Las mujeres toman la palabra: Desterrar o destituir a los sultanes de oficina

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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Cada vez que mi amiga Katya, de 27 años, subdirectora de una compañía de organización de eventos de San Petersburgo, se queja de su trabajo y su jefe complicado, le digo que se calle.

Cada vez que mi amiga Katya, de 27 años, subdirectora de una compañía de organización de eventos de San Petersburgo, se queja de su trabajo y su jefe complicado, le digo que se calle. Que se calle o haga algo con esto. “Pero es que no entiendes”, lloriquea. “Me gusta mi trabajo. Y valoro a mi jefe aunque a veces, me hace volver loca”.

Eso sí, a Katya le gusta su trabajo donde ascendió al nivel tope al empezar de asistenta hace dos años. Ella y su jefe, hombre obeso y calvo, de 40 y algo años, que parece estar en una crisis de la mediana edad, no tienen ningunas relaciones románticas, aunque así lo piensan algunas de sus subordinadas envidiosas.

Katya es ambiciosa, se graduó de la Universidad Estatal de Economía de San Petersburgo y sueña con lanzar su propio negocio. Afirma que tener de jefe a una mujer es una pesadilla mucho peor para ella que los ataques de rabia que sufre en su trabajo actual a veces. Y esto que trabaja de turnos terriblemente largos, luchando contra los numerosos empleados no profesionales, contratados por soborno o amistades, aguantando las borracheras de su jefe y sus bromas con insinuaciones sexuales.

¡Allá vamos! Dos décadas después de sumergirse en la economía de mercado, en Rusia la oficina sigue siendo una mezcla peculiar de los valores corporativos occidentales del siglo XXI, la herencia soviética y los arcaicos principios feudales. Las amistades tienen el papel principal. El favoritismo y autoritarismo prosperan. La discriminación genérica es frecuente. A veces el esfuerzo por el beneficio personal reemplaza al esfuerzo por el rendimiento. El éxito depende tanto, si no más, de establecer las relaciones interpersonales (incluida la destreza de complacer a los jefes) que demostrar pericia y experiencia.

Un renombrado sociólogo y economista politólogo alemán de los principios del siglo XX Max Weber bautizó este tipo de gestión “sultanismo”. Y tengo que admitir que en Rusia siempre escucho sobre estos “sultanes” de oficina de ambos sexos.

“Cada uno tenía que complacerla: leer sus pensamientos, observar los vaivenes de su estado de ánimo y tolerar sus caprichos”, me habló mi amiga Elena, de 36 años, de su jefa anterior en una pequeña consultora rusa donde había trabajado tras obtener MBA en una de las mejores escuelas de negocios de Estados Unidos. A los que no obedecían al código tácito de comportamiento les aislaban y les quitaban cualquier oportunidad para un ascenso.

“Sentí un alivio cuando me fui”, dijo Elena quien ahora trabaja en una importante corporación estadounidense en Moscú con una ética empresarial bien definida.

No obstante, el sultanismo y las relaciones patriarcales de la era soviética prosperan no sólo en compañías nacionales. Mi otra amiga, Irina, de 33 años, al cursar estudios por un programa de becas del Departamento de Estado de EEUU, obtuvo un trabajo en una corporación de altas tecnologías con sede en Silicon Valley (Valle de Silicio) y luego fue transferida a la oficina moscovita de la compañía. Dijo que sintió la diferencia en seguida.

“Cada uno hablaba y chismeaba mucho más, las divisorias entre lo personal y lo profesional se cruzaban constantemente. En el occidente se puede denunciarlo por lo menos, mientras que en Rusia no es común.” Irina encabezó un equipo que consistía mayormente de hombres, muchos eran mayores que ella, y según dijo, lo más llamativo era la actitud de sus colegas. “Viajé a las regiones y allí los hombres apenas me notaban, sin hablar de un apretón de manos”, dijo. “Es que no comprendían que una mujer joven pudiera hacer algo serio y pensaban que yo era amante de alguien o intérprete a lo mejor.”

De verdad, estereotipos y prejuicios de todo tipo siguen prevaleciendo en la esfera profesional en Rusia. Estudios revelan que aunque el número de las mujeres jefas va creciendo tanto en compañías nacionales como internacionales, muchos creen que las cualidades tipo empresarialismo, liderazgo, independencia y confianza de sí misma no se valoran en la mujer tanto como ser buena esposa y madre.

El reciente sondeo de las mujeres profesionales demostró que el 45% no creen que sea posible tener éxito en carrera y familia a la vez, mientras que el 36% consideran que una mujer de negocios pierde su feminidad inevitablemente. Y cuando la mujer logra tenerlo todo, apenas se convierte en un ejemplo a seguir: sólo el 4% respondieron que les gustaría que su jefe fuera mujer.

Creo que soy muy afortunada. A lo largo de los últimos 15 años he tenido de jefe a hombres y mujeres. Algunos han sido bastante autoritarios y/o impredecibles pero no eran sultanes absolutos, y yo pude aprender algo de todos ellos. Cuando volví de EEUU, donde estudié y trabajé, y fui contratada a una revista para mujeres con un equipo mayormente femenino, para mí fue un desafío integrarme en el rollo de intrigas y ponerme al día de los juegos de oficina sofisticados. Tuve que sumergirme en la mística femenina y ahora siento un verdadero alivio de que los últimos cinco años llevo trabajando en un ambiente mezclado.

Además, creo que la ausencia de reglas estrictas de trabajo en Rusia puede dejar espacio para mayor creatividad, mientras que la importancia de las relaciones personales contribuye a la lealtad de empleados y al eficiente trabajo en equipo. Pero espero que poco a poco el modo de contratar por “know-how” sustituya el de “know-who”, y aparezca una generación más progresista de jefes quienes prefieren el estilo de gestión por méritos en vez del sultanado.

Espero también que la rara mezcla de tradiciones occidentales y rusas ofrezca más oportunidades a las mujeres rusas para prosperar personal- y profesionalmente.  

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

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