El pasado 8 de noviembre, el presidente ruso Dmitri Medvédev y la canciller alemana Angela Merkel celebraron la solemne puesta en marcha del gasoducto transbáltico Nord Stream.
Este proyecto energético ha sido el más importante entre Rusia y la UE en el siglo XXI.
Digo el principal, porque, en primer lugar, los demás proyectos están lejos de ser realizados y por ahora no está claro si se llevarán a cabo algún día. Además, este proyecto fue creado como el prototipo de la colaboración entre Rusia y la Unión Europea, modelo que a mediados del año 2000 fue considerado la base de la cooperación a largo alcance.
El acuerdo de la construcción del gasoducto fue firmado en otoño del año 2005 por el anterior líder ruso, Vladímir Putin y Gerhard Schroder, ex líder alemán. Una semana después de firmar este documento, Schroder fracasó en las elecciones federales y, pasado un mes, llegó a ocupar el cargo de presidente de Nord Stream AG, consorcio encargado de construir el gasoducto. El Nord Stream también fue ideado para resolver problemas políticos.
Primero, para que Rusia y su principal cliente en Europa, Alemania, dejaran de depender tanto de otros países. El gasoducto pasa por el fondo del mar directamente al comprador. Las relaciones entre Rusia y Ucrania no eran nada buenas y se han agravado aún más por los conflictos gasísticos a raíz de la revolución naranja. A estas alturas, sabiendo cómo luego se desarrollaron las relaciones entre los dos países vecinos (me refiero, entre otros hechos, a la interrupción de entregas de gas a Europa en invierno de 2009), podemos decir que las partes se mostraron perspicaces al firmar aquel acuerdo. Aunque el gasoducto no puede sustituir por completo el trasiego de gas por el país eslavo, al menos constituye una vía alternativa.
En segundo lugar, tras la crisis política, relacionada con la revolución naranja, en la cual Europa apoyó a los candidatos antirrusos, Putin encontró un camino más para ofrecer a la Unión Europea un modelo de la asociación estratégica. No se trató sólo de tender un gasoducto más, lo que ya es bastante, sino de un esquema en el que empresas rusas y alemanas debían intercambiar acciones y material. Rusia estaba dispuesta a abrir a sus socios el acceso a la explotación de yacimientos a cambio de su participación en los canales de distribución en el mercado europeo. El presidente ruso veía tal modelo de interacción más eficaz. Los esquemas de integración institucional, propuestos por la UE, nunca le interesaron a Putin.
¿Qué es lo que se logró alcanzar al fin y al cabo?
Ya en septiembre, efectuada la puesta en marcha tecnológica del gasoducto, Vladimir Putin anunció en público lo que todos sabían pero nunca se habían decidido a declarar oficialmente: Ucrania ha perdido su monopolio, Rusia y Alemania ya no dependen tanto de los caprichos de los países de tránsito. Kíev replicó que el nuevo gasoducto apenas afectará a los volúmenes de suministro a través del sistema de transportación de gas ucraniano.
Y las dos partes tenían razón. Es cierto que el Nord Stream no es una alternativa a Ucrania. Pero también es verdad que Ucrania ya no puede aspirar a tener el monopolio en esta materia, lo que es esencial desde el punto de vista psicológico.
Este año las relaciones entre Rusia y Ucrania en el ámbito gasístico se han agravado al extremo. Kíev insiste en la revisión de los acuerdos vigentes con Moscú, empleando diferentes métodos, incluido el proceso contra la ex primera ministra ucraniana Yulia Timoshenko. La puesta en marcha del Nord Stream influirá en el conflicto. El que Ucrania haya intensificado su actividad, amenazando a Rusia en unas ocasiones y haciendo diferentes propuestas en otras, muestra que Kíev se da cuenta de que la situación ha cambiado. Y que hay que darse prisa para que la presión rusa sea menos eficaz.
Si también se pone en práctica el proyecto South Stream, a pesar de todos los problemas políticos y económicos, Ucrania se verá en una situación rara cuando su triunfo no tiene ningún peso. La verdad es que por ahora es demasiado pronto para hablar de ello.
La segunda tarea, es decir, la asociación estratégica entre Rusia y la UE, prosperó con menos éxito. Las expectativas de Vladimir Putin de que las relaciones en el campo energético contribuyan a una cooperación política con los países líderes europeos han fracasado. Para empezar, esto se debe a la falta de confianza mutua y a la incapacidad de las partes de encontrar un lenguaje común para discutir sus intereses. Occidente no ha superado todavía la costumbre de hacer frente a Rusia y el Kremlin se mostró sinceramente irritado por los obstáculos que se le ponían, por lo cual las partes no lograron entablar un diálogo eficaz. Además, la situación en el mercado gasístico europeo no está clara, ante todo en lo que respecta a las previsiones de la demanda. Por eso Gazprom no puede decir cuál será la estructura de su negocio dentro de unos años. Berlin ya renunció a la reciente propuesta de Rusia de ampliar los contratos de suministros del Nord Stream.
Además, los acontecimientos de las últimas semanas han mostrado que las relaciones en este dominio son mucho más complicadas de lo que parecen. La Comisión Europea inició controles en las oficinas del Gazprom en toda Europa, satisfaciendo la petición de algunos países que aspiran a revisar contratos con el consorcio ruso y mostrando su fuerza una vez más. Por eso es evidente que por ahora el Nord Stream ha fracasado en su segundo objetivo.
Al mismo tiempo, estamos observando que en Rusia las discusiones se hacen cada vez más encontradas en relación con el ámbito energético, en particular, en lo que respecta a la relación entre los mercados asiático y europeo. Moscú se muestra a favor de diversificar su clientela: no es normal que la UE sea casi el único consumidor del gas ruso. Pero pensando en sus relaciones con China, potencialmente su principal cliente en Asia, Rusia ve que se trata de una mentalidad totalmente diferente y de un cliente muy problemático. Las condiciones en el mercado asiático son peores que en el europeo. Pero las garantías de la demanda son más seguras. Además, hay cierto potencial político: en Asia, además de China, se encuentran Corea del Sur, Japón y otros países. Las relaciones energéticas con estas naciones pueden influir en la configuración geopolítica.
Todavía no es nada más que una idea sin pulir, pero es cierto que ahora, cuando se habla mucho de la reorientación de la política mundial hacia el Oriente, Rusia no puede pasarlo por alto, sobre todo cuando esto tiene que ver con el ámbito que tradicionalmente ha sido primordial para el país.
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.