La sentencia contra la ex primera ministra ucraniana Yulia Timoshenko marca una nueva etapa en las relaciones de Ucrania con sus socios políticos más importantes: Rusia, la Unión Europea (UE) y Estados Unidos.
Las autoridades ucranianas decidieron apostar por todo o nada, pero no está claro qué esperan ganar con ello.
En esencia, el presidente Yanukóvich ha caído en la trampa que él mismo preparó para Timoshenko. Los iniciadores de este proceso querían matar a dos pájaros de un tiro. Por una parte, neutralizar al opositor político más influyente la víspera de las elecciones parlamentarias y presidenciales. Por otra parte (y este propósito parece primordial), crear razones cuasi-legales para poner en tela de juicio los contratos de gas con Rusia. Es obvio, ya que a la ex primera ministra la juzgaron no por los numerosos episodios de carácter sospechoso de su rica biografía empresarial y política, sino por un hecho concreto.
En enero de 2009 a raíz de las negociaciones celebradas en Moscú autorizó la suscripción de contratos con el consorcio Gazprom, gracias a los cuales fue superada la crisis más grave con los suministros del gas ruso a Europa: Rusia reanudó las entregas de gas después de 13 días de la interrupción total. Este acto fue calificado como un delito de abuso de poder, el castigo por el cual, siete años de prisión y la obligación de pagar unos 200 millones en concepto de reparación de daños, parece impactante incluso para un vecino del espacio postsoviético (ya me imagino lo chocante que parece para un europeo).
Sin embargo, Timoshenko, siendo un político muy fuerte y dotado de habilidades populistas más sutiles, hizo meter la pata a sus opositores. Es que les provocó a que la detuvieran, a raíz de lo cual las autoridades no tenían otro remedio que endurecer su postura. Para Yanukóvich, el resultado es negativo en todo sentido. Dentro del país: se movilizaron los partidarios de Timoshenko y los que simplemente simpaticen con una mujer en una situación difícil. La connotación política del proceso salta a la vista. Fuera del país, el caso ha despertado la protesta de todos. La Unión Europea está muy interesada en concluir con Ucrania un acuerdo sobre la zona de libre comercio, pero Bruselas no puede pasar por alto el severo veredicto basado en una argumentación dudable contra la líder de la oposición.
En cuanto a la actitud de Rusia, el primer ministro del país, Vladimir Putin, al expresar su reprobación respecto al veredicto, mostró que entiende muy bien que el proceso está dirigido contra él también. No puede quedar desapercibido el comentario de un representante del ministerio de Asuntos Interiores de Ucrania de que mientras que Putin sirvió en el KGB, Timoshenko es su agente de la influencia. Así que las relaciones entre Moscú y Kíev en la esfera gasísitica, ya bastante enredadas, ahora pueden complicarse aún más. Los dirigentes ucranianos ya han declarado en varias ocasiones, sin tener causas aparentes, que están a punto de acordar con Rusia unas nuevas condiciones para las entregas de gas, aunque no se vislumbra ningún progreso al respeto.
¿Qué se puede esperar ahora? Los líderes ucranianos tienen poco espacio para maniobrar. Pueden optar por retroceder: Víctor Yanukóvich dio a entender que esta variante es posible comentando que el fallo no es final, que habrá apelación y que le da pena que este caso impida la eurointegración. Al mismo tiempo, está claro que el revocar la sentencia por completo significará ceder ante la presión, lo que Kíev no puede permitirse sin perder la reputación del poder de manera irreparable. El mitigar la carga en Tribunal de Apelaciones, aunque es posible, no resolverá el problema. Resulta que hay que seguir el curso duro.
En lo que a la UE se refiere, el mensaje (implícito) de las autoridades ucranianas a ésta está claro: si Europa no nos apoya, no tendremos otro remedio que considerar una variante de la Unión Aduanera con Rusia. En Kíev no dudan la gran significancia geopolítica y estratégica de Ucrania. Esta seguridad da lugar a expectativas de que Europa y EEUU optarán por un compromiso con tal de evitar el acercamiento entre Ucrania y Rusia. La misma lógica en el caso de Alexandr Lukashenko llevó a que las relaciones de Bielorrusia con Occidente están perdidas y las con Rusia se mantienen al borde de colapso.
En realidad, Kíev no puede considerar la variante de la Unión Aduanera, aunque le apetezca (lo que es poco probable). Un acercamiento a Moscú tan evidente provocaría en la sociedad ucraniana una escisión y una crisis política. Con razón o sin ella, la mayoría de los ciudadanos de Ucrania ven las relaciones con la UE y Rusia como mutuamente excluyentes. El inclinarse hacia una de las dos variantes antagonizaría una gran parte de la sociedad. Víctor Yúschenko, el antecesor de Yanukóvich, ya cometió este error al intentar la integración a la OTAN y UE. Yanukóvich, al contrario, tiende más a mantener la tradicional táctica de balancear entre las dos opciones sin escoger una, a la que se atenían todos los presidentes ucranianos a excepción de Yúschenko. A diferencia de Lukashenko, quien puede permitirse un compromiso con Rusia en el caso de romper las relaciones con Occidente sin que la sociedad se oponga, Yanukóvich no puede hacerlo sin exponerse al riesgo de desestabilizar fundamentalmente la situación política.
Lo más curioso es cómo reaccionará Rusia. Tiene un interés bastante grande por Ucrania en calidad de un miembro de la Unión Aduanera y la Unión Euroasiática que proponen crear a su base las autoridades rusas. Sin embargo, Moscú no piensa conseguirlo a cualquier precio. El Kremlin no hará ningunas cesiones en lo que a los contratos gasísticos con Ucrania se refiere, la propia idea de hacerlo ahora le parecerá insultante. Rusia, al activar la construcción de los gasoductos North Stream (gasoducto ruso-alemán) y el South Stream (gasoductos que unirán a Rusia y la UE, pasando por el fondo del mar Negro) privará a Ucrania de sus ventajas como de un punto de tránsito. También es verdad que la postura de Europa puede influir en la situación. La Comisión Europea, por sus propias razones, ha iniciado un ataque contra Gazprom en Europa con tal de conseguir que reduzca los precios de gas. Lo exigen casi todos los clientes de Rusia en Europa, incluida Turquía, que ya ha anunciado que renuncia a uno de contratos. Para Kíev esto puede resultar tanto un factor positivo como negativo: al verse obligada a ceder a Europa, Rusia se mostrará aún más reacia a ceder a Ucrania.
Parece que las relaciones ruso-ucranianas han tocado un punto crítico. Las ilusiones de que es posible que el presidente de Ucrania sea pro-ruso se han disipado. A partir de este momento, Rusia tiene dos alternativas. Puede intentar mover Ucrania hacia el camino bielorruso: un acercamiento paulatino y rendición de activos importantes, tras un período de enfrentamiento duro. O irá perdiendo interés por Kíev al buscar otras alternativas tanto para el tránsito como para otros propósitos. Esta segunda variante ahora parece imposible debido a la existente idea de que Ucrania es un socio exclusivo de importancia especial por razones históricas, culturales y otras. Pero teniendo en cuenta que los ánimos en el espacio postsoviético van cambiando rápido, no se puede excluir las variantes más inesperadas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.