En abril de 1995 en EEUU fue perpetrado el atentado más sangriento hasta aquel momento, la explosión en Oklahoma City, donde se encontraban oficinas federales.
Inicialmente, casi todos estaban seguros de que los autores del atentado fueron fanáticos musulmanes, que atacaron el Centro de Comercio Mundial de Nueva York en 1993. Pero luego los estadounidenses descubrieron con horror que la explosión fue perpetrada por el veterano de la guerra en el golfo Pérsico, Timothy McVeigh, un hombre blanco radical de ultra derecha de 27 años.
La tragedia de Noruega recuerda la de EEUU. Las versiones sobre las huellas islámicas, libias o kurdas quedaron disipadas rápidamente, al conocerse la terrible verdad: la masacre fue realizada por noruego puro, Anders Behring Breivik, con un gran parecido a los arios ideales de las películas de Luchino Visconti o Bob Fosse.
El atentado de Oklahoma parece hoy un siniestro epígrafe al desarrollo posterior de EEUU. Timothy McVeigh quiso castigar al gobierno “tiránico” de EEUU por lo que le parecía, como a los demás ultra derechos, una transgresión contra las libertades de los ciudadanos. 15 años más tarde, en las elecciones al Congreso de 2010, los políticos que compartían este punto de vista atraían la mayor atención.
El movimiento Tea Party Movement pinta a las autoridades federales como al enemigo principal. Esta situación tradicional para EEUU, pero ahora parece alcanzar su apogeo a juzgar por la polarización de la sociedad y la intransigencia de los partidos que, como muestra el ejemplo de las negociaciones sobre el límite de la deuda estatal, prefieren agravar la situación conscientemente, pero no ceder.
El sistema socio-político destinado a reconciliar los intereses diversos empezó a fallar de modo fatal.
La naturaleza de los eventos en Europa es homologable con la estadounidense. El abismo entre las élites y su electorado está creciendo. En todas partes aparecen partidos de protestas populistas. Son partidarios del aislamiento y el proteccionismo, son reacios a la inmigración, a la diversidad cultural y a la liberalización de los mercados.
Es precisamente lo que suelen asociar a la integración europea, el experimento de la segunda mitad del siglo XX, en cuya realización están involucradas las cúpulas dirigentes de todo el Viejo Mundo (aunque Noruega no forma parte de la Unión Europea, está muy ligada a sus normas y reglas).
Breivik, un participante activo de los foros de Internet anti musulmanes, cometió su delito deshumano con tal de atraer la atención a la política “traidora” de las autoridades, que están destruyendo la sociedad por la política de multiculturalismo. El terrorista exigió que los inmigrantes se asimilaran totalmente y lamentó que el gobierno hubiera perdido la capacidad de dirigir, siguiendo su propia “retórica hueca”.
En Escandinavia siempre hubo corrientes ultra derechas, así como la tradición de acciones políticas violentas (sobre todo, en Suecia). Pero el acto de Breivik y sus posibles compañeros (McVeigh también actuó junto con su compañero del ejército) parece tener un carácter aislado y ser realizado por fanáticos locos.
Sin embargo, como la explosión en Oklahoma fue un preludio de la crisis agravante de la sociedad estadounidense, que no lograba contrarrestar las transformaciones del medio ambiente y los cambios internos, la tragedia de Oslo también puede ser un mal augurio de los cataclismos sociales del Viejo Mundo, cuyos habitantes tardan demasiado en reaccionar a los múltiples retos de la globalización.
La mejor metáfora de la crisis actual de la sociedad estadounidense y de todo el mundo es la película de los hermanos Coen del año 2007, “No es país para viejos”. Durante el ocaso de la presidencia de George W. Bush, cuando el 80% de los estadounidenses estaban descontentos con lo que ocurría en su país y achacaban todos los problemas al presidente, los directores de la película mostraron que no era correcto, porque los problemas fueron generados por las deficiencias de la sociedad que habían surgido mucho antes (los acontecimientos del film ocurren en Texas en 1980) y persistirían después de Bush.
El personaje de Javier Bardem, un criminal astuto e implacable que lanza una moneda al aire para decidir si mata o no a sus presas humanas, va destruyendo el tejido social destapando las características más repugnantes del ser humano.
La generación vieja no entiende cómo vivir en este ambiente. La absurda política internacional, en la que está borrada la frontera entre la guerra y un acto humanitario (una alusión al concepto de la intervención humanitaria nacido en los 1990), junto con los procesos sociales destructivos en ciertos países, llegan a crear un mundo donde no hay lugar no sólo para viejos sino para todo lo humano en general.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.