Cualquier viaje de Kim Jong-il despierta interés enorme, ya que el líder político de Corea del Norte apenas sale de su país. Hace excepciones sólo para China, adonde realiza viajes regulares, y para Rusia, que visitó por última vez hace 10 años. Por eso su visita a Siberia se ve como un acontecimiento extraordinario.
Es pronto todavía hablar de algunos logros diplomáticos: el régimen de Pyongyang conserva sus particularidades. Tampoco cabe esperar resultados algunos de este viaje concreto, pues en todo caso no los van a anunciar. Pero es cierto que esta visita del Presidente de la Comisión Nacional de Defensa de Corea del Norte puede contribuir a que el proceso político de la península coreana salga, por fin, del callejón sin salida en que se encuentra. Este intento es tanto más apreciable que ya está claro que el previo enfoque no brindará resultado ninguno.
Desde la primera mitad de los 1990, cuando el problema del programa nuclear de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) se encontró en la agenda internacional, el proceso del arreglo ha pasado por diferentes fases, pero sin que haya cambiado el modelo base.
Las fuerzas externas siempre han visto a Pyongyang como una anomalía que, al quedar a flote tras el colapse del socialismo mundial, representa, sin duda alguna, una amenaza para el mundo y sus vecinos, en particular.
Por su parte, la cúpula dirigente de Corea del Norte se dio cuenta de que sólo manteniendo esta reputación podía protegerse de la presión exterior y del cambio del régimen. La RPDC iba afianzando su potencial, como podía, haciéndolo de manera demostrativa para que a nadie se le ocurriera la idea de meterse con ella. Mientras tanto, los países occidentales y Corea del Sur emprendían diferentes intentos de ejercer la presión sobre la república, lo que no llevaba a nada más que a la radicalización de Pyongyang amenazando con las graves consecuencias económicas inevitables cuando se trata de un país al borde de catástrofe. Corea del Norte sabe muy bien que el chantaje es una herramienta muy eficaz.
Pero la idea de que esta postura la toma la RPDC sólo para extorsionar dinero hizo que Washington y Seúl eligieron un camino erróneo. A Corea del Norte le prometen una ayuda financiera generosa a condición de que renuncie a su programa nuclear. Habría podido funcionar hace unos 15 años. Pero desde los finales de los 1990, después de los casos de Yugoslavia, Afganistán, Irak, y Libia, Pyongyang ve la disposición de misiles nucleares como la única garantía de que no lo tocarán.
Así que el cambio que se le ofrece resulta absurdo. El desarrollo de las relaciones está estancado, la tensión va creciendo con el transcurso de los años, y las crisis que acontecen resultan cada vez más peligrosas. Basta con recordar los ensayos nucleares, el incidente con la fregata Cheonan y los disparos en las cercanías de la isla de Yeonpyeong. Es curioso que en ninguno de los casos esté al fin y al cabo claro qué pasó.
La iniciativa de Rusia parte de un enfoque diferente, capaz de cambiar el algoritmo. La construcción del gasoducto desde Rusia al sur de la península coreana cambiará el estatus de Pyongyang. En vez de un oportunista y extorsionista se convertirá en un socio en un importante proyecto regional.
Recuerda la posición de Ucrania respecto a Rusia y la de Georgia respecto a Azerbaiyán. Este proyecto promete a la RPDC no sólo gas sino también ingresos procedentes del tránsito. Pero lo principal es que significará que Corea del Norte estará incluida dentro del sistema de la interdependencia económica, lo que puede marcar el inicio del cambio del ambiente.
Sin embargo, puede surgir un montón de obstáculos. Primero, es que pese a que el comportamiento de Pyongyang obedece a cierta lógica (aunque el Occidente esté convencido de lo contrario), puede dar unos giros impredecibles debido a su desconfianza maniática. Además, la benevolencia de Seúl no puede ser garantizada. Es verdad que el proyecto del gasoducto también es beneficioso para Corea del Sur, tanto política como económicamente. Pero sus líderes, con el presidente Lee Myung-bak a la cabeza, están criticando la política de reconciliación de sus antecesores y ocupan una postura intransigente respecto al Norte.
En fin, la actitud de EEUU no está clara del todo. El proyecto de Rusia da una oportunidad para un progreso en el que están interesados todos. Pero Asia Oriental es una región demasiado importante, teniendo en cuenta el crecimiento de la influencia de China. Por eso Washington no querrá perder su iniciativa y puede estimar los pasos de Rusia como el intento de robársela. China, el revés, no debe estar en contra, porque le conviene lo que baje las tensiones y afiance el estatus quo.
En cuanto a Rusia, el proyecto coreano es una de las posibilidades reales de fortalecer sus posiciones en Asia, lo que es una tarea primordial para los próximos años. Moscú es percibida en la península coreana como una fuerza neutral, de lo que no puede jactarse ninguno de los demás actores. Así que hay perspectivas para el progreso.
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.