Las aldeas ecológicas son una opción muy atractiva para los rusos

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Los europeos fueron los primeros en abandonar las grandes ciudades a mediados de los 90, para instalarse en unos asentamientos llamados ecoaldeas.

Los europeos fueron los primeros en abandonar las grandes ciudades a mediados de los 90, para instalarse en unos asentamientos llamados ecoaldeas.

En Rusia esta migración apareció hace aproximadamente 8 ó 9 años. ¿Cuál es la razón para que una persona que vive en la ciudad cambie de manera tan radical su vida al trasladarse a ecoaldea y cultivar hortalizas, hornear el pan e incluso hacer jabón? Se ofrece a continuación un reportaje desde una ecoaldea situada en la región de Kalúga.

Cultivando hortalizas en medio de la nada

Un aficionado a pasar los fines de semana en el campo no es lo mismo que un habitante de la ecoaldea. Éste último tiene una ideología y no sólo una casa en las afueras con una parcela de tierra. Su idea es poner en el bosque o en el campo cimientos para su futura finca en la que también vivirán sus hijos, nietos y bisnietos.

En las ecoaldeas se usan placas solares en vez de electricidad, se toman infusiones en vez de café o té y se comen hortalizas al vapor en vez de un buen trozo de carne.

Este tipo de asentamientos aparecieron en Rusia hace más o menos 10 años, pero todavía no se conoce mucho sobre ellas.

Familia griega en la ecoaldea de la región de Kaluga

En la provincia de Kaluga, cerca del pueblo de Miliónki y de la reserva natural “Ugra”, a unos 220 km de Moscú, hay una ecoaldea.

En 2006, las autoridades del distrito Dzerzhinski en Kaluga cedieron a los habitantes de la ecoaldea tierras para la agricultura. Ni más ni menos que 150 hectáreas, donde hacía tiempo que no se sembraba ni se cosechaba nada. Limitan con el bosque, de modo que las familias viven prácticamente en medio de la naturaleza salvaje.

Cada familia dispone de una parcela de 1,5-2 hectáreas. Estas casas son propiedad compartida, es decir, nadie puede venderlas, pero sí se pueden heredar.

Las familias que quieran instalarse en la ecoaldea han de pagar una contribución. Hace 5 años era de unos 40.000 rublos (1.300 dólares) y ahora alrededor de 200.000 rublos (6.700 dólares). Esta cantidad es nada exagerada si se tienen en cuenta las dimensiones de la parcela. Por otra parte, a las personas que residen en estos pueblos les ha ido muy bien en su vida laboral en la ciudad.

La edad media de los habitantes de una ecoaldea es de entre 30 y 35 años, todos tienen familia. Viven empresarios que en la ciudad tenían guardaespaldas, diseñadores, médicos, profesores…es decir, gente con licenciaturas y buenos trabajos en la ciudad que ha decidido cambiar su estilo de vida. Han venido de Kaluga, Moscú o Ekaterimburgo. Incluso hay una familia griega.

Algunos alquilan sus antiguos pisos, ya que el dinero nunca sobra, otros venden hierbas, setas y bayas que recogen en el bosque y muchos han encontrado trabajo en la misma aldea y trabajan de carpinteros.

El estilo de vida cambia rotundamente al trasladarse estas personas a una aldea de este tipo.

En las ecoaldeas todo el mundo se conoce

Cualquiera puede venir a la ecoladea, pero si en la Asamblea de bienvenida alguien vota en contra de los recién llegados, tendrán que buscar otro sitio para vivir. Las normas son iguales para todos: está prohibido tomar alcohol, fumar y proferir palabrotas.

“No tenemos la costumbre de cercar nuestro territorio con vallas, sólo con árboles y arbustos. Tampoco criamos ganado para carne, ni para comer ni para vender. Somos todos vegetarianos”, nos cuenta una de las habitantes de la aldea, María Dyachenko.

Para fregar y lavar la ropa usan mostaza, ceniza y el jabón hecho por los propios ecorresidentes. Está prohibido también usar cualquier abono químico para estimular el crecimiento de verduras y hortalizas.

No aran la tierra, pero comen hortalizas todo el año

Los ecorresidentes cuidan la tierra y no la aran. Cubren los sitios de los futuros cultivos con medio metro o un metro de paja (la hierba sí que la cortan), la tapan con un plástico y esperan de uno a dos años hasta que se forma una capa fértil. También abonan con estiércol que consiguen en los pueblos cercanos. Para utilizar algunos desechos orgánicos usan gusanos de California que además dejan la tierra muy blandita.

Cortan los pies de las setas en láminas finas, las secan y se las comen todo el invierno como patatas fritas. Siempre tienen frutos secos sobre la mesa, todavía los compran, pero ya se han plantado muchos pinos siberianos, de modo que en unos años ya tendrán sus propios piñones.

También tienen pepinos, tomates y manzanas. Se come mucha calabaza que se acompaña de cereales y se puede aprovechar para purés o se sirve cocida con un chorrito de miel.

Sólo los más resistentes pasarán aquí el crudo invierno

Ahora en la ecoaldea viven 50 familias, pero cuando llegue el invierno sólo estarán las que han conseguido construir una casa antes de la época del frío y aquellas que ya han pasado por la prueba de “un invierno en medio del bosque”.

Al llegar a la ecoaldea, normalmente a principios del verano, la gente vive primero en tiendas de campaña y más tarde empieza a pensar en construir una casa. Como no está permitido talar los árboles, las tablas de madera se compran fuera. Muchos se hacen casas con arcilla, incluso hay una yurta como las que se pueden ver en Kazajstán.

