Ucrania: como lo imposible resulta posible

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La reñida partida en torno a Ucrania pasó a un desenlace intrigante.

La reñida partida en torno a Ucrania pasó a un desenlace intrigante.

La reciente cita de los presidentes de Rusia y Ucrania, Dmitri Medvédev y Víctor Yanukóvich, en la ciudad de Donetsk coincidió con la cancelación de la planeada visita del líder ucraniano a Bruselas, por iniciativa de la UE.

Al mismo tiempo, Yanukóvich adopta una postura mucho más rigurosa acerca del caso de Timoshenko, la UE pone en tela de juicio la suscripción de documentos sobre la zona de libre comercio con Ucrania, planeada para el próximo diciembre, mientras que Rusia, representada por Medvédev, de repente cambió de tono, al decir que no es correcto centrarse en las cuestiones de gas sólo, ya que existen también valores verdaderos.

Al parecer, todo está enredado hasta más no poder. Pero en realidad, la situación  se aclaró al fin.

Al menos, ya está claro que se trata de una competencia real y muy severa por la integración de Kíev a uno de los dos proyectos: el del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, o el de la Unión Aduanera con Rusia, que se propone como la base para la futura Unión Euroasiática.

Ya no queda posibilidad de esconderse por detrás de la declaración de que no habrá juego de suma nula.

La escalada de esta competencia aconteció de manera bastante imprevista, provocada por las persistencias de las autoridades ucranianas (más bien, de ciertos grupos industriales y energéticos) de revisar el precio del gas ruso.

Es difícil calificar la postura de Kíev como bien pensada y coherente debido a la caótica secuencia de amenazas y promesas.

Sin embargo, su objetivo está claro, y el medio para lograrlo es el proceso contra Yulia Timoshenko juzgada por los contratos gasísticos con Rusia. El fallo extremamente severo no sólo complicó las relaciones de Kíev tanto con Moscú como con Bruselas, sino creó una situación totalmente nueva, cuando lo que hace poco pareció imposible resulta posible.

La Unión Europea se siente perpleja. Por una parte, si escoge seguir sus valores y respeto a los derechos y libertades, cabe congelar las relaciones con Ucrania. De ahí que la reacción al fallo fue expresada en un tono muy categórico.  Por otro lado, la activación de Rusia con sus ambiciones de integración confirmadas ahora por el artículo del primer ministro ruso, Vladímir Putin, sobre la Unión Euroasiática, hace Bruselas preocuparse de que Kíev pueda optar por el Oriente.

Ucrania se agarra de estos temores: el vice primer ministro, Serguei Tiguipko, ya ha declarado que Ucrania escogerá una variante alternativa si Europa no la respeta. No cabe tomarlo en serio, no es nada fácil realizar esta amenaza, pero la verdad es que no es habitual que se esgrime una argumentación de este tipo.

Estamos más acostumbrados a que a Rusia le amenacen con integrarse con el Occidente, y no al revés. 

Como resultado, los funcionarios europeos escogen pasar por alto una violación de normas democráticas tan escandalosa como la encarcelación de la líder opositora para siete años con la perspectiva de prorrogar el plazo por otras acusaciones, explicando que no se puede castigar a todo el pueblo por sus dirigentes.

Algunos se muestran más sinceros al reconocer que como Rusia se verá beneficiada gracias a la ruptura de relaciones entre la UE y Ucrania, no se puede admitirlo. Desde el punto de vista moral, una postura así contradice a la ideología de la Europa común, pero está claro que no es lo principal para ella ahora.

Moscú primero censuró a Kíev por la sentencia contra Timoshenko también comentando que tiene una connotación antirrusa. Pero durante la conferencia en Donetsk, Dmitri Medvédev se mostró intencionadamente neutral y reservado en sus comentarios. Porque si el caso de Timoshenko, a pesar de sus objetivos originales, servirá para distanciar Kíev de la UE, Rusia no puede sino aplaudirlo. Así que Kremlin intenta mostrarse discreto para no perder esta nueva oportunidad.

Pero la cuestión es que si las autoridades ucranianas son capaces de tomar la decisión definitiva. Hasta ahora no lo parecían. Decida lo que decida la cúpula dirigente, la sociedad ucraniana está objetivamente dividida, y cualquier giro brusco provoca la resistencia de alguna de las dos partes.

Además, Ucrania ya está acostumbrada a su posición de la “novia crónica”, que permanece indecisa sin asumir compromisos definitivos.

Por eso la llegada al poder del presidente “prorruso” Yanukóvich no promete un verdadero acercamiento de Kíev con Moscú. Lo mismo se refiere a los intereses de carácter industrial y financiero ya que las aspiraciones de los oligarcas ucranianos son distintas de las de los rusos.

De ahí ha surgido la seguridad de que si Kíev decide integrarse en una unión encabezada por Rusia, eso conllevará obligatoriamente una crisis política en Ucrania.

Sin embargo, parece que la lógica de la política interna impone sus cambios en la política externa tradicional. Yanukóvich se ha atrevido a apostar a todo o nada, violando los tabús tanto de la política ucraniana como los de la postsoviética. Los tabús ucranianos se arraigan de la cultura política del país, según la cual, la confrontación no debe llegar a su punto crítico.

En el momento definitivo los adversarios tienen que volver al punto de partida y empezar a regatear. Pero no ha sido el caso de Timoshenko.

Y hablando de los tabús postsoviéticos, hasta hoy ninguno de los ex jefes supremos del país ha sido encarcelado. Les derriban, les exilian, pero nunca les ponen ante tribunal ni, aún más, sentencian (a excepción del mentor de Timoshenko y el ex primer ministro Pavel Lazarenko, encarcelado en EEUU). Yanukóvich ha sentado un precedente que no les cae bien a los mandatarios de los países de la ex Unión Soviética.

Escogido este camino, Yanukóvich no tiene derecho a retroceder. O demuestra que las reglas del juego han cambiado y que las impone el poder oficial, o tendrá que enfrentarse a una resistencia interna fuerte, capaz de entrar en una  resonancia destructiva con los factores externos.

Es decir, la pregunta es, si es posible implantar en el segundo país de la ex Unión Soviética por su importancia el modelo de gobernación que funciona en la mayor parte del espacio postsoviético, un modelo autoritario y centralizado.

Hasta hace poco pareció imposible por las intransigentes discrepancias dentro de la población. Sin embargo, el Partido de las Regiones en dos años en poder ha logrado llegar a controlar el sistema político, reduciendo la resistencia al mínimo.

La culpa de ello la tienen los propios oponentes de Yanukóvich, ya que el caos generado por Víctor Yuschenko y Yulia Timoshenko, mientras estaban al poder, hizo a la población perder las ganas de participar en la vida política del país.

El desenlace de esta colisión política entre Kíev, Moscú y Bruselas llegará pronto y tendrá una gran repercusión en la situación en la llamada Gran Europa.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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