El Apocalipsis se aplaza a octubre próximo

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Fue un placer comprobar cómo a las seis de la tarde del pasado 21 de mayo el mundo no se convertía en un infierno ardiente.

Fue un placer comprobar cómo a las seis de la tarde del pasado 21 de mayo el mundo no se convertía en un infierno ardiente.

No, no se cumplió la profecía del pastor estadounidense Harold Camping. Sin embargo, tres días después, el gurú del Apocalipsis volvía a ponernos a todos el miedo en el cuerpo: el fin de los tiempos se aplazaba hasta el próximo 21 de octubre, eso sí, a la misma hora.

Ya es la tercera vez que el pastor Camping intenta demostrar sus dotes proféticas. En la primera ocasión el Juicio Final debió ocurrir el 6 de setiembre de 1994, pero algo debió fallar...Harold es constante, pertinaz y, por lo visto, le ha cogido el gusto a la cosa.

El Armagedón como artículo de consumo

Es muy difícil renunciar a los fáciles beneficios económicos que reporta esa mina de oro -la fe de la gente- que se traduce en ciega ingenuidad y candidez. Y no es posible reclamar ninguna compensación económica, ni acogerse a ninguna ley, porque la batalla final del Armagedón entre los ejércitos del bien y del mal no se haya producido.

El pastor Camping, ingeniero de formación, a sus 89 años ha conseguido crear una auténtica y floreciente empresa en torno a la religión y a “Family Radio” que emite en 48 idiomas (ruso incluido) y tiene 66 emisoras repartidas por el territorio de Estados Unidos. Los ingresos anuales de esta red de emisoras, fundada en 1950,  rozan  los 120 millones de dólares. La fortuna personal de Camping asciende más o menos a la misma cantidad. 

La tarde del 21 de mayo, cuando ya era evidente que el fin del mundo iba a ser otro día, el predicador estaba encerrado en un motel junto con su esposa, esperando su ascensión a los cielos... En la calle, algunos de sus fieles habían vendido sus casas; otros se habían quedado sin nada al donar todos sus bienes. Camping estaba al borde del linchamiento. No habría sido el primer caso, ni sería el último. Por la mañana, el pastor tuvo una iluminación providencial y se la comunicó a sus fieles: se había equivocado en la interpretación del inminente cataclismo planetario. La parte espiritual ya se había consumado. La tarde anterior del 21 de mayo, todas las almas puras habían sido contadas y numeradas. Su salvación estaba garantizada y el camino al cielo para alrededor de 200 millones de almas, marcado.  

El mundo físico, el pecaminoso, será destruido con seguridad el 21 de octubre, a las seis de la tarde. El predicador anunció que no abundaría más sobre el tema y que su radio se dedicaría a transmitir salmos, música eclesiástica y oraciones para fortalecer la fe de sus fieles y prepararlos para el Juicio Final. 

El concepto de fin del mundo es común a muchas religiones y está implícito en las raíces mitológicas de la humanidad. No es, por lo tanto, un monopolio del cristianismo. Sin embargo, la espera del final de los tiempos es especialmente fuerte en el catolicismo, en los bautistas, los adventistas del Séptimo Día y en los Testigos de Jehová. Una de las ideas centrales de la corriente protestante presupone que el anticristo ya está en la tierra y reside en el Vaticano. La iglesia ortodoxa tiene su propio punto de vista, sólidamente articulado, sobre todos estos asuntos del fin del mundo, el Segundo Advenimiento de Cristo y el Juicio Final. En los Evangelios se menciona el Fin del Mundo que indefectiblemente llegará, pero que su momento es incierto. Jesús, en el Evangelio según San Marcos, lo aclara respondiendo a las preguntas sobre la consumación final del Reino de Dios con esta frase “Empero de aquel día y de la hora, nadie sabe; ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.  Mirad, velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Marcos vv 30-32).
 
