Las armas químicas siguen presentes en el planeta

© RIA Novosti . Pavel LisitsynLas armas químicas siguen presentes en el planeta
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El 29 de abril de 2012 venció el plazo establecido por la Convención sobre Armas Químicas para la destrucción definitiva de las existencias mundiales de este tipo de armas.

El 29 de abril de 2012 venció el plazo establecido por  la Convención sobre Armas Químicas  para la destrucción definitiva de las existencias mundiales de este tipo de armas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No es la primera vez que se incumplen los plazos ni las prórrogas previstas por los acuerdos internacionales, ni tampoco la última: a pesar de todos los documentos al respecto, las armas químicas se destruyen muy lentamente. Además, aun si los países que habían suscrito la Convención sobre las Armas Químicas cumplieran lo estipulado en ella a pie de la letra, quedaría la amenaza de una posible producción de las sustancias tóxicas en un futuro.
 
Los plazos siempre corren

La Convención sobre Armas Químicas entró en vigor el 29 de abril de 1997 y fue firmada por casi todos los países del mundo. No obstante, el proceso de desarme químico se ve obstaculizado y avanza muy lentamente. Dejando aparte los países con existencias limitadas, sirva como ejemplo la situación en las dos superpotencias, EEUU y la URSS, que habían acumulado decenas de miles toneladas de sustancias tóxicas durante los años de la Guerra Fría.

Para el día de hoy Rusia destruyó tan sólo el 60,4% de sus reservas de sustancias tóxicas: unas 24.000 toneladas de agentes químicos del llamado ‘Programa 1’: los elementos químicos que entran en esta categoría son pocos o tienen poco uso fuera de las armas químicas. Ejemplos de estos químicos son el gas mostaza y los agentes nerviosos, así como las sustancias que son únicamente usadas como químicos precursores en su manufactura.

Estados Unidos avanzó algo más en este aspecto, habiendo destruido el 89% de las 31.500 toneladas que constituían sus existencias de sustancias tóxicas. Sin embargo, el proceso se ralentizará a partir de ahora, ya que EEUU decidió suspender la utilización de armas químicas entre los años 2012 y 2015 y 2017 y 2018 para preparar instalaciones de transformación de los agentes químicos almacenados. Washington planea terminar de liquidar sus existencias de armas químicas para el año 2021.

Mientras tanto, el texto inicial de la convención preveía en 1997 un plazo de 10 años para concluir el proceso del desarme, que primero fue prorrogado por cinco años hasta 2012 y más tarde ampliado hasta 2015, aunque es evidente que estos plazos también son irreales.
 
Cada uno con sus problemas

Los estadounidenses, al diseñar la estrategia de liquidación de los arsenales químicos en los 80, barajaron todas las posibilidades y finalmente optaron por el camino más ecológico: reunir todas las armas químicas que había en su territorio, concentrarlas en varias bases de almacenamiento (al principio eran ocho) y, tras crear las instalaciones necesarias, liquidarlas allí mismo. Esta táctica suponía gastos adicionales ya que la capacidad de las plantas transformadoras resultaba menor al dividirse el potencial entre todas las bases.

La Unión Soviética a mediados de los 80 decidió elegir otro camino: crear un par de plantas transformadoras gigantes y llevar hasta ellas todas las armas químicas. Durante la ‘Perestroika’, el proceso de reformas políticas y económicas iniciado en la URSS a finales de la misma década, esta estrategia resultó inviable.

En los 90, tras la desintegración de la URSS, Rusia renunció a la idea de construir plantas transformadoras de los químicos a costa de otras industrias y adoptó la estrategia de EEUU de destruir las armas allí donde se encuentran almacenadas. Pero aquí surgió otro problema: el gobierno era incapaz de encontrar financiación para crear plantas transformadoras en las siete bases de almacenamiento rusas.

Por ejemplo, la planta en la ciudad de Pochep (provincia rusa de Briansk) fue terminada en 2010 aunque su puesta en marcha se había planeado para 2008. Y estos plazos ya estaban modificados, ya que inicialmente se preveía abrir la planta en cuestión en 2004 para liquidar todos los químicos almacenados en 2007, según estipula la convención.

En los tres años que quedan hasta que venza la última prórroga, Rusia debería liquidar 16.000 toneladas de sustancias tóxicas, lo cual es una tarea muy complicada. Por lo tanto, no se descarta que Moscú siga el ejemplo de Washington y prorrogue los plazos. Esto sería incluso una solución más correcta ya que en este asunto las prisas no son buenas: los eventuales errores a la hora de destruir los agentes tóxicos pueden causar víctimas mortales y daños irreparables del medio ambiente.
 
Más allá de la Convención

Las listas de los químicos prohibidos por la Convención sobre las Armas Químicas permiten resolver de una vez para siempre el problema de las sustancias tóxicas acumuladas. Sin embargo, es difícil decir hasta qué punto el control internacional de las mismas puede limitar los trabajos de investigación para crear nuevas armas químicas. Entretanto, muchos factores indican que en los últimos años tales investigaciones se llevaron a cabo.

En septiembre de 1992 el químico ruso Vil Mirzayánov, que desde los años 60 trabajó en el Instituto de la Química Orgánica y Tecnología, donde se creó la mayor parte de las armas químicas en la URSS, publicó un artículo en el que informaba que según sus datos en la Unión Soviética, poco antes de su desintegración, había sido diseñada arma química de tercera generación. Se trataba de un nuevo grupo de gases nerviosos que adoptó el Ejército Soviético a pesar de que el gobierno de la URSS había declarado oficialmente en 1987 que no fabricaba armas químicas. Las autoridades soviéticas nunca confirmaron esta información, aunque Mirzayánov fue detenido en dos ocasiones (en 1992 y 1994) por divulgar información de alto secreto. No obstante, la fiscalía no consiguió probar la culpa del químico, que se marchó a EEUU.

Esta historia es muy confusa y llena de contradicciones. Tampoco hay datos fidedignos con respecto a las investigaciones estadounidenses sobre las armas químicas de tercera generación, aunque muchos especialistas indicaron en su momento que los expertos de EEUU habían controlado la confección de las listas de los precursores para síntesis de organofosfatos prohibidos por la convención.

En particular, las clasificaciones de los agentes prohibidos no incluyen ciertas sustancias que se usan para fabricar insecticidas organofosforados, mientras que EEUU posee tecnologías muy avanzadas de fabricación de las mismas. Muchos expertos consideran alarmante esta situación, indicando que posiblemente entre los precursores de fácil acceso se encuentren compuestos para la fabricación rápida de sustancias tóxicas desconocidas.

Sea como fuere, todas las fuentes atribuyen a estas míticas sustancias, tanto las estadounidenses como las soviéticas, dos características muy peligrosas: primero, una toxicidad extremadamente alta que provoca secuelas incurables en las víctimas; y segundo, lo más importante, una muy simple técnica de fabricación a partir de los precursores de fácil acceso y de uso común en la industria química civil.

Si estas tecnologías realmente existen, se trata de un arma química absolutamente nueva y bien camuflada ya que su fabricación puede ser iniciada en cualquier momento a partir de los compuestos químicos comunes y permitidos por la convención.

La convención obliga a los países a liquidar las existencias de las sustancias tóxicas conocidas, algunas desde la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, esto no significa que las armas químicas nunca vuelvan a usarse en el campo de batalla.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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