La bomba noruega contra la sociedad multicultural

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Un atentando terrorista de similar trascendencia, una especie de negativo de lo sucedido hace años en Estados Unidos solo que, en esta ocasión, perpetrado en aras de la pureza racial y del radicalismo cristiano.

Europa acaba de sufrir su 11/9.

Un atentando terrorista de similar trascendencia, una especie de negativo de lo sucedido hace años en Estados Unidos solo que, en esta ocasión, perpetrado en aras de la pureza racial y del radicalismo cristiano.

Noruega pierde la inocencia

La tragedia en Noruega del pasado 22 de julio tiene el peligro añadido de que podría generar una serie de imitadores por todo el continente europeo. Por este motivo, el primer ministro británico David Cameron decidió convocar el lunes, 25 de julio, una reunión del Consejo de Seguridad para discutir las medidas de lucha contra el ultranacionalismo. Los rotativos británicos han publicado que Anders Behring Breivik simpatizaba con la Liga de Defensa Inglesa (English Defense League), un grupo antiislamista de extrema derecha que planeaba crear una estructura similar en Noruega. Sin embargo, antes quiso darse a conocer con el atentado de Oslo y la posterior masacre en el campamento juvenil cercano a la capital, que dieron como resultado 96 víctimas mortales (en cifras todavía por confirmar).

El atentado en sí es un hecho terrible, pero todavía sobrecoge más el lugar donde fue perpetrado: Noruega, uno de los países más prósperos del mundo, un oasis del orden y la tranquilidad. Allí, este doble golpe entraña un auténtico cataclismo que ha removido los cimientos de toda la sociedad. Una tragedia cuyas dimensiones no se alcanzaban desde la Segunda Guerra Mundial. Oslo, la capital del Premio Nobel, ha quedado enmudecida, abotargada.

Algo parecido a un atentado político tuvo lugar en 1973 en Lillehammer, una pequeña ciudad del interior de Noruega que fue sede de los JJOO de invierno en 1994, cuando agentes israelíes del Mossad eliminaron a una persona inocente, sospechosa de ser terrorista árabe. Hoy, tras la matanza en la isla de Utoya, Noruega ha perdido la inocencia.
Sería incorrecto afirmar que aquí nunca haya habido ultraderechistas. Los ha habido, pero nunca han sido tan agresivos, violentos e intolerantes como sus vecinos en Gran Bretaña o en Alemania.
Es por eso que la acción de Anders Breivik genera preocupación. Significa que algo ha cambiado para mal en el país nórdico, ya que estas cosas no surgen espontáneamente; suelen gestarse en un caldo de cultivo y con unos condicionantes adecuados. 

La sociedad pluricultural frente a la ideología del odio

El atentado fue planeado como una protesta dirigida contra el gobierno. No contra los musulmanes y toda su cultura intransigente y de guettos, sino contra el gabinete que permanece impasible ante la expansión del mundo islámico en Noruega y no hace nada para ponerle coto. Unas autoridades que dejan entrar grandes cantidades de inmigrantes que ensucian la pureza de la sangre escandinava.
El multiculturalismo, tan defendido por el gobierno noruego, fue visto por Breivik como el peor de los males del mundo contemporáneo. He aquí una cita de su vídeo, publicado en Internet bajo el pseudónimo de Andrew Berwick: “El multiculturalismo es una ideología que está diseñada para destruir las culturas y tradiciones europeas, la identidad europea, el cristianismo e, incluso, los Estados nacionales como los conocemos. Es una malvada ideología genocida, creada con el único propósito de acabar con Europa”.

Ahora los jueces de instrucción y psiquiatras tendrán que aclarar qué fue lo que pasaba por la cabeza de Anders Breivik (32 años), cuando se decidió a ejecutar su plan sangriento. No debe ser una tarea fácil. El asesino es un tipo paradójico, ya que a la vez que ponía en guardia contra la amenaza islámica e insistía en la necesidad de una nueva cruzada para defender los valores europeos, también criticaba con dureza a los neonazis por alabar a Adolfo Hitler. Según Breivik, el holocausto judío abrió las puertas de Europa al Islam.

