Por muy increíble que parezca, la interminable historia con el ingreso de Rusia en la Organización Mundial de Comercio (OMC) está a punto de concluir.
Acostumbrados a las múltiples promesas de ingresar que nunca cumplieron, ya no las tomamos en serio. Sin embargo, en 2011 el proceso se activó. Al conseguir la Unión Europea (UE) la semana pasada que Georgia renunciara a sus objeciones, ya no queda ningún obstáculo.
En los 18 años que han durado las negociaciones, el tema del ingreso de Rusia en la OMC dio lugar al nacimiento de mitos diferentes. Los adversarios del ingreso advierten que amenaza con el colapso de la economía rusa, ya que no resistirá al bajar las barreras proteccionistas.
Los partidarios asignan a veces a la OMC las cualidades de una varita mágica que puede en un abrir y cerrar de ojos transformar la economía rusa realizando las reformas que llevan tiempo pendientes.
Es obvio que las dos ideas son falsas. El miedo de abrir las barreras económicas tenía fundamento en los 1990, a principios de los 2000, cuando la economía rusa era muy débil. Entonces sí que había que abstenerse del ingreso.
Hay que notar que la ventaja de un proceso de negociaciones tan largo consiste en que al fin hemos logrado alcanzar compromisos aceptables acerca de la mayoría de las cuestiones.
En la conciencia de un ruso, desde los últimos años de la época soviética, se ha arraigado la sospecha de que cualquier acuerdo alcanzado rápido contradice a los intereses del país, se debe a la presión desde fuera y no es legítimo. No es justo pero se explica fácilmente por lo doloroso que ven los rusos los pasos dados por Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin en las condiciones de la crisis política y económica del periodo desde los fines de los1980 hasta los principios de los 1990.
Desde este punto de vista, el largo periodo de transición que consiguieron los representantes de Rusia en el curso de las disputas de muchos años, es un bien que permite entrar en el campo de la OMC bajo condiciones bastante suaves. Inevitablemente, habrá víctimas y descontentos, pero los habría mucho más si este evento hubiera acontecido hace unos 10 o 5 años.
Por otra parte, claro que no cabe esperar ningún milagro. La membresía en la OMC no sustituirá esfuerzos por mejorar el clima de inversión, llevar a cabo la modernización y diversificación y todo lo que se discute en los últimos años sin ser realizado o iniciado siquiera.
La historia del acercamiento de Rusia a la OMC es una ilustración curiosa de la trayectoria del desarrollo del país en los últimos 20 años. Al principio, la motivación fue exclusivamente política: debemos estar en cualquier lugar donde se encuentren los países civilizados. Poco a poco la euforia pro-occidental se esfumó, cediendo a la aspiración de mantener el prestigio, de quedar a bordo junto con los demás. Después del ingreso de China a principios de los 2000, Rusia resultó la única de las economías grandes del mundo fuera de la OMC.
Hasta el año 2006, el principal promotor del proceso fue Vladimir Putin, quien aspiró de verdad a abrir camino para Rusia al último de los clubes clave que no integraba (a excepción de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), pero al entrar en la OMC Rusia se verá entre sus miembros casi inmediatamente).
Pero el que la contraparte estuviera presentando nuevas exigencias una tras otra y dilatando la resolución de la cuestión, provocó un enfriamiento brusco. Moscú se desilusionó de la buena voluntad de sus interlocutores y optó por decidir que no le importaba la membresía en la OMC.
Tanto más que dentro del país esta idea nunca había sido aplaudida. En el periodo del 2006 al 2010 nada ocurrió para cambiar la situación. Más aún, en 2009 Putin, ya en calidad del primer ministro, inició una nueva etapa de integración más profunda en el marco de la Unión Aduanera, lo que fue interpretado como el signo de que la situación con la OMC le tenía altamente irritado.
Rusia dio a entender que puede optar por una alternativa regional en vez de la global. Lanzado el proyecto de la Unión Aduanera, no estaba claro si Moscú seguiría intentado ingresar en la OMC o se proponía cerrar las negociaciones.
Pero a finales de 2010, a principios de 2011 empezó una discusión seria, que no dejaba lugar a dudas: no es por hablar, es por llegar al acuerdo. La posición de Georgia fue el único obstáculo. Kremlin insistía en que su argumentación fue de carácter político y no económico (y es verdad), por lo cual no Rusia sino sus socios debían resolver el problema georgiano si querían ver Moscú entre sus filas. Muchos criticaron a Rusia por este enfoque, pero ha funcionado. Cuando los europeos decidieron que les hace falta el ingreso de Moscú, lograron persuadir a Georgia y encontrar compromiso.
Occidente está interesado en el mercado ruso. Sus participantes extranjeros, al verse amparados por los mecanismos de la OMC, obtendrán al fin algunas palancas para influir en Moscú. Ahora carecen de cualquier posibilidad de proteger allí sus intereses. Es posible que Rusia también se vea beneficiada, pese a las actitudes dispares dentro de la población. Un adicional estímulo exterior ayudará a promover la competencia, mientras que los empresarios rusos también tendrán más posibilidades para proteger sus intereses en el mercado exterior.
Hay algo simbólico en que la solución de la cuestión acerca del ingreso de Rusia en la OMC caerá en el fin del año, coincidiendo con el 20 aniversario de la desaparición de la URSS. La época post soviética, cuando todo estaba determinado por los esfuerzos por superar la descomposición, termina. La agenda anterior ha perdido su relevancia. Ya es hora de poner el punto y seguir avanzando.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.