Las pocas veces que coloco nuevas fotos o renuevo mi estado en Facebook, la única red social que uso, casi siempre recibo comentarios de las personas que no conozco.
Tengo unos mil “amigos” en Facebook de todas las partes del mundo, pero a decir verdad, no conozco ni a la mitad de ellos, o al menos no los conozco personalmente, a lo mejor a través de otras personas, amigos o amigos de amigos.
Últimamente hay muchas especulaciones de cómo las redes sociales y tecnologías modernas en general cambian el modo de comunicarnos. La opinión popular es que reducen el contacto personal, alejan a las personas unas de otras y estimulan la constante búsqueda de atención virtual.
Además, se suele hablar de “la sobrecarga de amigos”, experimentada por muchos internautas y ante todo los usuarios de Facebook, que reciben numerosas solicitudes de amistad por parte de personas desconocidas.
Comparto esta opinión, pero sólo en parte. La verdad es que los miles de amigos que tengo en Facebook me inspiran un inexplicable sentimiento reconfortable.
Claro está que hay cierto narcisismo en esto. Sé también que la mayoría de estas personas no son amigos que vendrán a buscarme en plena noche cuando esté en apuro. En realidad, es posible que nunca en mi vida tenga una cita personal con mis compañeros virtuales. A lo mejor, algunos de ellos ni siquiera existen.
No obstante, aun así una de las necesidades existenciales básicas para nosotros es estar conectados a otras personas de algún modo. Y creo que Facebook y otras redes sociales pueden darnos la sensación de estar vinculados unos a otros a través de lazos fuertes aunque invisibles.
Las redes sociales hacen el mundo menos polarizado, borran al menos virtualmente todo tipo de distancias entre las personas: físicas, sociales, clasistas, culturales y otras.
Mi lista de amigos incluye a unas cuantas celebridades, pero para mí son compañeros de Facebook, nada más. No sé si Lady Gaga o el presidente ruso miran su cuenta en Facebook con frecuencia y si realmente es Medvédev quien escribe en Twitter sobre las victorias y las pérdidas de los deportistas rusos, pero de cierto modo se siente que estamos en lo mismo, digo, en la misma red social de Facebook.
¿Han oído alguna vez la teoría de Seis grados de separación? Esta teoría que ha nacido al menos hace un siglo, dice que cada dos personas en la Tierra, sea la Reina británica o un vendedor callejero de Manila, pueden estar conectados a través de una cadena de seis conocidos. (Además, en Facebook existe un grupo de la Teoría de Seis Grados de Separación. Pretende examinar esta hipótesis a través de las amistades en la red, aunque numerosos experimentos sociológicos y estadísticos ya han probado que es verdad).
Los 700 millones de miembros de Facebook y el numero total de las cuentas registradas (10 billones, según los datos del año pasado) que supera la población entera del mundo, estoy por creer en esta teoría también.
¿Pero qué hacemos con nuestra creciente internconectividad? ¿Seguimos jactándonos de nuestros viajes fastuosos, renovando nuestros estados, flirteando y coleccionando amistades virtuales para la satisfacción personal? No hay nada malo en esto, pero los medios de comunicación sociales pueden servir de importante herramienta global. Así, se han hecho indispensables durante las recientes protestas en los países árabes.
Los activistas jóvenes aprovecharon Twitter, Facebook y los sitios web similares para llamar a actuar, convocar demostraciones y proporcionar noticias sin censura. Lo más importante es que las redes sociales ofrecen oportunidades enormes para despertar conciencia y responsabilidad sociales.
“Lo único para que uso Facebook últimamente es para pedir ayuda a la hora de recolectar fondos”, dijo Olga Pavlova, editora de la revista Forbes Woman, que regularmente lleva a cabo varios proyectos filantrópicos. “La revolución en Egipto inició a través de Facebook, ¿y si aprovechamos este recurso para atraer a otras personas a colaborar”.
Otra amiga, Alexandra Olsufieva, una chica inteligente e inspiradora que domina cinco idiomas, hace poco ha abandonado su trabajo en una empresa internacional de servicios jurídicos para dedicarse plenamente a la recolecta de fondos.
Es fundadora de Coolcoz, comunidad virtual que organiza eventos filantrópicos por todo el mundo. Según Olsufieva, ante todo son eventos de la vida real y no tanto interacciones virtuales los que nos impulsan a hacer algo.
“El hecho de pinchar un botón para apoyar una causa y donar dinero jamás le daría a uno la misma sensación que experimentaría al asistir a un evento especial y, digamos, preparar y luego repartir una tarta de chocolate”, dijo.
“Pero las redes sociales son buenas en visualizar y promover cualquier acto de bondad por lo que animan a mayor numero de personas a participar”, dijo Olsufieva. En realidad, uno de sus proyectos principales, “Dinners With a Cause” (Cenas domésticas de filantropía que se realizan simultáneamente por todo el mundo cuando los pagos por los servicios se destinan a un acto benéfico particular o una causa) se hizo bien famoso en Europa, en particular mediante su presencia en Facebook.
Olsufieva cree que éste es el camino a seguir, adhiriéndose a grupos y comunidades unidos por una idea en la que se tiene fe.
De verdad, el mundo se estrecha a enorme velocidad, y no hay camino para atrás. ¿Vamos a aprovecharlo para algo importante? Nunca hemos tenido tantas oportunidades de aportar nuestra contribución.
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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.