Upéry es periodista y analista político francés residente en Ecuador desde 1998. Escribe sobre filosofía política, relaciones internacionales y asuntos de desarrollo para varios medios de información en Francia y América Latina entre ellos, Le Monde Diplomatique y Nueva Sociedad. Es autor de la obra El Sueño de Bolívar: El Desafío de las izquierdas Sudamericanas.



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