La familia de Alexei y Ekaterina Sholosh se prepara para pasar su primer invierno en la aldea. Están aislando la yurta del frío, colocando sacos con paja a lo largo de las paredes. Colaboran todos: los padres, su hija Danielia de 9 años y su hijo Kirsán de 4.

Alexei y Ekaterina son de Moscú, especialistas en decorados teatrales, es gente muy creativa y se puede apreciar en el interior de su vivienda que tiene óleos y estatuillas de madera y piedra.

Alexei tiene mucha mano izquierda con los niños de la aldea. Les enseña el arte de herrero y hace de “animador”. Los niños no se aburren en ningún momento. Organiza juegos, por ejemplo, el de “vikingos”.

Pável Cherepánov (médico de la ecoaldea): “La gente tiene la culpa de sus enfermedades, no los microbios”

Las ecoaldeas tienen sus profesores y sus médicos. Pável y Natalia Cherepánov, antes de venir aquí, trabajaban en urgencias y ahora en caso de necesidad prestan los primeros auxilios a los vecinos. Se mudaron hace dos años. Vinieron desde la región de los Urales. Ahora Pável está construyendo una casa de madera tipo yurta.

“Nos mudamos, en primer lugar, por nuestros hijos. ¿Qué es lo que respiran en la ciudad? Gases tóxicos y humo de las fábricas. Y siempre estábamos preocupados por ellos. En una ciudad hay mucha delincuencia y muchas tentaciones. Los adolescentes toman alcohol, fuman y consumen drogas. Y aquí viven familias muy parecidas a la nuestra, no hay peligro”, explica Pável.

La vida en la aldea es más segura que en una gran ciudad. En un bosque como éste, donde no se puede decir palabrotas, ni encender un cigarrillo ni tomarse una cerveza, llevar una vida sana es una de las prioridades de los habitantes.

“Mi mujer y yo estamos seguros de que es la gente la que tiene la culpa de todas sus enfermedades, los microbios no tienen nada que ver. Hay que comer alimentos sanos, respirar aire puro y alejarse del ajetreo. Nuestro objetivo es tener un ritmo de vida completamente diferente al que se tiene en la ciudad”, opina Pável Cherepánov.

A los habitantes de una gran ciudad les podría parecer que la vida en una ecoaldea es como una modalidad de deporte extremo, pero los ecorresidentes creen todo lo contrario: la vida en una gran ciudad es tan estresante, que sólo la aguantaría gente muy entrenada. Por lo tanto, ni los adultos ni los niños sobre todo, han de exponerse a ella.

El dibujo sobre las aventuras de Shrek no está bien visto en la aldea

Los hombres de la ecoaldea suelen asistir en el parto a sus mujeres. Sin embargo, cada familia es libre de elegir. La futura madre puede tener a su bebé en una clínica o puede decir al médico que vaya a su casa.

Los niños, por una parte, crecen libres, en el bosque no hay nada que temer. Por otra, sus padres les controlan mucho la comida, ya que en la ecoaldea se acostumbra a comer productos “buenos”, es decir, sin conservantes, colorantes ni otros sucedáneos químicos.

“Si un niño quiere tocar un horno caliente se le avisa del peligro y se le dice no”. Les enseñamos desde la infancia que los caramelos que tienen productos químicos son malos para la salud. Si les apetece algo dulce, les ofrecemos miel o polen de abejas”, cuenta María Dyachenko.

 

Los habitantes de la ecoaldea creen que, una vez adultos, sus hijos podrán probar lo que les dé la gana, pero de momento es mejor evitar que consuman productos que no son naturales.

Los niños de la aldea se llevan muy bien entre ellos, ven juntos los dibujos y las películas soviéticas y rusas. La historia de Harry Potter, a pesar de todo, la conocen bien.

Los dibujos animados sobre las aventuras de Shrek no están bien vistos, al igual que la televisión con sus horrorosos anuncios publicitarios. La mitad de las familias tienen ordenadores en vez de televisión.

Los niños suelen estudiar en casa con sus padres, ya que muchos tienen dos carreras universitarias. Una vez al mes los niños pasan exámenes en el colegio de un pueblo cercano, de modo que la “Ley sobre educación” se cumple.

“Cuando nuestros hijos se hagan mayores, harán su elección, siguiendo los estudios o no, viviendo aquí o marchándose para siempre a la ciudad. Nadie tiene derecho a imponerles un lugar para vivir”, cree María Dyachenko.

El “Arca” y el primer ministro ruso

Anualmente desaparecen en Rusia decenas de aldeas, hay algunas que siguen existiendo, pero sólo sobre el papel. Viven allí dos, tres o cinco ancianos como máximo. El 20 de agosto de 2009 el primer ministro de Rusia, Vladimir Putin, firmó el Decreto número 684 “para dar nombres a puntos geográficos en las regiones de Kaluga y Kostromá”. En la provincia de Kaluga, la ecoaldea formada por parcelas pertenecientes a las familias, recibió el nombre de “Arca”. En el año 2001 las autoridades locales cedieron a las familias parcelas de 1 hectárea como mínimo en propiedad vitalicia con derecho a herencia.

El “Arca” tardó en crecer, pero ahora tiene cerca de 100 casas, construidas por los ecorresidentes sin ningún tipo de ayuda por parte del Estado.

El “Arca” es el segundo pueblo que apareció en la zona agraria de la región de Kaluga en los últimos 20 años. Los habitantes de la aldea cerca de Miliónki están seguros de que la suya se convertirá en la tercera.

 

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