Putin no ve a Obama como la antítesis de Bush

© SputnikFiodor Lukiánov
Fiodor Lukiánov - Sputnik Mundo
Síguenos en
Vladimir Putin, al volver a la Presidencia de Rusia el pasado 7 de mayo, no tardó en encargar al Ministerio de Asuntos Exteriores asegurar el cumplimiento del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) entre Rusia y EEUU, prestando atención especial a la Defensa Antimisiles (DAM).

Vladimir Putin, al volver a la Presidencia de Rusia el pasado 7 de mayo, no tardó en encargar al Ministerio de Asuntos Exteriores asegurar el cumplimiento del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) entre Rusia y EEUU, prestando atención especial a la Defensa Antimisiles (DAM).

La lógica de este paso es evidente: las relaciones entre Rusia y EEUU siguen centrando la atención de todo el mundo, pendiente del problema de la DAM.

La decisión de Putin de no asistir a la cumbre del G-8 (18 - 19 de mayo en Camp David), y de enviar a esta reunión al primer ministro, Dimitri Medvedev, fue sensacional. Es un paso demostrativo, teniendo en cuenta que una de las razones por las que la cita fue trasladada de Chicago, que acogerá luego la cumbre de la OTAN, a las afueras de Washington DC, fue que las partes no quieran empezar con un conflicto.

Como en el campo de la DAM no se observa progreso ninguno, estaba claro qué tipo de declaraciones podría hacer Vladimir Putin en el caso de asistir a la cumbre de la Alianza.

Pero nadie quiere este ambiente tenso: no servirá para nada tanto desde el punto de vista de la seguridad, como desde el de la política. La falta de progreso se debe no sólo a lo difícil que es en realidad el tema, sino que también a  la campaña electoral en EEUU. Como confesó Obama al presidente saliente ruso Medvédev en Seúl (y esta confesión se hizo pública debido a un micrófono abierto), va a ser más flexible tras su elección (si vuelve a ser reelegido, por supuesto). La flexibilidad de Washington es la garantía de que las partes saldrán de la vía muerta en la que están, ya que Putin suele responder con pasos recíprocos a las manifestaciones de buena fe de sus contrapartes, cuando ve que al otro lado de la mesa hay alguien capaz de buscar compromisos y entablar un diálogo de verdad.

El problema de las relaciones ruso-estadounidenses en la actualidad consiste en que Vladimir Putin no cree que Barack Obama sea, como le percibe todo el mundo, lo contrario de George W. Bush.

Putin sigue desconfiando de EEUU. Y no es que haya sido formado por la sociedad soviética y por la KGB, esta falta de confianza se explica por su experiencia de cooperación con el ex presidente estadounidense. Putin, quien empezó en 2000 como presidente pro estadounidense, cree que la administración de Bush abusó de los pasos de Rusia para la aproximación con EEUU durante su primer mandato, respondiendo con una expansión agresiva del espacio postsoviético a costa del Tratado sobre Misiles Antibalísticos y con la intención de colocar la tercera zona de defensa antimisiles cerca de las fronteras rusas.

Entonces Putin se convenció de la idea de que cualquier compromiso con EEUU es imposible: nunca respetará sus obligaciones, cualquier cesión la dará por descontada, y las muestras de flexibilidad las tomará como una razón para ampliar su esfera de influencia estratégica. Según él, sí que es posible alcanzar un consenso en ciertas situaciones, pero solo tras una duradera e intransigente presión coronada por un tratado vinculante. Esto se comprueba con las negociaciones sobre el START, así como por el ejemplo aún más elocuente de los 18 años del ‘maratón’ de la entrada de Rusia en la Organización Mundial de Comercio (OMC).

La primera y por ahora única reunión de Putin con Obama tuvo lugar en julio de 2009 y empezó por un discurso de 45 minutos del presidente ruso en el que expuso de manera apasionada sus reclamaciones contra la política estadounidense. Obama lo escuchó con mucha atención y prometió sacar conclusiones. Y las sacó. El reinicio de relaciones entre Moscú y Washington empezó en septiembre con la declaración de Obama de que renunciaba a los planes de Bush de emplazar los elementos de la DAM en la República Checa y en Polonia. El Kremlin lo apreció y el proceso arrancó. Pero ahora el problema del escudo antimisiles parece volver a la vía muerta, y Putin vuelve a desconfiar de EEUU: Washington, sea quien sea su presidente, seguirá promoviendo su proyecto estratégico, sin tomar en consideración a los demás.

Terminada la cumbre de Camp David, podríamos escuchar, en el mejor de los casos, unas declaraciones de carácter general sobre la predisposición de las partes de seguir cooperando. Es inútil discutir sobre esta cooperación en detalle hasta febrero o marzo del 2013. La única excepción es la de Afganistán, que es un tema muy acuciante en la actualidad. Medvédev, sin duda alguna, intentará hacer al presidente estadounidense explicar qué planes tiene EEUU para este país en realidad. La mayor parte de expertos rusos coinciden en que es poco probable que las tropas estadounidenses se vayan de allí. Muchos creen que seguirán presentes en la región.

La vuelta de Putin no condena las relaciones ruso-estadounidenses a ser exclusivamente conflictivas, pero sí serán complicadas debido a las razones expuestas.

La decisión de no asistir a la cumbre del G-8 vuelve a poner en evidencia que a Putin le fastidia la rutina diplomática y las reuniones interminables con sus homólogos. Prefiere reunirse con representantes extranjeros de negocios de importancia, hablar con ellos de modo más abierto, con menos cortapisas y con un resultado concreto. Por eso es probable que después de enrocarse con Dmitri Medvédev intente mantener el modelo del tándem que funcionó bien en la política externa en los últimos años: el primer ministro Medvédev se encargará de un abanico más amplio de funciones de política externa, convirtiéndose en un mensajero de Putin, ya que con más facilidad entabla y mantiene contactos con la mayoría de los líderes extranjeros.

Así que la conversación privada de Medvédev y Obama que fue captada en Seúl y provocó un gran escándalo en EEUU desveló, en esencia, cómo será el modelo de comunicación entre los dos Estados en los próximos años: “Díselo a Vladmir...” dijo Obama. Medvédev respondió: “¡Se lo diré sin falta!”.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

Las dificultades del futuro medirán el legado de Putin

Todavía es pronto para evaluar el papel de Boris Yeltsin

La relación de Rusia con Francia no cambiará aunque pierda Sarkozy

El secreto de la supervivencia de Corea del Norte

El voto clave de Rusia en Siria

La soberanía nacional como garantía de la solidaridad de los BRICS

Rusia debe tomar la iniciativa en sus relaciones con China

¿De qué hablarán Rusia y EEUU a partir de ahora?

No envidio a Putin

Vladimir Putin: el mundo de hoy entraña riesgos y amenazas

Todos creen tener la llave para solucionar el conflicto en Siria

La estabilización de la política exterior define la época de Medvédev

Lo último
0
Para participar en la conversación,
inicie sesión o regístrese.
loader
Chats
Заголовок открываемого материала