¿Un caso esporádico?

Lo más sencillo sería presentar a este nuevo “paladín del cristianismo” como un maníaco y psicópata nazi y recluirle en una celda individual en un psiquiátrico con las paredes acolchadas. Sin duda, tiene todos los síntomas, pero simplificar así la cuestión significa perder de vista la raíz del problema, que podría dar nuevos brotes en un futuro y en oto lugar.

Noruega, con unos 4,9 millones de habitantes, está muy por debajo de Francia, Italia o Gran Bretaña en número absoluto de inmigrantes. La cantidad de inmigrantes en estos países es mayor que toda la población en Noruega. Sin embargo, en porcentaje, el país escandinavo ocupa uno de los primeros lugares de Europa; según las estadísticas, asciende al 11,4%. Por cierto, en los últimos diez años el número de personas procedentes de Rusia se incrementó en unas cinco veces: Noruega da asilo a los refugiados de Chechenia. Oslo actualmente se considera la ciudad europea que más rápido crece debido precisamente a la afluencia migratoria.

Los actos de Anders Behring Breivik remiten al atentado del 19 de abril de 1995, cuando Timothy McVeigh colocó coche-bomba frente al Edificio Federal Alfred P. Murrah de Oklahoma City, con numerosas oficinas de la administración pública de Estados Unidos. Este acto se cobró la vida de 168 personas. De aquella manera McVeigh también protestaba contra la política de las autoridades federales que “menoscababa la declaración de voluntad de los verdaderos patriotas de Estados Unidos, defensores de la fe cristiana”.

En aquella ocasión, en EE.UU. también creían que era un caso esporádico, fruto de una aberración psíquica. Pero la realidad era mucho más compleja. Según se fue revelando, el país empezó a inclinarse notablemente hacia la derecha. Surgió, por ejemplo, el “Partido del Té” (Tea Party Movement). Este movimiento político de derechas ya lo toma muy en cuenta el Partido Republicano en el Congreso, mientras que los partidos del centro y de la derecha buscan claramente su apoyo para captar votos.

La “derechización” de Europa

En Europa, al parecer, está ocurriendo algo similar. Las corrientes invisibles del odio a todo lo musulmán han planeado un brusco viraje a la derecha. El enfoque binario de “o ellos (los musulmanes) acabarán con nosotros, o nosotros con ellos” es sumamente peligroso y abona el terreno para que se produzcan estas salvajadas, como sucedió en Oslo.

El caldo de cultivo es, por desgracia, más que favorable de cara a que ocurran estas cosas. La segunda fuerza política de Noruega es el conservador Partido del Progreso que promueve el cierre de las fronteras a la inmigración (Breivik, por cierto, fue militante de este partido de derecha en los años 1999-2004, pero abandonó sus filas por considerarlo poco riguroso).

El año pasado, en la vecina Suecia, por primera vez en la historia, el partido nacionalista “Los Demócratas de Suecia” entró en el parlamento con 20 escaños de los 349. En Holanda, el radical “Partido por la Libertad” de Geert Wilders, que equipara el Islam al nazismo, obtuvo 24 escaños de los 150 en las elecciones de 2010. En Finlandia, los “Verdaderos Finlandeses” de ultraderecha, que hace tan sólo un año eran considerados un partido ridículo, tras los últimos comicios han llegado a ser la tercera fuerza parlamentaria del país con 19,1% de votos y 39 escaños. El Frente Nacional francés está preparándose para las elecciones presidenciales de 2012 y aspira a obtener buenos resultados.

Entretanto, tan sólo un día antes de lo ocurrido en Oslo, en Alemania era desmantelada la tumba de Rudolf Hess en la localidad baviera de Wunsiedel. La sepultura del que fuera el lugarteniente de Hitler atraía últimamente a demasiados visitantes. Según datos alemanes, el número de militantes de los partidos de extrema derecha en el país asciende a veinticinco mil, entre ellos, seis mil son neonazis.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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