Las mujeres toman la palabra: el presidente es el mismo, pero Rusia es diferente

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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La noche del lunes, el 5 de marzo, un día después de las elecciones presidenciales, yo andaba por la calle Tverskaya, la arteria principal de Moscú que une la Plaza Roja y otra donde fue convocada una nueva protesta.

La noche del lunes, el 5 de marzo, un día después de las elecciones presidenciales, yo andaba por la calle Tverskaya, la arteria principal de Moscú que une la Plaza Roja y otra donde fue convocada una nueva protesta. A lo largo de la calle estaban decenas de militares y numerosos policías armados como si la capital rusa pudiera ser víctima de una invasión enemiga. No gozaba nada de observar el panorama que no auguraba nada bueno, y tampoco me alegraban los resultados de los comicios.

No obstante, allá muy hondo, mi corazón estaba animado. Sabía que no sólo yo estaba desencantada y me inspiraba esta sensación. Todos mis amigos y conocidos incluidos los que viven en el extranjero habían ido a votar el día anterior. Muchos, y yo también, fuimos a votar por primera vez en un largo período de tiempo (la última vez voté en 1996 cuando acababa de cumplir 18 años. Pasé aquel verano en California. Un día de compras en San Francisco sirvió de fuerte motivación para que realizara un viaje de tres horas por la mañana hacia el Consulado de Rusia desde la localidad durmiente Modesto donde residía en aquel entonces.)

Esta vez yo no era única con mi opción, resultó que ninguno de los que conocía votó por el “candidato favorito”. Y aquella tarde mi teléfono sonaba sin cesar, mis amigos preguntaban dónde podríamos reunirnos para participar en la próxima protesta. Algunos no pegaron el ojo la noche anterior, trabajaron como observadores voluntarios en los comicios. Así que a pesar de policías, me pareció una Rusia algo diferente.

“Observamos las elecciones y revelamos votos fraudulentos por Putin. ¿Y qué es lo que hiciste tú ayer?”, decía una enorme pancarta en las manos de una pareja de jóvenes de veinte y algo años, que me recordaron a unos observadores a quienes vi en el colegio electoral de mi vecindad un día antes. Algunos eran muy jóvenes.

Pregunté a Anna, física de 26 años de voz baja con una pesada cámara de foto, grabadora digital y enorme libreta, qué es lo que la inspiró a dedicar el entero fin de semana a la observación de los comicios cuyo resultado era bastante predecible. “Me siento responsable de lo que pasa en mi país y quise hacer mi aporte”, dijo Anna, que trabajó en las elecciones en afiliación con otro candidato presidencial, Mijaíl Prójorov.

Y no estaba sola. Muchos de los que trabajaron de observadores voluntarios en las elecciones dijeron lo mismo. “Era mi deber como ciudadana garantizar que el proceso electoral transcurriera sin infracciones, por lo menos en mi colegio electoral”, dijo mi buena amiga Julia, de 33 años, madre de dos hijos, mujer trabajadora, y junto con su esposo monitorearon el escrutinio de votos en dos colegios electorales de su barrio.

Me parece que con ayuda del Internet y otros factores, entre ellos la relativa estabilidad económica, surgió una nueva generación de ciudadanos rusos. Prevalecen en Moscú y otras importantes ciudades de Rusia. Algunos los denominan de nueva “clase creativa” refiriéndose a su educación y estatuto económico, otros  los llaman “ciudadanos enojados” (el término proviene de Alemania donde hace poco ha aparecido el fenómeno de Wutbuergers, protestantes contra la política injusta del gobierno).

En cualquier caso hay personas indiferentes. Encontraron tiempo, valor y estímulo para impugnar a las autoridades y luchar contra la corrupción con recursos de que disponen. Sus medios varían, escriben en blogs, van al juzgado, se dedican a iniciativas de caridad, participan en manifestaciones callejeras.

Hace poco solía pensar que la máquina estatal de corrupción en Rusia era tan omnipotente que un humano era desesperadamente flojo contra ésta. Es posible que lo sea todavía, pero las cosas empiezan a cambiar. Observo un creciente número de personas alrededor que creen que la responsabilidad civil es ante todo la responsabilidad individual impulsada por la dignidad y autorrespeto. Estos principios básicos son esenciales en las sociedades con democracias maduras, pero aquí sólo están adquiriendo forma. Y creo que esto sirve de potencial para contribuir a un cambio más importante.

“Es posible que el país siga el mismo, pero las personas ya son diferentes”, dijo mi vieja amiga Katya, que trabaja en las finanzas. Hace poco los asuntos políticos y las obligaciones civiles no han tenido resonancia para la mujer de 34 años que goza de compras y viajes. No obstante, en los últimos meses se ha convertido en una activista social que atiende a todas las manifestaciones y pasa días y noches escribiendo para su blog. Conozco a decenas, aun centenares de personas tipo Katya aquí. Su trabajo puede parecer poco importante pero es un ejemplo inspirador para los demás.

Parece que los cambios en Rusia hayan comenzado no desde arriba hacia abajo como solían suceder sino que desde abajo hacia arriba. A lo mejor será una evolución menos rápida pero más segura y estable. Espero que esta metamorfosis sea irreversible, y no importa quien esté en el poder.

*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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