¿Dónde están los “amigos” de Yemen?

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Los quince miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que estuvieron discutiendo estos últimos días el problema de Yemen, un país al borde de la guerra civil, no fueron capaces de elaborar un plan de arreglo pacífico de la situación.

Los quince miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que estuvieron discutiendo estos últimos días el problema de Yemen, un país al borde de la guerra civil, no fueron capaces de elaborar un plan de arreglo pacífico de la situación.

Ni siquiera se llegó a redactar una declaración política conjunta después de haber sido escuchado el informe de Jamal Benomar, que había visitado Yemen en calidad de representante del Secretario General de la ONU.

Sin embargo, se hizo un llamamiento a los yemeníes a cesar toda violencia. Los debates sobre la posible solución de la crisis fueron tan acalorados que se celebraron desde el principio a puerta cerrada.

No obstante, un diplomático extranjero que prefirió mantener el anonimato informó a los periodistas de que el motivo de las discrepancias consistía supuestamente en las posturas de Rusia y de China.

Según sus palabras, precisamente estos dos países, siguiendo el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados, “como siempre” impiden que se actúe con mayor decisión.

Se podría decir a eso que “todo depende de según cómo se mire”. Los diplomáticos extranjeros tienden a culpar de la situación en Yemen, en primer lugar, a las autoridades locales y luego a todo el mundo menos a sí mismos. Parece habérseles olvidado que el año pasado los países occidentales asumieron la responsabilidad por lo que estaba ocurriendo allí, creando el llamado grupo de “Amigos de Yemen”.

Cargos para sus paisanos

Nadie se acuerda hoy de aquella iniciativa. ¿No será porque ha fracasado? ¿No será que nadie quiere responsabilizarse por el fracaso? No obstante, merecería la pena recordar que siempre se ha hablado en exceso de lo mucho que añoran los pueblos de la Península Arábiga los regímenes democráticos.

En Occidente se creía que bastaba con cambiar a los líderes autoritarios (o incluso que bastaría con darles algunas lecciones de democracia) para que se pudiera volver a llamar la zona la “Arabia feliz”.

Fue éste el nombre que le concedieron los historiadores de la antigüedad por la belleza de su naturaleza y por la abundancia de lujosos inciensos. La realidad ha resultado infinitamente más cruda y compleja y todo indica que a los líderes occidentales no se les ocurre ninguna vía de solución del conflicto.

Menos mal que los vecinos árabes, las ricas monarquías petroleras, se siguen esforzando en arreglar la situación. Sus representantes se reunieron en Arabia Saudí y elaboraron un proyecto para el paulatino cambio de poder que prevé la retirada del actual presidente de Yemen Ali Abdullah Saleh, que ostenta su cargo desde 1990, el año de la integración en un Estado único de Yemen del Norte y del Sur. Hasta aquel momento Saleh, uno de los principales promotores de la unificación, era presidente de Yemen del Norte.

Y en estos momentos se tiene que plantear abandonar la presidencia dos años antes del fin de su mandato, debido a una ola de protestas populares que empezaron tras los acontecimientos en Túnez y Egipto.

Por lo visto, la situación en Yemen tiene perspectiva de solución porque Saleh aceptó entregar el poder en el plazo de un mes a cambio de garantías de inmunidad para sí, sus familiares y sus paisanos, que desempeñaban cargos de responsabilidad en el país.

Uno de sus hijos, Ahmad, considerado hasta hace poco como un posible candidato a la presidencia, dirige la guardia presidencial. Los servicios secretos, las unidades del Ejército y las empresas más importantes están encabezados por sobrinos, primos, cuñados y compañeros de estudios del presidente, cuando no por vecinos de su pueblo natal. En la página web de la cadena de televisión árabe Al Jazeera se publican con regularidad los nombres de los protegidos del presidente yemení.

Este sistema de designación de los más importantes cargos del Estado, por supuesto, ha acabado produciendo un gran descontento en el país.

Un paraíso para los terroristas

¿Y qué pasa con los países de Occidente y con sus planes? ¿A qué venía el anuncio de la realización del grandioso plan de ayuda a Yemen hecho con tanta pompa a principios de 2010? No se tardó mucho en que cayera en el olvido.