Las peculiaridades de los predicadores estadounidenses

Estados Unidos es un gran país. De esto no cabe la menor duda. Una nación de menor enjundia simplemente no habría sido capaz de producir fenómenos sociales como Harold Camping que, por otra parte es uno más, uno entre cientos.

Un país con tal potencial científico y esa colosal capacidad de plasmar en la realidad todos sus logros teóricos. Con esa vertiginosa rapidez tecnológica e innovadora que hace que cualquier producto electrónico de vanguardia se desfase en unos pocos meses; paradójicamente, siente una irresistible tendencia, una querencia irracional hacia el proceloso mundo de los predicadores, que encuentran el terreno abonado a su charlatanería, a unos fieles entregados que financian la difusión de las distorsionadas interpretaciones de las Sagradas Escrituras de estos circenses personajes.
Estos tipos están a medio camino entre lo religioso y lo seglar, predicando un batiburrillo pseudocristiano de forma descarada y tenaz, alimentada en la más absoluta de las ignorancias.

Salvo en contadas excepciones, ninguno de ellos cuenta con formación religiosa. No habiendo pasado por el seminario, ni teniendo ni idea de teología, lo que saben de la Palabra de Dios, en el mejor de los casos se lo se lo escucharon al cura de su parroquia. Sin embargo, con la Biblia en la mano, repitiendo maquinalmente algunos términos eclesiásticos y con una absoluta falta de vergüenza y escrúpulos, son maestros en sacarles el dinero a sus cándidos fieles. Los beneficios económicos son enormes. En los días de Mark Twain, a estos personales se les embadurnaba de alquitrán y se les rebozaba con plumas para someterlos al escarnio por las calles de los pueblos estafados. Eran tiempos más exigentes con la fé.

El origen del mal

La religión es en el fondo una cuestión de gustos. La fé no necesita ser demostrada por definición. Esto reza para la fé verdadera, pero no para los “productos espirituales” que venden estos predicadores de feria.

El Juicio Final, el fin del mundo y la Salvación de los Justos son importantes dogmas para los cristianos. Son estímulos, instrumentos para la transformación espiritual de los creyentes, que contribuyen a cambiar su vida, a limpiar sus almas, a mejorar el mundo que les rodea, a salvarse, en definitiva. 
La fórmula que determina la fecha del Armagedón en la religión cristiana se fijó hace relativamente poco. En el seno de la iglesia sólo se empezó a sentir la necesidad de conocer el día exacto del Juicio Final a mediados del siglo XVII. Y en todos los intentos de llegar a una solución se entrevé la enconada lucha entre el protestantismo y el catolicismo.

Desde los tiempos de la escisión de la iglesia, los protestantes pensaban que el anticristo estaba en Vaticano. Pero en Roma no se quedaron con los brazos cruzados y el jesuita español, Francisco Ribera, fundó la doctrina de la Ascensión, por la cual, después de que el último de los justos sea ascendido a los cielos, las inundaciones, los incendios, los terremotos y la oscuridad total acabarían con la tierra. Esto se ajustaba más a las necesidades de la Iglesia Católica, ya que se situaba en un futuro indeterminado y, por ende, se demostraba que, en ese momento en el Vaticano no había ningún anticristo.

A los protestantes se les vendió esta doctrina mediante un engaño, ya que la publicaron con la firma de un rabino. Una profecía alejada del cristianismo y cercana al Pueblo Elegido. Los protestantes cayeron en la trampa, mordieron el anzuelo. Los cálculos comenzaron en Escocia, continuaron en Inglaterra, cifras, fechas: 1843, 1844, 1914... La fiebre del fin del mundo se contagió a Estados Unidos y allí se convirtió en una auténtica epidemia.

Una última curiosidad, a esta manía apocalíptica le debemos el nacimiento de las palomitas de maíz, tan consumidas en todos los cines del mundo. Las inventó un adventista que creía poder vencer el vicio carnal con una dieta vegetariana y llegar puro al día del Juicio Final. Un tal Señor Kellogs.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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