Todavía es pronto para evaluar el papel de Boris Yeltsin

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Boris Yeltsin, el primer presidente de Rusia (1991-1999), murió hace cinco años: el 23 de abril de 2007. De su abandono de la arena política del país hace ya casi 12 años y pese al mucho tiempo transcurrido desde entonces, no se ha hecho una evaluación objetiva de la actividad de Yeltsin ni de su época.

Boris  Yeltsin, el primer presidente de Rusia (1991-1999), murió hace cinco años: el 23 de abril de 2007.

De su abandono de la arena política del país hace ya casi 12 años y pese al mucho tiempo transcurrido desde entonces, no se ha hecho una evaluación objetiva de la actividad de Yeltsin ni de su época.

Posiblemente es porque esta época no ha acabado todavía en el sentido emocional, psicológico y político. La aguda polémica sobre los años noventa continúa, la desintegración de la URSS sigue percibiéndose como una tragedia, e incluso el hombre que ocupó el sillón presidencial tras la renuncia de Yeltsin ha vuelto a ser elegido presidente de Rusia.

Boris Yeltsin simboliza un período de transición trágico y complicado. Este período no ha acabado y continuará durante un período indefinidamente largo.

La época de Yeltsin es una experiencia de transformación dramática y drástica de uno de los pilares geopolíticos del orden global que transcurrió sin la pérdida de su estatus mundial. La herencia de Boris  Yeltsin viene representada no solo por un nuevo Estado ruso formado a partir de los pedazos de la URSS, sino por  una nueva gran potencia que sobrevivió tras una conmoción que habría podido ser fatal.

En la historia de Europa contemporánea hubo dos líderes cuyo papel es comparable con el de Boris  Yeltsin. Se trata del expresidente francés, general Charles de Gaulle, y del primer canciller de la República Federal de Alemania (RFA), Konrad Adenauer. Ambos se consideraban figuras contradictorias en vida, sus acciones provocaban una reacción frecuentemente negativa tanto en su patria como en el extranjero.

Ambos asumieron la responsabilidad del desarrollo de sus respectivos países en los momentos difíciles de su historia. Ambos se vieron obligados a tomar decisiones poco populares y en reiteradas ocasiones incluso oponerse a la mayoría. Ambos lograron restablecer el sentimiento nacional de sus pueblos con un fundamento nuevo y consiguieron que sus Estados continuaran desempeñando un papel clave en la política internacional.

Charles de Gaulle decía que la Segunda Guerra Mundial causó a los franceses más impacto que a otras naciones europeas. Muchos se encontraron bajo ocupación nazi, pero Francia traicionó sus valores al colaborar con los ocupantes.

El país fue incluido en la lista de las potencias triunfadoras sólo gracias a la perseverancia del general De Gaulle, aunque en la práctica no tenía derecho a esto. A finales de los cincuenta, el imperio colonial francés comenzó a disolverse y su estatus internacional volvió a tambalearse.

Charles de Gaulle logró crear un nuevo sistema de funcionamiento del Estado y poner fin a la guerra de Argelia, mientras que su inteligente política exterior hizo a los franceses experimentar su propia grandeza.

Por su lado, Adenauer encabezó un trozo de Alemania que quedó tras la catástrofe a la que habían llevado los nazis al país. Pero después de 14 años de su gobierno, la República Federal de Alemania se convirtió en un Estado económicamente exitoso, políticamente importante y autosuficiente, lo que era imposible imaginar en el momento de su creación en 1949.

Tanto Charles de Gaulle como Konrad Adenauer se sometían a duras críticas y sus opositores les consideraban símbolos de los más variados vicios políticos.

Se acusaba a De Gaulle de ser nacionalista y de traicionar los intereses nacionales, de inflexibilidad y de una fuerte influencia en el sector político y económico, de autoritarismo, incluso de despotismo e inclinación a buscar enemigos entre todos.

La esposa del exprimer ministro británico Winston Churchill, fiel aliado de Charles de Gaulle, le dijo una vez al general: “¿Por qué odia a sus amigos más que a sus enemigos?” Mientras, de Gaulle era un diplomático sutil que sabía cuando era necesario mantener intacta su postura o buscar fórmulas de compromiso.

Adenauer fue criticado por su conservadurismo, sospechoso de ser demasiado leal en la época de Hitler, acusado de ausencia de principios y falta de disposición a la hora de condenar los crímenes del régimen nazi. Además, le criticaban por traicionar la idea nacional, porque Adenauer estaba en contra de la reunificación de Alemania, aunque muchos habitantes tanto de la parte occidental del país como de la República Democrática Alemana pensaban en la primera mitad de los cincuenta que esto era posible.

Pasadas decenas de años, se puso en evidencia que la política de Adenauer dirigida a convertir a la RFA en un Estado exitoso permitió al fin y al cabo unificar Alemania.

Ambos líderes se vieron obligados a abandonar el poder a raíz de protestas multitudinarias y el deseo general de que hubiera una renovación de los dirigentes cuyo estilo político provocaba irritación en la sociedad. La historia dictó su veredicto: Charles de Gaulle y Konrad Adenauer dejaron a sus descendientes grandes potencias creadas de los pedazos de la historia, naciones que una vez renovadas y modernizadas no olvidaron su pasado.

Los rusos asocian a Boris Yeltsin con el colapso de la URSS: la minoría lo califica como un mérito, mientras que para la mayoría es un crimen. No cabe duda de que el propio Yeltsin contribuyó considerablemente a este proceso, soñando con llegar al poder. Y es poco probable que en un futuro se califique positivamente la disolución de la URSS por Yeltsin con el fin de tomar las riendas del gobierno de su rival, el último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov.

Los rusos entenderán que fue imposible mantener la grandiosidad anterior del país cuando la propia Rusia se dé cuenta de que no es un trozo del imperio desintegrado sino un Estado soberano. Después de esto, se podrán evaluar las acciones de las autoridades rusas que en los noventa lograron conservar el estatus de Rusia como potencia mundial, lo que fue nada fácil en aquella época.

Durante el gobierno de Yeltsin, Moscú dependía de la ayuda financiera proveniente de otros países, y mientras logró defender sus intereses y alcanzar resultados en varios ámbitos. Los recuerdos sobre los años noventa hacen temblar a los que se ocupaban de la política exterior en aquella época, pero fueron aquellos diplomáticos los que determinaron el estatus actual de Rusia en el mundo.

No se debería idealizar a Yeltsin, como hacen con frecuencia sus partidarios. Fue un “animal político” con las respectivas consecuencias, cometió muchos errores más o menos graves, y a finales de su gobierno se convirtió en un verdadero problema para el subsiguiente desarrollo de Rusia. Pero Yeltsin fue capaz de abandonar el poder voluntariamente e hizo lo que no suelen hacer otros políticos rusos.

Si al finalizar el período de transición Rusia se convierte en una base sólida del futuro orden mundial, esto sucederá entre otras razones, porque Yéltsin en su tiempo resistió la tentación de tomar la revancha, quizás inconscientemente.

Quisiera preguntar a los que consideran que Rusia debería exigir a los países vecinos a devolverle sus “territorios” en vez de reconocer su integridad territorial, si imaginan cómo habría podido acabar el intento de Rusia de restablecer la “justicia histórica” en 1992 y qué habría podido quedar de nuestro país.

Rusia se liberará de sus trastornos psicológicos cuando su aparición en la arena mundial en diciembre de 1991 no sea considerada como una derrota histórica sino como un renacimiento. Y entonces, Boris Yeltsin ocupará su puesto merecido junto con Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, figuras tan contradictorias e importantes como el propio Yeltsin.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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