La iniciativa de aquel proyecto perteneció al Reino Unido que, en estos momentos, se esfuerza en solucionar los problemas de Libia sin resultados aparentes.

A finales de enero de 2010, en Londres, se celebró una conferencia internacional con la participación de los Jefes de Estado y los ministros de Asuntos Exteriores de casi todos los países del mundo.

 En este foro se puso de manifiesto que “Yemen se ha convertido en la incubadora y en refugio potencial de terroristas” y se señaló que “la situación económica y social en el país carece de estabilidad”.

El Banco Mundial facilitó entonces datos, de acuerdo con los cuales el 42% de los 23 millones de habitantes de Yemen subsistían con dos dólares diarios. Y se pronosticaba que, en los próximos 20 años, la población del país, analfabeta en su mayoría, se duplicaría.

Los participantes en la conferencia se acordaron de que, en 2006, a Yemen le habían sido prometidos casi 5.000 millones de dólares para que pudiera desarrollar su economía, promesa que nunca llegó a cumplirse: la comunidad internacional se dedicó a solucionar otros problemas.

Sin embargo, hubo que volver a considerar la situación en Yemen, inmediatamente después de que se sucedieran, a finales de 2009, en Estados Unidos una serie de atentados terroristas: un militar abrió fuego contra sus compañeros en la base militar de Fort Hood en Texas y un pasajero de procedencia nigeriana intentó hacer explotar un avión en la ciudad de Detroit coincidiendo con las fiestas navideñas.

Los dos delincuentes mantenían por Internet contacto permanente con el  líder islamista yemení, Anwar al-Awliaki, quien había estudiado y vivido una larga temporada en Estados Unidos.

Recientemente se había instalado en Yemen, donde desplegaba sus actividades junto con un cierto número de islamistas a los que unía el odio hacia Occidente. Dicho sea de paso, estos líderes islamistas también están en la oposición al presidente Saleh, criticado por perseguir a los islamistas radicales y cooperar con Estados Unidos en este campo.

A pesar del descontento de los islamistas, el presidente de Yemen organizaba en el país de vez en cuando conferencias internacionales sobre los problemas de la democracia y de los derechos humanos, haciendo al mismo tiempo caso a los consejos que recibía desde Washington y Londres.

A la autora de estas líneas que en más de una ocasión ha asistido a dichos eventos, Ali Abdullah Saleh le dijo con una sonrisa que, hasta cierto punto, entendía los argumentos de sus rivales políticos: “En Yemen no nos caen bien Estados Unidos, pero Rusia sí. Es porque Rusia no interviene en los asuntos internos de otros países”.

Occidente prometió a Yemen un “Plan Marshall”

Las autoridades yemeníes, por otra parte, siempre se han mostrado dispuestas a aceptar ayuda exterior y el año pasado se las vio ya seriamente alarmadas.

Ocurrió cuando, tras los atentados en EEUU, muchos empezaron a comparar Yemen con Afganistán, verdadero foco del extremismo internacional. Este tipo de comparaciones suele acarrear el inicio de una  operación militar extranjera.

Y el presidente Saleh junto con sus allegados se pusieron a declarar que, para la salvación de su país, hacía falta una especie de “Plan Marshall”, es decir, un proyecto semejante al elaborado por los norteamericanos para reconstruir Europa, devastada por la Segunda Guerra Mundial.

Los yemeníes solicitaron una cantidad de 40.000 millones de dólares que, por supuesto, habían de ser asignados de manera paulatina a lo largo de unos diez años. “Si no se nos presta ayuda financiera, es muy probable que Yemen se acabe transformado en lo que se conoce como un Estado fallido”, manifestó el ministro de Asuntos Exteriores Abu Bakr al-Qirbi.

Como respuesta, EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y otros países se mostraron dispuestos a recaudar parte de la cantidad solicitada y financiar con estos recursos programas de desarrollo en Yemen. Sin embargo, no se ha hecho nada al respecto. Aunque aquellos que se comprometieron a ayudar a Yemen ya no pueden dejar de asumir la responsabilidad por lo que está ocurriendo allí.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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