Las dificultades del futuro medirán el legado de Putin

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El actual primer ministro y presidente electo de Rusia, Vladimir Putin, será investido jefe de Estado por la tercera vez el próximo 7 de mayo.

El actual primer ministro y presidente electo de Rusia, Vladimir Putin, será investido jefe de Estado por la tercera vez el próximo 7 de mayo.

En agosto próximo se cumplirán 13 años desde que asumió de hecho el liderazgo de Rusia. Al inicio, ocupaba el cargo del primer ministro pero, con un presidente Boris Yeltsin que estaba enfermo y tenía capacidades limitadas, las riendas del poder en Rusia estuvieron en manos de Putin.

Después, Putin fue presidente durante ocho años y una vez concluido su segundo mandato presidencial fue nombrado primer ministro, aunque todos entendían quién era el socio principal en el tándem gobernante Putin-Medvédev.

Hacia el fin de su tercer mandato presidencial Vladimir Putin tendrá 65 años y llevará ya casi 19 años en el poder.

Es difícil pronosticar cómo será Putin en este momento. Pero, teniendo en cuenta que las personas de edad madura no suelen cambiar, no hay motivos para esperarlo del presidente de Rusia. Por otro lado, la situación a escala global sí que cambia drásticamente y los políticos, independientemente de su voluntad, se ven obligados a adaptarse a estos cambios, a veces dando bruscos virajes.

Pasados 13 años, la imagen de Putin ha cambiado. A finales de los años 90 y principios del 2000 Putin se comportaba como hombre cauteloso y reservado, poco acostumbrado a ser el centro de atención, aunque desde el inicio gozaba de la habilidad profesional de escuchar a su interlocutor y atraerle a su lado.

Hoy en día, Putin es un político público, seguro de sí mismo, que se siente bien ante cualquier auditorio y emplea mucho tiempo para crear su propia imagen.

Pero a juzgar por todo, la postura de Putin no ha cambiado. El presidente electo de Rusia tiene una idea clara sobre las vías de desarrollo del país que se puede caracterizar como conservadurismo moderado.

Suscita nostalgia por la Unión Soviética en su retórica, pero Putin al mismo tiempo considera imposible e indeseable el regreso al pasado soviético. En general, el Gobierno de Putin representaba una coalición de políticos liberales, que controlaban el desarrollo de la política económica de Rusia desde los principios de los noventa, y representantes de las fuerzas del orden que reforzaron considerablemente su influencia en los 2000.

Cualquier coalición debe buscar fórmulas de compromiso y respetar intereses mutuos. Esto conllevó la imposición del capitalismo estatal en Rusia con una rígida política fiscal y buenos indicadores macroeconómicos, pero demasiado monopolizado e incapaz de introducir innovaciones eficaces.

El sistema político ruso refleja la convicción de Putin de que el Estado y la sociedad rusa está en el período de transición y todavía no ha recobrado el sentido tras el colapso de la URSS, por eso no está preparada a la democracia pluralista.

Putin no está en contra de la democracia como tal, lo que le distingue de los múltiples partidarios del concepto de un cierto camino especial del desarrollo de Rusia. Pero Putin declaró en reiteradas ocasiones que esta democracia puede ser el resultado de una larga evolución, única para cada país.

Según Putin, el "control manual" en Rusia es y será imprescindible antes de que el país alcance un grado suficiente de madurez cívica y política.

Putin sigue el ejemplo de muchos conservadores rusos que siempre pedían que les diesen tiempo, varios años de paz y tranquilidad durante los que estaban dispuestos a convertir a Rusia en el país más grande.

Pero según muestra la experiencia, no había ese tiempo en la historia. Algo pasaba y aquellos acontecimientos lo cambiaban todo. Hoy, sin embargo, vuelve a haber esperanzas en la estabilidad.

Al reunirse con un grupo de expertos en la antesala de las elecciones presidenciales que se celebraron en Rusia el pasado 4 de marzo, Putin dijo con entusiasmo que él, junto con sus partidarios, había logrado restablecer la estructura del Estado, pero que es necesario “acabar la construcción”.

Es una comparación premeditada o casual con la época de  Perestroika, impulsada por Mijail Gorbachov, el  último presidente de la extinta Unión Soviética. Pero esta vez no se propone destruir y construir de nuevo sino perfeccionar lo que existe.

En general, el “síndrome de la Perestroika” es propio de la élite gobernante actual. Putin y sus compañeros avanzaban hacia el apogeo de su carrera cuando se desintegró la URSS. Recuerdan muy bien que es muy corta la distancia entre las grandes esperanzas, las buenas intenciones y un colapso total.

Estos recuerdos emocionales paralizan su deseo de cambiar algo, porque temen repetir los errores de Gorbachov. Es evidente que ciertas medidas de precaución tomadas a base de la anunciada experiencia podrían ser muy útiles, pero en este caso se reduce drásticamente la capacidad de aplicar medidas decisivas, de esas que parten de cualquier “peso pesado” de la política.

Putin, por ejemplo, prefiere no despedir a los empleados. Lo hace sólo en caso extremo y casi nunca si siente la presión de la opinión pública que exige liberarse de un funcionario. Si alguien comete un error grave, Putin espera que la ola de indignación decaiga y luego nombra al funcionario poco popular a un otro puesto explicándolo por otro motivo.

Parece que ahora Vladimir Putin ha entendido que uno de los puntos débiles de su gobierno es que los ciudadanos de Rusia están cansados de los mismos funcionarios que durante más de diez años aparecen en las pantallas de televisión.

Por eso es probable que el Gobierno de Rusia sea renovado, mientras que los que pertenecen al entorno más próximo de Putin sean trasladados al Gabinete de la Presidencia, donde centrarán menos atención.

El conservadurismo de Putin se refleja asimismo en su postura en el ámbito de política exterior. A pesar de su retórica rígida, el presidente electo es en general demasiado cauteloso y reactivo. Durante los próximos años, estas calidades suyas pueden manifestarse aún más.

Putin considera que el mundo es muy peligroso, impredecible y caótico. Por eso es necesario sopesar todos los pros y los contras antes de emprender algo para evitar  consecuencias imprevistas.

Como presidente tiene una idea clara sobre el puesto que Rusia debe ocupar en el mundo y está dispuesto a competir por este puesto, pero al mismo tiempo entiende perfectamente que no debería pasar de determinada raya.

Es posible que el mundo cambie dentro de seis años, cuando el tercer mandato presidencial de Vladimir Putin llegue a su fin. Y aunque Putin hizo mucho en el pasado, sus cualidades de jefe de Estado se evaluarán a base de los éxitos conseguidos durante la superación de las futuras dificultades.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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