La OTAN está concluyendo su campaña libia, al anunciar una nueva victoria del bien sobre el mal y el triunfo de la libertad. Barack Obama declaró que desde ahora el pueblo libio tiene abierto el camino hacia la democracia. El cuerpo desnudo y mutilado de Muamar Gadafi, que en vez de ser enterrado fue exhibido durante varios días en la sala refrigerada de un supermercado para divertir a la muchedumbre, simboliza, por lo visto, el triunfo de la justicia. Así que la guerra de la alianza está justificada: sus valores vencieron en la tierra libia.
Y ahora tienen que cerrar la operación lo antes posible, para que la victoria gloriosa no sea eclipsada por lo que pasará luego. Y es que podemos prever qué pasará, partiendo de las experiencias de Irak, Afganistán y Somalia.
La muerte de Gadafi destruye el factor principal que unía la colecticia coalición libia, el odio hacia el dictador y el deseo de vengarse. Y ahora al primer plano pasan otras cuestiones de peso: las del poder y dinero.
Libia es un país complicado, compuesto por diferentes unidades territoriales y tribales. Es cierto que la gobernación de Gadafi se basó en la violencia, pero no fue su único pilar. El sistema de transacciones con los jefes tribales y de sobornos a los representantes locales más influyentes fue complementado por una redistribución, aunque modesta, de los ingresos petroleros entre la población, lo que aseguró un nivel de vida más alto que en los países vecinos. A propósito, las reformas liberales propuestas ya por los asesores occidentales seguramente no despertarán nada más que una irritación en la población, acostumbrada al paternalismo desde hace muchos años.
No está claro en qué medida lograrán las nuevas autoridades restablecer el sistema del equilibrio de intereses, o más bien, crearlo desde cero. La derrota de los gadafistas y la eliminación de su líder no significan la toma de control sobre el país. Es posible que los partidarios del viejo régimen se pongan a librar una guerrilla. Pero aún más posible es que ciertas regiones se declaren autónomas y se nieguen a obedecer a Trípoli o empiecen a reclamar compensación de carácter material y político por su cooperación sin que se vislumbre un fin de este proceso. Mucho depende de cómo tratarán las nuevas autoridades a los partidarios del viejo régimen, es decir si habrá purgas y ajustes de cuentas. La experiencia iraquí no deja lugar a dudas: incluso los representantes estadounidenses reconocieron al fin que la disolución del partido Baas y la de las estructuras de los tiempos de Saddam Hussein sumergió el país en un caos profundo.
Hay que decir que el propio concepto de “autoridades nuevas” carece por ahora de sentido. Aunque en la segunda mitad del año el Consejo Nacional de Transición ya se asoció a algunos nombres concretos (es que al principio todo pareció demasiado enredado), todavía no está claro cómo son sus relaciones. Los personajes más conocidos son los que abandonaron el bando de Gadafi, por lo cual los que quieran (y los habrá sin duda alguna) fácilmente podrán encontrar materiales comprometedores contra ellos. Todos temen que se activen los islamistas, y por algo, teniendo en cuenta que el coronel los reprimía violentamente. Ahora pensarán que ha llegado su tiempo. La tendencia que se observa en Oriente Próximo en general ya es muy obvia y parece irreversible: el término de los regímenes laicos (Túnez, Egipto, Libia y, posiblemente, a plazo mediano Yemen y Siria) y, por lo consiguiente, el afianzamiento del islamismo.
Otra cuestión de importancia es el papel del Occidente y la actitud hacia éste de la nueva Libia (supongamos que queda unida). Las compañías de gas y petróleo de Francia, Italia y Gran Bretaña, por no decir más, pretenden ser líderes: París fue el iniciador de la guerra, Roma cuenta con los contactos más antiguos y profundos en su ex colonia, y Londres prestó apoyo militar y político considerable. Todavía está por decidir cómo van a repartir los trofeos, y es que el sentido práctico de la guerra, si hubo alguno, consistió precisamente en eso: en hacer una contribución a la seguridad energética de Europa y al florecimiento de sus compañías. Para otras regiones Libia no fue de tanto interés.
Las nuevas autoridades libias ya han declarado que al tomar decisiones económicas se guiarán, ante todo, por motivos políticos. En particular, Rusia, China, Brasil y Alemania, que no se pronunciaron por la intervención militar, no pueden esperar su benevolencia. Sin embargo, las empresas rusas pueden participar en proyectos libios a través de su cooperación con corporaciones occidentales, con las cuales están en buenas relaciones. Pero mucho dependerá de si las propias empresas de los países aliados lograrán evitar problemas. Cualquier fallo a nivel de construcción del Estado afectará la estabilidad del negocio, pero ya no habrá un factor limitativo como las fuerzas de ocupación, a diferencia del caso de Irak. Además, ya hay razones para suponer que incluso los actuales jefes del Consejo de Transición resultarán socios mucho menos flexibles de lo que esperan en Europa y EEUU.
La muerte de Gadafi marca el fin de una época entera. Pero al mismo tiempo, es posible que marque no el fin sino el inicio de una verdadera crisis libia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.