La oportunidad que nunca existió

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Tras los atentados terroristas del 11-S el entonces presidente de Rusia, Vladímir Putin, fue el primero de los líderes mundiales en llamar a su homólogo estadounidense, George W. Bush, para asegurarle de su apoyo y solidaridad. Entonces todo el mundo coincidió en la opinión de que nació una oportunidad para el cambio radical de las relaciones entre los dos estados.

Tras los atentados terroristas del 11-S el entonces presidente de Rusia, Vladímir Putin, fue el primero de los líderes mundiales en llamar a su homólogo estadounidense, George W. Bush, para asegurarle de su apoyo y solidaridad. Entonces todo el mundo coincidió en la opinión de que nació una oportunidad para el cambio radical de las relaciones entre los dos estados. Pero al cabo de unos años, todo el mundo coincide asimismo en que aquel chance está perdido. Pero, ¿existió en realidad o sólo fue un producto de fantasía común?

En otoño del 2001 surgió la sensación de que la amenaza del terrorismo, a la que se enfrentan todos los países igualmente, fuera capaz de eclipsar todas las contradicciones históricas, geopolíticas e ideológicas. Rusia estaba librando una violenta guerra en Chechenia, sometida a una presión implacable del Occidente. Los atentados de Nueva York y Washington, como creyeron en Rusia, debían hacer a EEUU cambiar su actitud hacia la guerra anti terrorista en el Cáucaso del Norte. En parte, aquellas expectativas resultaron justas. Y aunque el principio del doble estándar no desapareció, a raíz de los atentados del 11-S el Occidente dejó de prestar el apoyo moral a los llamados luchadores por la libertad con el mismo entusiasmo de los 1990.

Posiblemente, fue un factor más de los que condicionaron la victoria militar de Rusia en Chechenia. Pero en lo demás, el septiembre del 2001 no contribuyó a la aproximación entre Rusia y EEUU, en realidad, no había ninguna razón para esperar que lo hiciera. 

El ataque del Al Qaeda sirvió de motivo para que EEUU se sintiera libre a actuar a su antojo. La nación, acostumbrada a las ideas de la invulnerabilidad, en particular de la de su territorio, descubrió un día que cualquiera puede amenazarle y que esta amenaza, desde el punto de vista de un norteamericano, puede carecer de razón alguna. Por eso, para garantizar la seguridad, hay que tomar las medidas respectivas a escala mundial, a la vez contribuyendo a la transformación socio-política (es decir, promoviendo la democracia), vengándose y dando pasos preventivos.

Dicho en otras palabras, el liderazgo estadounidense, del cual se habló terminada la guerra fría, obtuvo un objetivo concreto, la seguridad de EEUU. Cualquiera que no compartiera aquel objetivo, se convertía en un instigador del mal.

A finales del 2001, en el primer semestre del 2002, Moscú se conformó con unas concesiones geopolíticas considerables a Washington, desde la cooperación en Asia Central, donde aparecieron bases estadounidenses, hasta la retirada de las bases militares en Cuba y Vietnam. Pero resultaron concesiones unilaterales. En las cuestiones estratégicas, la buena voluntad y el compromiso siempre son resultado de una negociación reñida, y nunca se trata de una amabilidad de respuesta. Además, es que una parte de la cúpula dirigente estadounidense, junto con el propio presidente, creía que el apoyar a EEUU después de lo que había ocurrido, fue una reacción natural para cualquier país normal, que no suponía recompensación ninguna.

En otras palabras, cuando se consideraba que había una oportunidad para un cambio brusco en las relaciones, las partes tenían planes opuestos. EEUU nunca pensó en hacer concesiones algunas. La mayor concesión que podía hacer fue la de discutir los términos de la cooperación con tal o cual estado para que cumpliera con su papel en la estrategia estadounidense. Mientras tanto, Rusia, que acababa de superar los cataclismos de los 1990, buscaba las vías para afianzar su estatus independiente en el escenario internacional. 

Pero pronto ya se hizo evidente que sus planes eran incompatibles. Ya a fines del 2001 estaba claro que EEUU no iba a sacrificar nada de su propia agenda, ni siquiera en el contexto de la recién creada coalición contraterrorista. La Administración declaró el abandono del Tratado DAM, que hasta entonces siempre había servido de piedra angular de la estabilidad estratégica nuclear. Luego inició una secuencia de diversas operaciones escandalosas: Iraq, Georgia, Ucrania…

En Washington nunca llegaron a entender que la creciente disconformidad de Rusia no era un vestigio de un Imperio desaparecido, sino un producto de la sensación de que a Moscú la dejaron plantada. A pesar de los esfuerzos de Putin por construir un nuevo modelo de relaciones, EEUU, en la opinión de Rusia, empezó a crear obstáculos para el país euroasiático respecto a todos los temas importantes.

El discurso de Múnich en febrero de 2007 marcó el fin de las ilusiones nacidas en 2001, y la guerra con Georgia en agosto de 2008 fue una consecuencia directa de aquel chance efímero que se daba por real.  Al desilusionarse de la posibilidad de alcanzar un acuerdo con EEUU, Rusia sacó una conclusión que ya no era nueva: que en Washington respetan sólo las manifestaciones de la fuerza.

George John Tenet, ex director de la CIA, escribió en sus memorias que la cooperación entre EEUU y Rusia de la cual se habló tanto tras los atentados del 11-S, nunca llegó a ser real: las citas entre las dos partes siempre eran un juego de los espías contra los espías. La amistad entre Rusia y EEUU motivada por la existencia de un enemigo común fue un intento de ampliar el espacio para maniobras, pero un intento frustrado. Precisamente por eso, pasado un tiempo, las partes volvieron a los temas eternos heredados de la guerra fría, y empezó un nuevo período de distensión, que se suele denominar reinicio.

Ahora tanto Rusia como EEUU se encuentran en una encrucijada. Pero en el mundo de hoy, cuando no está claro absolutamente nada, son pocos ya los que se preguntan si existe una oportunidad  para que desde aquí anden juntos en una dirección común. 

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 

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